ÁRBOLES, MATORRALES, YERBAS Y FLORES
Mi amigo don Ramón Fernández me regala un arbolito traído de Asturias, su país, un manzano todavía niño pero de aspecto lozano y saludable. Lo he plantado en buen terreno y siguiendo sus instrucciones y confío en verlo prender, crecer y prosperar; si la suerte nos acompaña, a él y a mí, dentro de dos años podré comer alguna reineta parda nacida en tierra propia y alcarreña, hasta ahora no me había sucedido en esta latitud. Esto de mirar la tierra y verla convertirse en yerbas y flores que alimentan insectos y saltamontes y en árboles y matorrales que dan sombra a los pájaros y al jabalí, es un espectáculo aleccionador y también sobrecogedor y punto menos que inexplicable. Un sobrino mío, Camilo Rodríguez, que es ingeniero agrónomo, me dice que el fenómeno tiene su explicación y que si quiero me la da; es mejor que no lo haga porque siempre he preferido el misterio a la regla de tres. Otro amigo benemérito y cachondamente honesto, don Teodoro Pérez, me regaló dos alcornoques que no prosperaron, se conoce que extrañaron la orientación, y dos docenas de olivos de los que no se me murió ninguno, se conoce que son duros como la historia, la sabiduría y el pedernal. A mí siempre me ha gustado pensar que los árboles son lo mismo que soldados pacientes y las flores igual que mozas impacientes, bellísimas y danzarinas. Estas ideaciones reconfortan y no queman el esqueleto.
Camilo José Cela
A bote pronto
En A bote pronto, Camilo José Cela confirma su extraordinaria maestría en lo conciso. Escritos en «un tiempo en el que debemos ahorrar de todo, empezando por las palabras y las pulgadas», los textos aquí reunidos, que van desde la reflexión ética al arraigo lírico en la tierra natal, pasando por el humor escéptico y sabio y el abrupto o grotesco apunte carpetovetónico, muestran de forma deslumbrante la energía expresiva ajena a todo desfallecimiento y la inalterada autoridad moral del escritor.
Mi amigo don Ramón Fernández me regala un arbolito traído de Asturias, su país, un manzano todavía niño pero de aspecto lozano y saludable. Lo he plantado en buen terreno y siguiendo sus instrucciones y confío en verlo prender, crecer y prosperar; si la suerte nos acompaña, a él y a mí, dentro de dos años podré comer alguna reineta parda nacida en tierra propia y alcarreña, hasta ahora no me había sucedido en esta latitud. Esto de mirar la tierra y verla convertirse en yerbas y flores que alimentan insectos y saltamontes y en árboles y matorrales que dan sombra a los pájaros y al jabalí, es un espectáculo aleccionador y también sobrecogedor y punto menos que inexplicable. Un sobrino mío, Camilo Rodríguez, que es ingeniero agrónomo, me dice que el fenómeno tiene su explicación y que si quiero me la da; es mejor que no lo haga porque siempre he preferido el misterio a la regla de tres. Otro amigo benemérito y cachondamente honesto, don Teodoro Pérez, me regaló dos alcornoques que no prosperaron, se conoce que extrañaron la orientación, y dos docenas de olivos de los que no se me murió ninguno, se conoce que son duros como la historia, la sabiduría y el pedernal. A mí siempre me ha gustado pensar que los árboles son lo mismo que soldados pacientes y las flores igual que mozas impacientes, bellísimas y danzarinas. Estas ideaciones reconfortan y no queman el esqueleto.
Camilo José Cela
A bote pronto
En A bote pronto, Camilo José Cela confirma su extraordinaria maestría en lo conciso. Escritos en «un tiempo en el que debemos ahorrar de todo, empezando por las palabras y las pulgadas», los textos aquí reunidos, que van desde la reflexión ética al arraigo lírico en la tierra natal, pasando por el humor escéptico y sabio y el abrupto o grotesco apunte carpetovetónico, muestran de forma deslumbrante la energía expresiva ajena a todo desfallecimiento y la inalterada autoridad moral del escritor.
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