Acacia (5) - Con el ferial de San Roque, han acudido catervas de mendigos, desarrapados prodigiosos con caras de Cristos de bronce mate,

NO HABRÁSE VISTO tumulto igual, y tan desaforada algarabía de voces humanas y bestiales, y tan disparatado contraste de mercancías, y tan numeroso colorido, y variedad de figuras y presencia de gentes de aldeas, como aquí en Betanzos, ferial de San Roque.
Han venido gentes de todas las aldeas, de aquéllas que yacen en las montañas, y en las orillas de los ríos, y a la vera de los bosques, vecinos de Obre, sembradores de Paderne, pastores de Souto, Bergondo, Sada, Miño; aldeanas de Santa Cruz, Oza de los Ríos, Villade, Abegondo; campesinos de Crendes, San Tirso, Cortiñan, Guisemo; viejas de Infeste, San Roque, Limiñon, Uiña, Portomillo, Callobre y muchos otros cantones.
Ferial de San Roque de Betanzos de los Cabaleiros, de fiesta y granjería. La multitud, con sus fardos de verdura, con sus cofres a la cabeza, sus cestos de semilla, sus cajas de trebejos, sus bolsas de panes, sus carros de marranos, sus nidares de huevos, se ha desparramado a lo largo de todas las fachadas de las rúas de Betanzos, en la empinada de Sánchez Breguas, en la escalinata de Santa María, en el Campo de la Feria, a la sombra de los altos plátanos amurallados por rampas de piedra, bajo las bóvedas de acacia detrás del Archivo del Reyno de Galicia.
Hay prenderos, tahoneros, fotógrafos con trajes de luces de toreros, vinateros y vendedores de agua. El sol inunda de oro los obscuros de esta multitud, mientras truenan los estampidos de las bombas de pirotecnia, y las calzadas de la ciudad se ennegrecen y se tornan estrechas de anchas que son, para contener esta muchedumbre. Se la encuentra en torno de los troncos de los árboles, en redor de las fuentes, a los costados de los kioscos de los músicos.
Donde se pone el pie, se tropieza con la variedad de sus cestos, redondos o cuadrados, con cargas de patatas y cebollas, guardados por mujeres que tienen un pañuelo anudado bajo el mentón, o una toalla plegada en cuatro sobre la cabeza.
Se distingue a los aldeanos que han venido desde lejos, por sus cónicos sombreros abollados, sus regatones asidos por el gancho a los hombros, los pantalones con enormes remiendos de paño de distinto color y las botas cargadas de tierra.
Hacia donde se mira, no se ve nada más que campesinas tocadas con pañuelos de fondo metálico, como espolvoreados de limaduras y bordados de flores, vendedoras de semillas con cestillos chatos cargados de municiones violáceas y cuartillos de estaño al costado, aldeanas con quesos frescos, húmedos y amarillos, grandes como ruedas de carro, aplastados como galletas. Otras venden quesos que parecen trompos, enormes y cónicos. También hay viejitas albinas, de párpados inflamados, con huevos en el regazo de la saya, y caballitos lanudos, pequeños, de largo flequillo sobre el testuz; vendedoras de fruta, que cubren sus cestos de peras y manzanas con ropas viejas que humedecen de agua, mientras tañen las campanas y los bronces de las bandas rayan la mañana de un pasodoble torero.
Ferial de Betanzos, con aldeanas de Cortiñan, de Limiñon, de Bergondo; con mujeres que bajaron de las montañas, que subieron de las rías.
Permanecen a la sombra de las recovas medievales en la mañana, soleada, a la sombra de las torres muertas blasonadas de escudos de piedra, en cuyos yelmos crecen las ortigas, a la sombra verde de las acacias y plátanos, a lo largo de los balcones del Ayuntamiento en la sombra rojiza que reflejan las franjas de terciopelo escarlata frente a la hilera de magnolios lustrosos y enjutos.
Han acudido de todos los horizontes de Galicia. Vendedores de relojes de bolsillo, monstruosos relojes de caja de bronce que el sol recalienta, charlatanes parsimoniosos engalanados con pellejos de serpientes, tahoneras, prodigiosas tahoneras viejas, que como bucaneros, llevan la cabeza envuelta en piráticos pañuelos bermejos, cuya cola les cae a la espalda, y que venden panes primitivos de corteza dorada y miga gris, panes enormes, semejantes a ruedas de molino, ampulosos como roquedales, y junto a ellas, permanecen las aldeanas que han traído marranitos muy pequeños, arropados en bolsas y trapos, como recién nacidos en mantillas, y que cuando descubren el hocico rugoso, ellas amorosamente se lo vuelven a cubrir.
Esta multitud bañada de sol dorado, pregona su hacienda. Están allí, además, los vendedores de gruesos zapatos, los prenderos, aquellos que marcan chapas de hierro, y las señoritas de Betanzos, cogidas del brazo, bajo las flores de papel rojo y verde, que engalanan la plaza, se pasean tomadas del brazo.
Con el ferial de San Roque, han acudido catervas de mendigos, desarrapados prodigiosos con caras de Cristos de bronce mate, metidos en gabanes que pierden flecos y mostrando el pecho desnudo, ciegos monstruosos con ojos que son saltonas pelotas de vidrio blanco, que hacen resonar el regatón en la piedra. También los lisiados, aquellos que tienen las piernas tan encogidas que se pueden sentar sobre ellas, y algunos que llevan una pierna desnuda, enteca, con los dedos inertes en el pie muerto, otros de jeta barbuda y un hilo de baba corriendo por el vértice de los belfos, y unos con un muñón de brazo chamuscado, y otros sin piernas, tirados al sol, con la pierna de palo a un costado, para que se constate que no es mentira, ni adulteración, ni falso testimonio la pata de palo, y la gente hormiguea bajo las arcadas, en torno a los columpios, alrededor de los braseros de los churreros, al borde de las mesas, con frascos de refrescos, junto a las aspas con cestillos que levantan a los niños hasta las balconadas de los segundos pisos de ventanales con galerías de madera y vidrio, y en torno de la fuente con la estatua de Diana Cazadora y cuatro grifos, donde se pegan las bocas de la multitud. Y si se continúa caminando, se llega hasta el prodigioso mercado del ganado.

Roberto Arlt
Aguafuertes gallegas

A fines de 1934, el autor de Juguete rabioso, llega a España como corresponsal para el diario El Mundo. Meses después, el Arlt periodista se encuentra de bruces con la una Galicia que dice, «emociona como un dulcísimo llanto».
Fruto de su visita por el noroeste español, son las Aguafuertes gallegas, nacidas a imagen y semejanza de las Aguafuertes porteñas que con tanto entusiasmo esperaban los lectores de su periódico desde los albores de la década del treinta. Como su propio nombre indica las columnas de Arlt presentaban una imagen ácida y mordaz de la vida cotidiana de aquella sociedad emergente y en proceso de reescritura que se extendía en la orilla occidental del Río de La Plata. Sus gemelas, las gallegas, tienen con Galicia la misma fuerza crítica, enaltecedora en las virtudes e impasible en los defectos, que sus pares.
En ellas hay lugar y momento para resaltar la fortaleza y dedicación al trabajo de sus habitantes, la indomabilidad y bravura de su naturaleza, la belleza y sufrimiento de sus jóvenes «viudas por la emigración», la condición fantástica y supersticiosa de sus bosques y leyendas, el hermetismo de las calles angostas y oscuras de Santiago de Compostela, la frialdad y tristeza de su lluvia eterna, la lucha encarnizada contra el océano en las caza de sus pulpos o la alegría desbordante y colorida de la fiesta de Os Caneiros en Betanzos.

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