Viuamus, mea Lesbia, atque amemus

Viuamus, mea Lesbia, atque amemus,
rumoresque senum seueriorum
omnes unius aestimemus assis.
Soles occidere et redire possunt:
nobis, cum semel occidit breuis lux,
nox est perpetua una dormienda.
Da mi basia mille, deinde centum,
dein mille altera, dein secunda centum,
deinde usque altera mille, deinde centum.
Dein, cum milia multa fecerimus,
conturbabimus illa, ne sciamus,
aut nequis malus inuidere possit,
cum tantum sciat esse basiorum.


Cayo Valerio Catulo
(Siglo I a.C.)


Vivamos, Lesbia mía y amémonos, hagamos caso omiso a todas las habladurías de los ancianos en exceso escrupulosos. Los astros pueden ocultarse y reaparecer, pero nosotros tendremos que dormir en noche perpetua tan pronto como se apague la breve llama de nuestra vida. Dame mil besos y después cien, otros mil luego, luego otros cien. Empieza de nuevo hasta llegar a otros mil y a otros cien. Después, cuando hayamos acumulado muchos miles, los revolveremos todos para perder la cuenta o para que ningún malvado envidioso sea capaz de embrujarnos cuando sepa que nos hemos dado tantos besos.

Cayo Valerio Catulo (en latín, Gaius Valerius Catullus; Verona, actual Italia, h. 87 a. C.-Roma, h. 57 a. C., aunque muchos estudiosos aceptan las fechas 84 a. C.-54 a. C.) fue un poeta latino.

El albañil

EL ALBAÑIL
Maestro albañil.— Mirad estos baluartes y esos contrafuertes: diríase que han sido construidos para toda la eternidad.
SCHILLER, Guillermo Tell
EL albañil Abraham Knupfer canta con la paleta en la mano, elevado hacia las alturas en el andamio; tan alto que, cuando lee los versos góticos de la campana mayor, nivela con los pies la iglesia con treinta y tres arbotantes y la ciudad con treinta iglesias.
Ve a las tarascas de piedra vomitar el agua de las pizarras hacia el confuso abismo de las galerías, las ventanas, las pechinas, los campaniles, las torrecillas, los tejados y el maderamen, que el ala inmóvil y recortada de un terzuelo mancha con un punto gris.
Ve las fortificaciones que se destacan en estrella, la ciudadela que se pavonea como un pavo real, los patios de los palacios en que el sol seca las fuentes, y los claustros de los monasterios en que la sombra gira en torno a los pilares.
Las tropas imperiales se han instalado en el arrabal. Por allá tamborilea un jinete. Abraham Knupfer distingue su sombrero de tres picos, sus trencillas de lana roja, su escarapela sujeta por un cordoncillo y la coleta atada con un lazo.
También ve unos soldadotes que, en el parque empenachado con gigantescas enramadas, sobre el extenso césped esmeralda, acribillan con sus arcabuces a un pájaro de madera clavado en la punta de un mayo.
Y, por la noche, cuando la armoniosa nave de la catedral se durmió, acostada con los brazos en cruz, desde la escala, él divisó en el horizonte un pueblo incendiado por gentes de armas que llameaba como un cometa en el azur.

Del Gaspar de la Noche de Aloysius Bertrand

Título original: Gaspard de la nuit
Aloysius Bertrand, 1842
Traducción: Lucía Azpeitia Ortiz

Edición: José F. Ruiz Casanova

YO no sé quién la olvidó

YO no sé quién la olvidó
Me la encontré por la yerba
Al cojerla, sentí como
si alguna mujer me viera.
Tenía un aroma vago
que voló al instante; queda
sólo el recuerdo del sueño
del placer de aquella esencia.
Tocando con ella, vi
como novias, como estrellas,
un prado lleno de rosas,
un alba de primavera;
una cosa tierna y pura,
-que me inundaba de pena-
que empezaba sonriendo
y acababa entre querellas...
Melancólico o alegre,
sonrío o sollozo en ella,
y siento en mi alma como
si alguna mujer me oyera.

La soledad sonora (1908) Juan Ramón Jiménez.
Segunda antología poética (1898-1918)

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