TXIRLORAS de san José para el Día del Padre

Es un postre típico de Vizcaya que se pre­paraba con ocasión del Día del Padre. La pa­labra en euskera txirlora significa «viruta de madera». Es la forma que se da a la pasta, evocando la profesión de José, el carpintero.
50 g de mantequilla, 150 g de azúcar glas, 100 mí de leche, 210 g de harina, 150 g de claras de huevo y 1 cucharadita de extracto de vainilla.
Derretir la mantequilla y dejar enfriar. Aña­dir el azúcar glas y mezclar. Añadir la leche a temperatura ambiente (saborizada con el ex­tracto de vainilla), la harina (tamizada) y batir con las varillas hasta lograr una crema homo­génea. Añadir las claras sin montar y mezclar. Obtendremos una crema más bien líquida.
Con una manga pastelera con boquilla lisa y no muy ancha, hacer tiras sobre un papel de horno colocado en la bandeja. Espolvorear al­mendra en granillo sobre cada tira y hornear (precalentado a 200° C) 7 minutos a 180° C.
Sacamos del horno y damos forma a las txirloras. Hay que trabajar con rapidez, pues, si se enfría, la masa se rompe. Enrollar la tira de masa en un palillo de madera (no muy an­cho) y dejar en una bandeja para que terminen de enfriarse y cojan la forma. Son muy típicas las bañadas en chocolate negro de cobertura.

Para que sea maestro de otros mirlos

Calló el paje para sonarse con un gran pañuelo amarillo, de los que dicen de dos hierbas, y tengo para mí que más que sonarse lo que hizo fue enjugar dos lágrimas. Y con voz velada por la emoción, prosiguió:
—Me pasaba los días en el puente y en las orillas del río, descuidando el chocolate de mi amo, y me olvidaba de sacarle brillo a las hebillas de plata, poner a refrescar el vino, engrasar la escopeta, y todas mis obligaciones quedaban para mañana. ¡Y Anglor no volvió el San Juan de hogaño! ¡Quizás Anglor no vuelva nunca! Y por temor de que tan triste cosa suceda, ¡no volver a verla!, peregrino a Compostela, y de camino me distraigo enseñándole a este mirlo una tonada dolorida que compuse en Sahagún, en la posada aquélla, y cuando el mirlo la tenga bien sabida lo soltaré, para que sea maestro de otros mirlos y todos ellos la canten, parleruelos. Y así sabrá todo el mundo cómo ama y amará siempre a Anglor, la princesa del río, el paje François, más conocido por Pichegru en la antigua ciudad de Aviñón en Provenza, la del hermoso puente.

"Merlín y familia" de Álvaro Cunqueiro

El madrileño barrio de Argüelles hace 100 años

En el libro “Los Baroja”, Julio Caro Baroja recuerda el Barrio de Argüelles de hace cien años:

La parte del barrio de Argüelles más próxima a la plaza de España era, allá entre 1920 y 1925, una barriada con su personalidad propia, en la que las familias se conocían o, por lo menos, sabían quiénes eran. Las calles estaban formadas en gran parte por hotelitos, hechos ya en la segunda mitad del siglo XIX, propiedad de aristócratas no siempre adinerados y de burgueses de cierta posición. A la puerta de las mansiones más aristocráticas solían verse viejos porteros de librea, con patillas como las que llevaba don Tomás Luceño el sainetero, y a veces también, mayordomos asturianos y montañeses, altos, gruesos, bien cuidados, terribles donjuanes para el gremio de las doncellas, cocineras y niñeras. Estas casas disponían también de cocheros y lacayos y yo tengo una clara sensación de las noches de fines de primavera y comienzos de verano, cuando los coches volvían calle de Mendizábal arriba, y se oía el pisar de los caballos sobre el pavimento de piedra.
Por las mañanas y atardeceres llegaban las grandes carretas tiradas por bueyes con los carros de jara para los hornos de las panaderías y la circulación de automóviles era aún limitada: los ruidos callejeros distintos a los de hoy. Al pasar por mi calle, sobre todo al mediodía, podía oír perfectamente al loro del conde de Torrepalma repetir una y otra vez su frase favorita: «¡Ana, dame café!». O dar las cinco primeras notas de la Marcha Real. Podía oír también los gritos de la perdiz del zapatero Manini y durante los primeros días del verano, el canto de los grillos en los patios. Entonces los pueblos entraban en Madrid; ahora es Madrid el que entra en los pueblos de alrededor. Los mismos chismes del barrio eran un poco pueblerinos.
Se sabía en la vecindad que la duquesa que vivía junto a nuestra casa andaba muy mal de dinero; que, en cambio, la marquesa de más abajo lo tenía en abundancia y que el conde de enfrente estaba dominado por su mujer. Se podía seguir, día por día, el proceso de los amores de unos novios que se hablaban por señas, ella desde un tercer piso, él desde la acera, y teníamos noticia de las pasiones de una viuda muy castiza, de buen ver, pero ya cuarentona, que algunas noches de verano salía con su mantón, dispuesta a disfrutar de las verbenas, en compañía de un mocito pinturero. Y digo que «teníamos» noticia porque yo me enteraba de todo esto oyendo a las muchachas de casa que lo comentaban entre ellas, o acaso alguna vez con mis padres: delante de mi abuela tales comentarios no eran comunes, porque su moral rigorista le prohibía hacer comentarios concretos acerca de vidas ajenas. Siempre había sido así, pero con la vejez la tendencia puritana se le exageró y hubo de privarse de las pocas distracciones que le habían atraído. Una de ellas había sido el teatro dramático.”


Palabras de Alfio (usurero profesional)

Y Horacio escribió:

"Feliz aquel que de negocios alejado, cual los mortales de los viejos tiempos, trabaja los paternos campos con sus bueyes de toda usura libre. A él no lo despierta, como al soldado, la trompeta fiera ni teme al mar airado; y evita el Foro y las puertas altivas de los ciudadanos poderosos.
Y así, o bien casa los altos chopos con los crecidos sarmientos de las vides, o bien, en un valle recoleto, contempla las errantes manadas de mugientes reses; y cortando con la podadera las ramas que no sirven, otras más fértiles injerta; o exprime mieles que guarda en limpias ánforas, o esquila a las débiles ovejas. Y cuando el otoño asoma por los campos su cabeza, de dulces frutas ataviada, ¡cómo goza recogiendo las peras que ha injertado y uvas que rivalizan con la púrpura, para ofrecértelas a ti, Príapo, y a ti, padre Silvano, que guardas los linderos!
Ora le place tenderse bajo una añosa encina, ora sobre el césped bien tupido. Entretanto, las aguas corren por riberas hondas, se quejan las aves en los bosques, y suenan las fuentes al manar sus linfas, invitando a entregarse a dulces sueños. Mas cuando la invernal estación de Júpiter tonante apresta las lluvias y las nieves, o bien a los fieros jabalíes acosa de aquí y de allá, con muchos perros, hacia las redes que les cortan la escapada, o con la percha pulida tiende ralas mallas para engañar a los voraces tordos; y caza con el lazo la tímida liebre y la emigrante grulla, trofeos placenteros. ¿Quién no se olvida, en medio de todo esto, de las malas cuitas que provoca Roma?
Y si una mujer honesta arrima el hombro en la casa y con los dulces hijos —una como son las sabinas o la esposa del ápulo ligero, quemada por los soles—; si ella amontona viejos leños en el hogar sagrado a la llegada del cansado esposo, y encerrando el lozano rebaño entre trenzados zarzos, vacía las hinchadas ubres; y tras verter del dulce jarro vinos nuevos, prepara una comida no comprada, entonces no han de placerme más las ostras del Lucrino, ni el rodaballo o los escaros, si es que alguno hacia este mar desvía el temporal que truena en las olas del Oriente. Ni el ave africana ni el jonio francolín bajarán más gratos a mi panza que la oliva elegida de las ramas más pingües de los árboles, o la hierba de la acedera, amante de los prados, o las malvas saludables para el cuerpo enfermo, o la cordera sacrificada en las fiestas Terminales, o el cabrito arrebatado al lobo.
Entre estos festines, ¡cómo agrada ver a las ovejas corriendo a casa ya pacidas, ver a los cansados bueyes arrastrando el arado vuelto sobre el cuello lánguido; y a los siervos nacidos en la casa, enjambre de una finca acaudalada, sentados en torno a los lares relucientes!."
Una vez que dijo todo esto, el usurero Alfio, que estaba a punto, a punto de hacerse campesino, reembolsó todos su cuartos el día de las idus,… y ya busca dónde colocarlos en las calendas.


Cinco greguerías de Ramón Gómez de la Serna


·        Camoens y Cervantes son como dos compañeros de asilo, el uno tuerto y el otro manco.
·        El grillo mide las pulsaciones de la noche.
·        Los lagos son los charcos que quedaron del Diluvio.
·        La herencia es un regalo por el que hay que dar mucha propina.
·        Donde es más feliz el agua es en los cangilones de la noria.


Cinco greguerías de Ramón Gómez de la Serna

II (... donde no hay vino, agua fresca ...)

He andado muchos caminos,
he abierto muchas veredas;
he navegado en cien mares,
y atracado en cien riberas.
En todas partes he visto
caravanas de tristeza,
soberbios y melancólicos
borrachos de sombra negra,
y pedantones al paño
que miran, callan, y piensan
que saben, porque no beben
el vino de las tabernas.
Mala gente que camina
y va apestando la tierra…
Y en todas partes he visto
gentes que danzan o juegan,
cuando pueden, y laboran
sus cuatro palmos de tierra.
Nunca, si llegan a un sitio,
preguntan adónde llegan.
Cuando caminan, cabalgan
a lomos de mula vieja,
y no conocen la prisa
ni aun en los días de fiesta.
Donde hay vino, beben vino;
donde no hay vino, agua fresca.
Son buenas gentes que viven,
laboran, pasan y sueñan,
y en un día como tantos,
descansan bajo la tierra.

Antonio Machado “SOLEDADES” (1899-1903)


Los tres quitasoles del obispo de París

Abiertos los bultos, que venían muy hechos y con siete cuerdas, aparecieron tres grandes paraguas, el uno blanco, el otro amarillo y el otro carmesí, y a cada uno lo fue besando don Merlín en el puño, que era de ébano el del blanco, de plata el del amarillo, y el carmesí de oro.
—Son muy hermosos quitasoles —dijo mi amo—, y quizá no los tiene tan aparentes el Papa de Roma. Lo que vuestro obispo me pide es fácil, y lo voy a hacer en un tris. El quitasol blanco, como sabéis, se llama de «Sal-el-Sol», y en abriéndolo el día de Nuestra Señora de Agosto, aunque llueva, queda una mañana soleada para la procesión. El amarillo, que se llama «Mirabilia», es un quitasol muy secreto, y sólo se usa en Pentecostés, y cuando está a su sombra vuestro obispo, habla y entiende todas las lenguas, y puede confesarse bajo él un mudo, que vuestro obispo lo escucha. Y el carmesí, éste sirve para viajar en la noche, y el que va debajo de él, abriéndolo en la noche cerrada, ve como si fuese de día. Mejor que quitasol se debía de decir quitatinieblas, y tiene por nombre «Lucero». Ya otra vez a éste, cuando era propiedad de don Lanzarote del Lago, le arreglé dos varillas que se le soltaron, y al primer arreglo no salió con sus virtudes, y en vez de verse como de día, no se veía nada, ni las luces encendidas en la noche. Toda la ciencia de estos quitasoles y del quitatinieblas está en las varillas.
Y mientras yo servía a los visitantes algo de vino y jamón, como si fuera paragüero de Orense trabajó mi amo en los paraguas, y en un amén los dio por arreglados, que, según él, sólo tenían una varilla floja y otra salteada. Los abrió y cerró, diciendo no sé qué letanías, y sonrió y le dijo al de la perrera con mucha autoridad:
—Mosiú Castel, dile a tu obispo que no le cobro nada por el arreglo, pero que el día de Pentecostés próximo, abriendo el quitasol amarillo, no deje de poner por apunte la lengua maga, especialmente en lo que toca al nombre de los metales y las esencias preciosas, que quiero terminar de leer un libro «de ocultis» que aquí guardo, y en el que está toda la tertulia de los caldeos. Y dile también que no gaste la virtud del «Lucero» en cachear tesoros en las cuevas y ruinas, que el quitatinieblas no fue hecho para eso, sino para seguir en la noche, por el camino de Emaús, las huellas de Jesús, Nuestro Señor.

Álvaro Cunqueiro “Merlín y familia”

Refranero popular para febrero


Los febreros y los abriles, los más viles.
La nieve de enero es de bronce, la de febrero de madera y la de marzo de agua.
Febrero, frío o templado, pásalo arropado. 
Agua de febrero llena el granero.
Por San Blas (3 de febrero) tus ajos sembrarás.
Mal año espero si en febrero anda en mangas de camisa el jornalero.
En febrero un día malo y otro bueno.
Por San Blas (3 de febrero), el besugo atrás. 
Por San Matías (24 de febrero) se igualan las noches y los días.
En febrero corre el agua por cualquier reguero.
Cuando no llueve en febrero, no hay buen prado ni buen centeno.
Si hace un buen febrero, malo será el año entero.
El viento por San Matías (24 de febrero) reina cuarenta días.
En febrero un rato al sol y otro al romero. 
En febrero mes cebadero y cabrito en caldero.
Ten el invierno por pasado si ves a febrero empapado.
Por febrero florece el romero.
En febrero loco, ningún día se parece a otro.
Febrerillo el orate, cada día hace un disparate.
Siempre fue loco febrero, y más en bisiesto.
Refranes que no sean verdaderos y febreros que no sean locos, pocos.
Las heladas de febrero se pagan al día tercero, o en marzo venidero.
Nieve febrerina, en las patas se la lleva la gallina.
Nieve en febrero, hasta la siega el tempero.
Nieve antes de marzo, oro blanco.
Para Febrero, guarda leña en tu leñero.
Para el buen rato de febrero quiero mi leña.
Trueno en febrero, lluvia el día entero.
La siembra del guisante, de febrero en el menguante.
Sol de febrero, rara vez dura un día entero.
Si hace un buen febrero, malo será el año entero.
Si en febrero tienes calor, en Pascua buscarás el sol.
Febrero verano, ni paja ni grano.
En febrero transplantado sea el árbol delicado.
Árbol que podó febrero, tendrá fruto duradero.
En febrero sale el espárrago de su agujero.
Lluvia de febrero, el mejor estercolero.
Cuando no llueve en febrero, no hay buen prado ni buen centeno.
Lluvia de febrero, buen prado y mejor granero.
Si febrero viene de aguas, habrá pastos y habrá parvas.
En febrero busca obrero.
A comienzos de febrero, ten dispuesto ya el apero.
Quien en febrero no escarda, ¿a qué aguarda?
En febrero, la castaña y el besugo no tienen jugo.
Febrero va corriendo y los corderos naciendo.
En febrero nacen los mejores corderos.
Cochinillo de febrero, con su padre al humero.
Febrerillo el corto, con tus días veintiocho, menos loco serías si tuvieras menos días.
Febrerillo el corto, con tus días veintiocho, si tuvieras más cuatro, no quedara perro ni gato.

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