7.35, hora impresionista por Joseba Elola

Leído en El País de hoy:
Debían de ser las 7.35 de la mañana y el viento soplaba, débil, procedente del Este. Corría el 13 de noviembre de 1872, el día había amanecido brumoso en el puerto de El Havre. Claude Monet abrió la ventana de su habitación en el hotel de L’Amirauté, ubicado sobre el gran muelle de esta ciudad de la Alta Normandía, Francia. No queda del todo claro si se alojaba en el segundo o en el tercer piso porque, años más tarde, los bombardeos aliados de la Segunda Guerra Mundial se llevaron el hotel y la ciudad portuaria por delante; pero todo apunta a que estaba situado a unos once metros de altura sobre el nivel del mar en el momento en que se sentó frente al lienzo.
Ante su mirada, el puerto se despereza, las chimeneas echan humo, humo que se desplaza de izquierda a derecha, ergo, viento del Este. Una pequeña embarcación con dos pescadores a bordo cruza el puerto, y la llamada esclusa de los Transatlánticos está abierta; ergo, hay marea alta. Monet se apresta, sin saberlo, a pintar una obra que pasará a la historia.

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Los humanos no son los únicos que practican el contacto boca a boca, pero los besos con lengua e intercambio salivar sí son exclusivos de nuestra especie. Esta práctica, presente en la gran mayoría de las culturas, provoca, según un estudio, que las parejas compartan las bacterias de sus bocas. Hasta 80 millones de ellas viajan en un beso de 10 segundos.
El País

¡Pobre palomo del olivar!

El otro día el palomo
en la rama del olivo
del olivar
contaba estorninos
un par más otro par …
y uno sin emparejar.
Un gato y una paloma
juegan a un juego raro
y el palomo del olivar
o se hace estornino
o no tendrá par

Otoño en el olivar


Sobre los olivares de las afueras vuelan
bisbisean pajarillos sobre el olivar
ennegrecen los hilos, descansan,
aletean sobre los olivos del olivar
unas torcaces en el olivo cuentan,
rama de olivo del olivar,
doscientos veintiuno justos
¡ay! ¡pobre! uno sin compañía vuela
 ¡ay! ¡triste! uno desparejado está.

El gorrión

Tengo un pequeño problema, o grande, o ni siquiera es un problema, o si. Yo quería escribir o contar; él quería que yo escribiera o contara un sueño suyo… pero en realidad la historia es simple aunque a él le parece que es imposible que se pueda poner en palabras porque escrito es ridículo, pero las sensaciones, según sospecho, no. Él es un gorrión, un vulgar pardal, jovencito, de la última primavera. Con otros de su especie han convertido el estanque de la plaza de Europa, ¡si hombre!, ese que está en medio del medio de Gijón, en su centro de reunión, a la vez baño y abrevadero. Pues el Gorrión, este, se ha empeñado en soñar despierto todo el día. A veces se acerca al banco de los mendigos, como hay varios, para que te ubiques, el que está más cerca del estanque y comparte las migajas del bocadillo. En un momento se queda mirando, de lado, como miran todos estos bichos fijamente, bueno, me mira fijamente y entonces, hipnotizado o algo así empiezo a ver el mundo muy raro, en dos planos nítidos y simultáneos a derecha e izquierda; un mundo imposible, muy extraño… Me froto los ojos los abro y sigo viendo lo mismo… Los cierro y entonces, solo entonces:
“ la caña de la planta,
alabeada por mi peso,
cimbreo, cimbreo, sopla el viento
el estanque, los nenúfares
entre sus hojas, sobre sus hojas
me refocilo
el sol sobre la cabeza
la rana curiosa, mira”
Es lo que tienes que escribir, pienso con extrañeza, inmediatamente, dice.
Probablemente el chóped del bocadillo estaba en mal estado, sospecho.

(Imagen del relato: gorriones en el estanque que se menciona)

Madre, diga usted si miento (y 2)

Este Chán (con tilde la que lleva Sebastián) contaba que para cazar conejos lo mejor era poner una raspa de bacalao portugués atado con una cuerda a la albarda del burro y llevar la dicha raspa arrastrando por el suelo a lo largo de los caminos en las tardes secas de verano y otoño cuando de las faenas del campo volvía a casa. Antes de llegar a las fuentes que rodean al pueblo, como los romanos a Numancia, a saber: la fuente del Camino Arriba, la fuente del Camino Abajo, la fuente del Caño Roto, la de la Lastra, la del Camino a Portugal, la del tío Melecio, o la del Arrabal sólo tenía que parar y bajar de la caballería preparar el costal con la boca bien abierta, meter la raspa dentro ya que los conejos, liebres y otros seres comedores de las hierbas de monte bajo como si fueran en procesión o romería iban entrando y allí se quedaban ya que una vez lleno sólo tenía que asegurar la boca con un cordel. “Madre, diga usted si miento”. También y por abreviar las miles de historias que causaban regocijo entre los oyentes comentaba que el mejor método para cazar perdices era con pimienta molida y granos de trigo: en un fardel llevaba siempre granos de trigo con pimienta negra molida y cuando llegaba a los campos donde las perdices se contaban por cientos sólo tenía que poner unos cuantos granos del cereal junto a unas piedras de las que abundaban por allí de tal manera que las perdices cuando comían un grano con el picor de la pimienta estornudaban y sin remedio daban con su pico y cabeza contra las piedras con lo que suficientemente desorientadas era fácil cogerlas por el cuello y al morral. Volvía siempre a su letanía: “Madre, diga usted si miento”. La madre, asentía y callaba. Según mi padre, las pocas veces que comió en casa de su tía y primo jamás hubo otra vianda que patatas con bacalao, patatas con verduras o huevos estrellados con patatas. Las patatas de aquella casa debían contener alguna sustancia que se trastocaban en conejos o perdices a conveniencia.

El gallo de Caifás

Alguna vez he comentado que algunos gallos son descendientes directos de aquel que tuvo al pobre de san Pedro pesaroso el resto de su vida por mor de unas negaciones de las que ya había sido avisado: “¡No conozco al hombre! Y en seguida cantó el gallo.” (Mateo 26:74) Ya que estaban en casa de Caifás el gallo debía de ser suyo. A partir de aquel momento para el bueno de san Pedro oír cantar un gallo era como para los millones de trasnochadores, por mor de la programación de las televisiones, escuchar el despertador un lunes, martes, miércoles… por la mañana a cualquier hora. Lo más lógico es que a los despertadores los hubieran apodado gallos de Caifás con lo que se conseguían varias cosas: no tener mala conciencia cuando lo convirtiéramos en caldo y maldecir, con fundamento, a un individuo traidor y alevoso como cualquier buen despertador que se precie.

Madre, diga usted si miento (1)

En todas las familias, por muy cortas que sean, siempre hay alguien que le sobra fantasía y que encuentran oyentes en cualquier lugar. Tuvo mi padre un primo o tío, carnal al parecer, que jamás usó de escopeta ni cualquier otra arma de fuego porque el maestro le había dicho que las armas las carga el diablo y él con el diablo no quería tener nada que ver; de hecho se pasó toda la vida opositando para sacristán, oficio al que no pudo acceder por un su abuelo algo ateo o descreído según entonces abundaba la fama. Pero las historias que Chán, o Sebastián, contaba eran muy otras ya que presumía de haber sido el mejor cazador de piezas menudas de la comarca: conejos a cientos, perdices sin cuento, palomas torcaces, tordos, gorriones, codornices, erizos, lagartos, ranas, sardas, anguilas, angulas, barbos, tencas, salmones y en años de necesidad, primero los gatos y después los perros pero nunca las ratas a nadie explicó tamaña discriminación. Si su madre estaba presente, siempre con el salmo en los labios: “Madre, diga usted si miento”. La madre, asentía y callaba.

Comer de restaurante

El mirlo empapado por la lluvia, con su trino fue capaz de tener al abad Ero, trescientos años a la intemperie, ensimismado. Me pregunto qué sombra de nube en forma de rapaz voladora o gatuna pudo provocar una nota discordante en el canto del ave e interrumpir el arrobamiento del buen abad.
(Hay eruditos que tienen encendidas y, a veces, enconadas discusiones sobre la naturaleza del avecilla si ruiseñor o verderón o incluso una urraca o grajo educados en el canto en un buen conservatorio de pago, que no todo iban a ser milagros.)
Lo cierto es que el prodigio más grande de todos fue que tanto el abad como el ave se alimentaran del aire. Como descubra la fórmula algún cocinilla moderno estaremos perdidos ya que sin provocarlos y por tanteo nos llenan los platos de aire y espumas varias. ¡Que san Ero los alimente 'a pan y agua' y a nosotros nos ayude con la factura!

Recuerdos de hace cincuenta años


Dado lo tiquismiquis que casi todo el personal del mundo es, es posible que lo que voy a contar pueda parecer extraño. Internos en un colegio, creo que el curso de bachillerato era tercero, un día a media mañana nos llevaron a la capilla y después de un extraño ritual nos nombraron caballeros como a don Quijote en la venta, pero en serio. Teníamos nuestra cruz mitad blanca, mitad negra; símbolo total de la caballeresca medieval y en lugar de darnos con la espada en el hombro nos entregaron un cíngulo de la castidad y un, de lo que ahora llaman, pin y que nosotros llamábamos insignia. Estaba bien pensado no sea que a las dulcineas del mundo les diera por enredar y en aquel momento no era el caso ni la cosa.

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