Vida es esperanza de José María Valverde (1926-1996)

Basta de razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda,
nada de marcha triunfal, ni cortejo, ni viejas espadas;
en espíritu unidos, en miseria y en ansias y lengua,
siervos dispersos, rumiando, lo más, un pasado de mito,
bajo los ojos de Dios, los de lengua española, ¿qué somos?
¿Qué hemos dejado en su libro, qué cuentas, qué penas?
Si algo supimos cantar de su gloria en el mundo,
mucho pecamos alzando la cruz como espada (gritaba
el obispo del Cid, al galope: Ferid, caballeros,
por amor de … el Criador, dice el texto Pidal; caridad,
Per Abbat; ¿qué es peor?), y hasta hoy día retumban Cruzadas.
Pague, Señor, cada cual su pecado, y el pueblo,
víctima siempre, se libre de deuda y castigo.
¿De qué sirve el destello del Siglo de Oro al cansado?
¿Y Don Quijote y el buen gobernador Sancho Panza,
de qué, al que no sabe leer ni esperar en un sueño?

Nuestra gente habla y dice: «trabajo», «mañana», «pues claro»,
«los chicos», «es tarde», «el jornal», «un café», «no se puede»;
no hay ni cultura europea ni estirpe latina en sus bocas,
sólo el escueto ademán del que afianza la carga en los hombros.
El que es siervo no habla español, ni habla inglés, ni habla nada;
su palabra es la mano de un náufrago que se agarra a las olas,
y las cosas le pesan y embisten sin volverse lenguaje.
Nadie cree ya en pueblos-Mesías, «destinos», «valores»;
la tierra es un solo clamor, y el niñito en Vietnam o en el Congo
Llora lo mismo que el niño en Jaén o en los Andes.
Pero el rico es más fuerte que nunca, y su miedo le hace
más hábil y duro, y pretende cerrar el mañana;
se arman los créditos, vuelan alarmas por radio, y, en tanto,
se amontona la cólera sacra de pueblos y pueblos.
Y algo se mueve también, con palabra española,
y suena a menudo: «esto no puede seguir así», o algún viejo
proverbio con nuevo sabor como: «no hay mal que cien años dure».
Y hasta si fuera a valer para un poco de paz y justicia,
más valdría borrar nuestra lengua, nuestro ser, nuestra historia.
La esperanza nos llama a poner nuestra voz en el coro
que para todos exige la escasa ración que nos debe la vida,
en la historia del hombre, en su ambiguo avanzar, malo y bueno,
trabajando y cayendo, pero acaso ayudando a los pobres,
hasta entrar bajo el juicio secreto, el amor enigmático,
la memoria de Dios donde un día las lenguas se fundan …


José María Valverde (1926-1996) 

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