El día 11 de Abril, entre dos y tres de la tarde, creímos oír diez cañonazos hacia la parte de San José de Casignán. Resonaban lejanos y parecían de alto calibre, así es que mi gente se volvió como loca al escucharlos, porque sólo podían atribuirse a la llegada de una fuerte columna de socorro; pero cuando este regocijo subió de pronto, rayando en el frenesí y enajenándonos a todos, fue cuando por la noche vimos que un proyector eléctrico dirigía sus luces desde la bahía sobre la iglesia, como buscándonos para recogernos y ampararnos.
Aquello era la salvación tanto tiempo buscada en las soledades marinas, y el goce que sentimos sólo puede ser comparado al que deben de experimentar los infelices que se hunden por momentos, viendo súbitamente rasgarse la neblina y aparecer junto a la proa de su barco la playa fácil, cubierta de árboles y sonriente de promesas.
No hay duda, nos dijimos, fuerzas por tierra y un vapor de guerra con otras para desembarcar y rescatarnos; tan luego como sea de día emprenderán el movimiento, y antes de las diez ya los tenemos a nuestro lado victoriosos, despejado el asedio y terminada esta insoportable resistencia.
Creo inútil decir que aquella noche no hubo individuo allí que no estuviese de centinela voluntaria, husmeando el ambiente, acechando y comentando los más ligeros ruidos que llegaban del enemigo y esperando el amanecer con la natural impaciencia que puede suponerse.
El sitio de Baler
Saturnino Martín Cerezo, 1904
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