5 abril
Estuve con Melecio en lo de Muro a ver parcelas. Al llegar, el hombre se puso de recordatorios, y que hay que ver lo que habíamos furtiveado allí los dos, treinta años atrás. Que todavía se recordaba de la perdiz aquella que tropezó con el cable del tendido y se quebró un ala, y del zarapito que bajó de las nubes el año de la nieve. ¡La madre que le echó! Este Melecio tiene una memoria de elefante.
La parcelilla, con media docena de pinos y cuatro carrascas, se deja ver. Y andábamos así, mirándola, cuando me entró el apuro, tomé el portante y, sin encomendarme a Dios ni al diablo, me llegué a las oficinas, firmé unas letras, aflojé el bolso, y a otra cosa, mariposa. Ya soy propietario. Me quedé más ancho que largo pero Melecio, que es hombre cabal, se hacía de cruces y que compraba parcelas como quien compra cacahuetes. Traté de animarle para que se quedara con la vecina pero, lo que él dijo, para venir ¿con quién? Con la flauta, le dije entonces, por decir algo; aquí sonaría de maravilla. Pero él que la flauta era animal de interiores, que se acatarraba con el sereno. Me dejó parado como siempre que sale con esas peteneras.
Diario de un jubilado por Miguel Delibes
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