Algunos hechiceros, como es sabido, tienen tetillas adicionales

Algunos hechiceros, como es sabido, tienen tetillas adicionales; otros al simple contacto del dedo de un demonio, quedan afectados de insensibilidad en una o más pequeñas zonas del cuerpo en las cuales el pinchazo de una aguja no les produce dolor ni promueve derrame alguno de sangre. Grandier no tenía ni pezones ni tetas extra; ergo debía de llevar en alguna otra parte de su persona esas señales especiales por medio de las cuales pone su rúbrica el diablo. Pero ¿en qué parte se hallaban tales improntas? No más tarde del 26 de abril la priora había dado la respuesta. Tenía cinco marcas en total: una en la espalda, en el sitio mismo donde son marcados con hierro candente los criminales; dos más en las nalgas, muy cerca del ano, y una en cada testículo.
A fin de verificar la exactitud de esa declaración, se le ordenó al cirujano Mannoury que hiciese una pequeña vivisección. En presencia de dos boticarios y varios doctores Grandier fue despojado de sus ropas, afeitado todo su cuerpo, vendados sus ojos y sistemáticamente pinchado hasta el mismo hueso con un estilete largo. Diez años antes, en el salón de Trincant, el párroco se había mofado de ese burro ignorante y fatuo. Ahora el burro, aprovechando la ocasión, procuraba su venganza. El dolor era terrible y los alaridos del preso se oían a través de las ventanas, no obstante hallarse tapiadas. Abajo, en la calle, una multitud de curiosos se hacía compacta, a medida que crecían los alaridos de dolor. En el sumario oficial de cargos por los cuales fue condenado Grandier consta que, debido a la gran dificultad de localizar las pequeñas áreas de insensibilidad, solamente fueron descubiertas dos de las cinco que señaló la madre priora. Para Laubandemont, sin embargo, aquellas dos eran más que suficientes.

Aldous Huxley, Los demonios de Loudun,


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