Jueves, 27 de abril
Todo siguió igual hasta el amanecer. El cielo entero estaba cubierto de nubes aisladas, que se rozaban unas a otras, y de las cuales una parte se disolvía en la capa superior de la atmósfera, mientras la otra bajaba tan hirsuta y cenicienta que a cada momento esperábamos verla bajar en forma de lluvia.
Jueves, 27 de abril
Los delgados hilos de las estelas de los cirros estaban en calma en la parte superior del cielo; en paralelo al horizonte avanzaban hacia ellos filas completas de cúmulos, unos encima de otros hasta dos y tres veces, algunos se compactaban en masas gigantescas, y, mientras en su ribete superior no dejaban de deshilacharse al internarse en la atmósfera, la parte inferior se mantenía siempre más pesada, con forma de estrato, cenicienta y opaca, descendía y amenazaba lluvia.
Johann Wolfgang von Goethe, El juego de las nubes, Traducción: Isabel Hernández,
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