Le había cegado el brillo de una sencilla recompensa

La noche del 8 al 9 de abril de 1863, un fuerte temporal azotó las playas andaluzas. En la playa de Conil apareció, a poca distancia, una goleta, casi desmantelada. La pareja de guardias formada por Atilio Campos y Francisco Villorín lograron aprestar una barquichuela y acudir en socorro de los náufragos. Fueron recompensados con una cruz sencilla de María Luisa. Un año más tarde, en una noche de tormenta, fue hallado muerto, ahogado, en la playa, el guardia Villorín. Estaba sin guerrera y descalzo y se supuso que se había lanzado en socorro de alguna persona. No era así. Era algo más. Se supo después que Villorín había tomado la costumbre de acudir a la playa en los días de marejada. Le había cegado el brillo de una sencilla recompensa, el honor de su sacrificio.

Cuerda de presos
Tomás Salvador, 1953

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