Claro está que si después no acierto con la forma, mi fracaso de artista será patente

¿21 de abril, 1970?
Tengamos paciencia, Gonzalo. No sé qué día es hoy, pero sé que es domingo, que hace un tiempo perro y que todo pensamiento de salir de casa es pura hipótesis. Por otra parte, no tengo necesidad ninguna de salir: he regresado a las tres después de haber almorzado con Rosa y Raúl Castagnino y justamente la nota que voy a grabar se refiere a la comida: ellos me invitaron, yo les guie a un restaurante bastante bueno que hay en la carretera de Schenectady; allí estuvimos un buen par de horas, retenidos en parte por el tiempo y en parte por la conversación; y es curioso, porque el mayor espacio lo consumió mi narración de la Saga. Yo no sé cómo salió la conversación; me preguntó Raúl qué es lo que estaba haciendo ahora, y le di una explicación somera. Me dijo entonces que se la hiciese más amplia, lo que hice fue exponerle la totalidad de los materiales con que cuento, más o menos. La explicación me salió elocuente, detallada y precisa, quizá no tan buena como la que hice hace un mes, o quizás algo más, a Tim y a Jeffrey en el restaurante de «Sears»; no sé si de «Sears», pero, en fin, en un restaurante que hay allí, en Colony. Los dos, Rosa y Raúl, me escucharon con mucha atención y con bastante entusiasmo, a la vista de los materiales, y además comprendieron perfectamente cuál es mi propósito. Pero Raúl me dijo con mucho tino que la dificultad que le veía era la de dar a todo eso una forma adecuada, y a mí no me costó ningún trabajo confesarle que era precisamente mi problema: que lo había ensayado y redactado hasta un número de páginas muy crecido; que me resultó inútil y que de aquello ha sobrevivido, qué sé yo, una quinta parte, y que lo que hago ahora realmente, aunque mi preocupación sea acumular datos y notas de materiales, es andar buscándole la pista a la forma que no aparece, a la forma exigida por los materiales mismos, al tipo de narración, y, sobre todo, al tipo de construcción: para lo cual no tengo un modelo ni hay razón por qué tenerlo: el verdadero modelo de cualquier novela es la novela misma, es lo que debe ser la novela: no un modelo ajeno a ella. Se habla mucho del «modelo», pero yo no sé si he pensado con profundidad suficiente en el tema: recuerdo ahora, en cambio, algo de Ortega y Gasset que yo no me acuerdo cómo es textualmente, pero que venía a decir con cierta aproximación que cada obra lleva inscrita su propia perfección, su propio modelo, y que es mejor o peor según se acerque o se aparte de ese ideal. Lo que pasa es que a mí la palabra ideal no me gusta. En fin, que estoy bastante animado porque por lo menos confieso que he jugado un poco, porque al darme cuenta del interés de Rosita y de Raúl, eché mano de todos mis recursos imaginativos y retóricos, y les hice una exposición de la cual estoy realmente contento. Claro está que si después no acierto con la forma, mi fracaso de artista será patente; pero, en fin, el hecho es que de momento estoy animado y vamos a ver cuántos días me dura el ánimo. No hay que pensar en cenar fuera de casa, de manera que voy a ver qué víveres tengo en la cocina, lo que puedo hacer con ellos y a ver si me acuesto temprano, que mañana tengo clase y otras muchas cosas que hacer.

Gonzalo Torrente Ballester
Los cuadernos de un vate vago



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