—A casa del juez Cunningham, en Broadlawns, en la Ruta del Árbol Solitario.

Otro día y otra noche pasaron a la eternidad del pasado.
La noche del lunes, 19 de abril, la Luna se elevó por encima de Richbell en medio de un cielo completamente sereno. El tren de las 9,25 de la Gran Central llegó a las diez y cuarto. Philip Knox y su esposa fueron los únicos pasajeros que se apearon en aquella estación.
—Alguien me ha dicho —observó Judy— que no había habido tanta sensación periodística desde el asesinato de Dot King hacia los veinte. ¿Quién era Dot King?
—No conozco todos los detalles. Supongo que el fantasma de Margery Vane no podrá escucharnos. No le gustaría verse alistada entre las prostitutas de gran estilo.
—¿No hubo una prostituta llamada Lizzie Borden?.
—No, el caso de Lizzie Borden fue diferente. La cuestión tan discutida entonces —continuó Knox, mientras descendían la escalinata de la estación—, fue si ella había o no empuñado el hacha. Aunque esto no importa ahora. Si al menos tenemos la suerte de encontrar un taxi… ¡Taxi!
En el bordillo se hallaba un «Pontiac» color crema, de la compañía Summit Cabs.
—Exactamente igual —comentó Judy— al que cogimos anoche en Nueva York. ¡Lástima haber gastado tanto dinero!
El conductor, sin chaqueta debido a la cálida noche, se asomó por la ventanilla.
—¿Adónde van?
—A casa del juez Cunningham, en Broadlawns, en la Ruta del Árbol Solitario. ¿Conoce el sitio?
—Cerca del parque de atracciones, ¿eh?
—Yo viví por allí una temporada, pero no recuerdo exactamente aquel paraje. ¿Hay un parque de atracciones?
—Seguro, se llama «Tierra de Ensueños». Este invierno estuvo cerrado y lo reinauguran mañana, un día antes que la Exposición Universal. ¿No querrán ir allí, verdad?
—No, sólo a casa del juez Cunningham. De paso, no obstante, pare un momento delante del teatro «Máscara».
—¿El teatro, eh? —repitió el chófer, a punto de arrancar—. ¡Vaya negocio el de esta noche! ¡Fabuloso!
—¿Ha ido alguien a ver el debut?
—¿Alguien? ¡Lleno hasta los topes! Jamás vi a tanta gente junta desde la llegada del general Eisenhower en el año cincuenta y dos. Y también muchos periodistas y fotógrafos. Como en la première de una película con ocho Oscars.
Lo cual se puso de manifiesto unos instantes más tarde. Por toda la avenida Richbell se destacaba el letrero que anunciaba el debut de la compañía.
LOS COMEDIANTES DE MARGERY VANE
presentan
a
BARRY PLUNKETT Y ANNE WINFIELD
en
ROMEO Y JULIETA
con la colaboración extraordinaria de
KATE HAMILTON
Mientras Judy entraba en la cafetería más cercana a tomarse un helado, pues afirmó necesitarlo, Knox penetró en el teatro. El vestíbulo se hallaba engalanado con las fotografías de Anne Winfield, Barry Plunkett y Kate Hamilton. Connie Lafarge, muy encendida de mejillas y elegante con su vestido negro de gala adornado con cequíes, estaba en el bien iluminado salón de descanso.

John Dickson Carr

La muerte acude al teatro
Gideon Fell 

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