Sin haber conseguido aquel día la entrevista, Nejliúdov regresó a su casa. Inquieto por la idea de entrevistarse con ella, Nejliúdov caminaba por las calles recordando ahora no el juicio, sino sus conversaciones con el fiscal y los directores de las cárceles. El hecho de intentar la entrevista con ella, el haber confesado su intención al fiscal, así como haber estado en dos cárceles, le había excitado de tal forma que tardó mucho en tranquilizarse. Al llegar a su casa, buscó enseguida su Diario —que no había tocado desde hacía mucho tiempo—, leyó algunos pasajes, y anotó lo siguiente: «Hace dos años que no escribo en el Diario y pensaba que ya no volvería nunca a esta chiquillada. Pero realmente no se trataba de una chiquillada, sino de una charla conmigo mismo, con ese yo verdadero y divino que tiene cada hombre. Durante todo el tiempo ese yo estaba dormido, y no tenía con quién hablar. Le ha despertado el acontecimiento insólito del 28 de abril, en el Tribunal donde fui jurado. En el banquillo de los acusados la he visto a ella, a aquella Katiusha que seduje, con un guardapolvo de presidiaria. Por una extraña confusión y por una equivocación mía, la han condenado a trabajos forzados. Acabo de estar con el fiscal y en la cárcel. No me han dejado verla, pero he decidido hacer todo lo posible por conseguirlo, pedirle perdón y reparar mi culpa, aunque tenga que casarme con ella. ¡Señor, ayúdame! Me encuentro muy bien, y siento alegría en el alma».
Resurrección
Lev Tolstói, 1899
Traducción: Víctor Andresco
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