El 17 de abril de 1863 se debatió en la Cámara
de los Diputados la interpelación presentada por el siciliano Luigi La Porta.
Dice La Porta: «Entre las personas cuyas viviendas fueron registradas la misma
noche que detuvieron a los acusados estaba el príncipe de Sant’Elia, senador
del Reino. Su casa fue registrada como lo fueron las de los otros, pero el
príncipe no fue arrestado; y mientras que contra los demás se incoaba un
proceso, el príncipe se paseaba por Palermo la semana antes de Pascua en representación
del rey, como ya hizo una vez. Así, la opinión pública piensa: si la justicia
se ha equivocado con el príncipe de Sant’Elia, se equivocará también con los
demás… Yo estoy deseando que se celebre el juicio».
Nosotros tememos, y
con bastante fundamento, que la opinión pública, al menos en Palermo,
discurriese de manera diametralmente opuesta a la que su señoría La Porta le
atribuye (y siempre, claro está, con «vagos rumores»), a saber: que el príncipe
era culpable, y «todos los demás» también, y que era lo de siempre, lo que
nunca dejaría de ser: el príncipe quedaba libre y era honrado, y «todos los
demás» iban a la cárcel. Y además del diputado La Porta, los que también
estaban deseando que la instrucción acabara y el caso pasase a los tribunales
eran Giacosa y Mari, aunque suponemos que lo que aquel mismo día se dijo en el
parlamento debió de acabar definitivamente con sus esperanzas. El inefable
ministro Pisanelli, que formalmente defendió a los dos jueces de los ataques de
Crispi (que había criticado la forma como fue instruido el caso y el que se
implicara a personas de cuya inocencia se ofrecía garante, sin incluir por lo
visto a Sant’Elia), ya estaba pensando en «trasladarlos» (entonces el ministro
de Justicia tenía poder para hacerlo). Mari aceptaría el «traslado» y Giacosa
volvería al Piamonte, donde seguiría ejerciendo libremente la abogacía, oficio
que tres años antes había abandonado.
En un momento de su
intervención, Francesco Crispi había dicho: «Creo que seguirá siendo un
misterio y jamás sabremos lo que realmente ocurrió».
Así se disponía a
gobernar Italia.
Leonardo
Sciascia
Los
apuñaladores
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