Algarrobo (4) - Amanecer

AMANECER
Resbala el Sol naciente en la curva del río
y enaltece el trigal con su aureola,
tamo oloroso y leve que tiembla en la ventana.
Columnillas de humo hacia el fondo del valle
huelen a miel, a hierba mojada, a pan caliente,
a cecina, a hojas muertas esponjadas y húmedas,
a leña de cerezo, de algarrobo, de olivo;
abre como un breviario la guarnicionería
con su aroma de yute, de cinchas aceitadas.
El eco de la luz designa tu cintura
y recobro en tu piel los colores del sueño:
perfume de milhojas, de marquesas de coco,
pomas de chocolate con su pezón de guinda.
La campana impaciente tañe gotas de cera
y nos llama al sacrificio más goloso:
aroma de tu sexo entre las sábanas
—corazón encendido en caridad, quemando
con su rubia corona de rizadas espinas—,
bendición candeal para cruzar el tiempo
hacia el jirón de fe que ondea en los almiares.

Guillermo Carnero
Verano inglés, Abril 1997-Abril 1998

Muchos son los lectores de poesía que esperaban un nuevo libro de Guillermo Carnero desde que en 1990 publicó Divisibilidad indefinida. Nueve años después, probablemente nueve años de reflexión, vuelve a la poesía con este esperado y hermoso Verano inglés, en el que mantiene las características distintivas de su obra, iniciada en 1967 con Dibujo de la Muerte: la equivalencia de la motivación biográfica y la cultural, entrelazadas en una síntesis mutuamente iluminadora; la riqueza y la precisión de un lenguaje forjado en la tradición barroca y simbolista; el enfoque tanto emocional como reflexivo de un discurso que vuelve sobre sí mismo para interrogarse sobre su propia naturaleza y razón de ser.
Si Divisibilidad indefinida introducía en la trayectoria de su autor una novedad destacable, el intimismo directo con que algunos de sus poemas exponían su meditación sobre la soledad y el desengaño, Verano inglés prolonga esa evolución, que ha dado a la poesía de Guillermo Carnero mayor capacidad de comunicación y ha hecho más accesible su verdad emocional. Este nuevo libro relata una historia de amor, con los matices que el más radical de los sentimientos adquiere en esa edad mediana que está a un paso de la vejez: la iluminación por unas ilusiones que pueden ser las últimas, la plenitud intelectual y física compartida, el inevitable fracaso y la renuncia. Comienza en un ambiente de pintura erótica de los siglos XVIII y XIX, y termina con la sobriedad ascética de un Zurbarán sin Dios, y sin más consuelo que la belleza inanimada del arte y la triste hazaña de la escritura.

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