Iba vestida discretamente, con un traje sastre negro. Pero el pelo lo llevaba muy arreglado, sujeto por una flor gris, realzado por peinetas de oro; había puesto todo su cuidado en fijar el frágil peinado, un largo y espeso mechón negro que, al pasar junto al rostro, acentuaba la mirada clara, la hacía más inmensa, aun más afligida, y lo que sólo hubiera debido ser rozado por la mirada, que no podía dejarse al viento, sin que se destruyera, hubiera debido —Lol lo adivinaba— aprisionarse en un velo oscuro, para que llegado el momento oportuno fuera el único que malograra y destruyera la admirable sencillez, un solo gesto y entonces quedaría bañada en la caída de su cabellera, de la que Lol se acuerda de repente y vuelve a verla luminosamente yuxtapuesta a ésta. Se dice entonces que un día u otro se vería en la obligación de cortarse esa cabellera, la cansaba, amenazaba con encorvar sus hombros debido al peso, con desfigurarla debido a su volumen demasiado importante para sus ojos tan grandes, para su rostro tan menudo, de piel y de huesos tan finos. Tatiana Karl no se ha cortado el cabello, ha sostenido el desafío de tener demasiado.
¿Era así Tatiana, aquel día? ¿O un poco, completamente diferente? También llevaba los cabellos sueltos, a la espalda, llevaba ropas claras. No sé más.
Intercambiaron algunas palabras y se marcharon por ese mismo bulevar, más allá del paseo.
Caminaban a un paso uno del otro. Apenas hablaban.
Creo ver lo que Lol V. Stein debió de ver:
Entre ellos hay una armonía sorprendente que no procede de un conocimiento mutuo sino, precisamente al contrario, de su desprecio. Ambos tienen la misma expresión de consternación silenciosa, de miedo, de profunda indiferencia. Al acercarse, van más deprisa. Lol V. Stein acecha, los incuba, fabrica a esos amantes. Su aspecto no la engaña. No se aman. ¿Qué tiene que decir al respecto? Otros lo dirían, al menos. Ella, en cambio, no habla. Les unen otros lazos que no son los del sentimiento, ni los de la felicidad, se trata de otra cosa que no prodiga ni pena ni gloria. No son felices ni infelices. Su unión está hecha de insensibilidad, de un modo generalizado y que aprehenden momentáneamente, cualquier preferencia está proscrita. Están juntos, dos trenes que se cruzan muy de cerca, el paisaje carnal y vegetal es parecido a su alrededor, lo ven, no están solos. Se puede pactar con ellos. Por caminos contrarios han llegado al mismo resultado que Lol V. Stein, ellos a fuerza de hacer, de decir, de probar, de equivocarse, de irse y de volver, de mentir, de perder, de ganar, de avanzar, de volver otra vez, y Lol a fuerza de nada.
Hay una plaza por ocupar, que no logró cubrir en T. Beach, hace diez años. ¿Dónde? No quiere esta localidad de la ópera de T. Beach. ¿Cuál? Tendrá que contentarse con ésta para lograr por fin abrirse paso, avanzar un poco más hacia esa orilla lejana donde habitan los demás ¿Hacia qué? ¿Cuál es esa orilla?
El alto caserón, estrecho, en otro tiempo debió de ser bien una caserna, bien un edificio administrativo cualquiera. Una parte sirve de depósito de autobuses. La otra, es el Hôtel des Bois, de mala reputación pero el único al que las parejas de la ciudad pueden ir seguras. El bulevar se llama bulevar Des Bois, del que dicho hotel es el último número. En la fachada, hay una hilera de alisos muy viejos, algunos de ellos desaparecidos. Detrás se extiende un gran campo de centeno, llano, sin árboles.
Todavía hay sol en estas campiñas llanas, en estos campos.
Lol reconoce ese hotel por haber estado en él con Michael Richardson durante su juventud. Sin duda, ha llegado a veces hasta ahí durante sus paseos. Ahí fue donde Michael Richardson le hizo su juramento de amor. El recuerdo de la tarde invernal también ha sido sepultado en la ignorancia, en la lenta, cotidiana glaciación de S. Tahla bajo sus pasos.
Es una joven de S. Tahla quien, en este lugar, ha empezado a acicalarse —debió de durar meses— para el baile de T. Beach. Es desde ahí desde donde partió hacia el baile.
Lol pierde algún tiempo en el bulevar des Bois. No vale la pena seguirles desde el momento en que sabe adónde van. Su gran temor es ser reconocida por Tatiana Karl.
Cuando llega al hotel ya han subido.
Lol espera, en la calle. El sol se pone. Llega el crepúsculo, enrojecido, indudablemente triste. Lol espera.
Lol V. Stein está detrás del Hôtel des Bois, apostada en la esquina del edificio. El tiempo pasa. Ignora si son aún las habitaciones que dan al campo de centeno las que se alquilan por horas. Ese campo a unos metros de donde se halla, se sumerge, se sumerge cada vez más en una sombra verde y lechosa.
Una ventana se ilumina en el segundo piso del Hôtel des Bois. Las mismas habitaciones de su época.
La veo llegar. Muy deprisa, alcanza el campo de centeno, se deja deslizar, se encuentra sentada, se tiende. Ante ella, esa ventana iluminada. Pero Lol se halla lejos de su luz.
Marguerite Duras
El arrebato de Lol V. Stein
Todos saben que la extraña locura de Lol V. Stein tuvo su inicio en la sala de baile del casino municipal de T. Beach, donde su prometido sucumbió al hechizo de otra mujer. Todos piensan que Lol, quien asistió impávida al prolongado abrazo de ambos, no pudo resistir el abandono, el desamor. Todos se equivocan.
Han pasado diez años. Lol V. Stein se ha casado, se ha ido a vivir muy lejos, ha tenido hijos y parece completamente restablecida de su pasada postración. Ahora vuelve a S.Tahla, su ciudad natal, por donde realiza diariamente largos paseos. Allí reencuentra a Tatiana Karl, una antigua amiga de la infancia. A través de ella y de su amante, Jacques Hold —narrador de esta historia—, Lol intentará reconstruir las piezas del drama de amor absoluto e imposible que provocó su arrebato aquella noche de baile, en el casino de T. Beach.
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