EL ÁRBOL DE NAVIDAD, UN PROTAGONISTA MATERIAL
Es complicado determinar dónde arranca y cuándo el árbol de Navidad. Las noticias directas son pocas y las costumbres precristianas relacionadas con los árboles y los bosques tantas que los estudiosos no se ponen de acuerdo. Sin embargo, en lo que todos parecen coincidir es en su origen pagano, muy ligado a las celebraciones del solsticio de invierno y al «combate» contra la muerte que este suponía para la naturaleza.
Hemos citado ya en el apartado relacionado con la tradición de colocar pesebres, al inicio de esta parte del libro, la gran importancia que las culturas precristianas concedían a la madera como símbolo de vida, pues en su interior se hallaba luz y calor. Prácticamente todos los pueblos de Europa, pero especialmente los del Norte, creían, aún en la Edad Media, que dentro de cada árbol habitaba un espíritu y que llegado el otoño, cuando el árbol, habitualmente un roble, perdía sus hojas era porque el espíritu había abandonado su seno. Era común el que tales seres fuesen considerados benéficos, por lo que una vez al año los campesinos se dirigían al bosque con obsequios que depositaban al pie de los árboles, pidiendo a sus moradores protección para ellos, sus familias, ganados y cosechas. Llegado el solsticio de invierno, cuando los días comenzaban a alargarse, aquellos hombres adornaban con cintas, piedras de colores u hojas verdes las desnudas ramas del roble, en un intento de animar así el retorno del espíritu arbóreo, el rebrote de la planta y, en general, una nueva floración de la naturaleza.
Pero, además, las plantas y árboles de hoja perenne eran estimados como auténticos amuletos contra la mala suerte, las brujas o los demonios. Las acículas del boj, el enebro, la pícea, el alerce, el acebo, el pino o el abeto servían de auténticos escudos contra estos seres maléficos. Y no era solamente su capacidad para herir o pinchar, sino su color. El verde es el signo de la vida en la naturaleza, tono propio de la primavera y el verano frente a los colores apagados del invierno. Los árboles y arbustos perennifolios simbolizaban el triunfo de la existencia. El escritor John Stow, en una de sus obras, nos ofrece una imagen de Londres en el siglo XV, en tiempo de Navidad. La importancia que sus habitantes concedían a estos elementos de la naturaleza, como amuletos ante el mal y propiciadores de un buen año, es muy evidente.
Es complicado determinar dónde arranca y cuándo el árbol de Navidad. Las noticias directas son pocas y las costumbres precristianas relacionadas con los árboles y los bosques tantas que los estudiosos no se ponen de acuerdo. Sin embargo, en lo que todos parecen coincidir es en su origen pagano, muy ligado a las celebraciones del solsticio de invierno y al «combate» contra la muerte que este suponía para la naturaleza.
Hemos citado ya en el apartado relacionado con la tradición de colocar pesebres, al inicio de esta parte del libro, la gran importancia que las culturas precristianas concedían a la madera como símbolo de vida, pues en su interior se hallaba luz y calor. Prácticamente todos los pueblos de Europa, pero especialmente los del Norte, creían, aún en la Edad Media, que dentro de cada árbol habitaba un espíritu y que llegado el otoño, cuando el árbol, habitualmente un roble, perdía sus hojas era porque el espíritu había abandonado su seno. Era común el que tales seres fuesen considerados benéficos, por lo que una vez al año los campesinos se dirigían al bosque con obsequios que depositaban al pie de los árboles, pidiendo a sus moradores protección para ellos, sus familias, ganados y cosechas. Llegado el solsticio de invierno, cuando los días comenzaban a alargarse, aquellos hombres adornaban con cintas, piedras de colores u hojas verdes las desnudas ramas del roble, en un intento de animar así el retorno del espíritu arbóreo, el rebrote de la planta y, en general, una nueva floración de la naturaleza.
Pero, además, las plantas y árboles de hoja perenne eran estimados como auténticos amuletos contra la mala suerte, las brujas o los demonios. Las acículas del boj, el enebro, la pícea, el alerce, el acebo, el pino o el abeto servían de auténticos escudos contra estos seres maléficos. Y no era solamente su capacidad para herir o pinchar, sino su color. El verde es el signo de la vida en la naturaleza, tono propio de la primavera y el verano frente a los colores apagados del invierno. Los árboles y arbustos perennifolios simbolizaban el triunfo de la existencia. El escritor John Stow, en una de sus obras, nos ofrece una imagen de Londres en el siglo XV, en tiempo de Navidad. La importancia que sus habitantes concedían a estos elementos de la naturaleza, como amuletos ante el mal y propiciadores de un buen año, es muy evidente.
Durante la Navidad, todas las casas, así como las iglesias parroquiales, se engalanaban con acebo, hiedra, laurel y cualquier planta verde que se encontrase en aquella época del año. En la calle, las fuentes y los postes estaban adornados del mismo modo.
John Stow, The Survey of London, 1598
La integración de estos signos favorecedores dentro del mundo cristiano debió de ser sencilla. Cuenta una historia que san Bonifacio (680-754), el evangelizador de Alemania, al observar la devoción que por un árbol determinado tenían los habitantes del norte de Europa, tomó un hacha y lo cortó. Este representaba al Yggdrasil, el gran árbol del universo de la mitología nórdica, en cuya copa moraban los dioses, en el Asgard, al contrario que en sus raíces, donde se encontraba el Helheim o reino de los muertos. San Bonifacio plantó en su lugar un pino, árbol de hoja perenne dotado de los significados que ya hemos comentado, adornándolo con manzanas y velas, que representaban el pecado original y la redención de Cristo, respectivamente.
Sabemos que en pleno Medievo el 24 de diciembre era el día de Adán y Eva, y que las gentes del pueblo, o quizás un grupo de actores o clérigos, representaban la historia del Jardín del Edén que se narra en el Génesis (2, 17-23). Antes de la función, los actores recorrían la ciudad, junto con «Adán», llevando consigo un árbol adornado con manzanas, el Árbol de la Vida. El alzamiento del Árbol del Paraíso en la jornada previa a la Navidad se generalizó rápidamente. Las manzanas que colgaban recordaban el fruto que Eva ofreció a su compañero, según el relato bíblico. Llegada la noche, y tras la celebración de la Misa del Gallo, el árbol del pecado se convertía en árbol de la salvación pues, una vez había comenzado la Navidad, las ramas se iluminaban con velas. Cristo, como nuevo Adán, había inaugurado una nueva humanidad, transformando la muerte en vida y la oscuridad en luz. El árbol se remataba con la estrella de Belén, un signo más de la luz que brilló y condujo en la oscuridad a pastores y Magos hasta el portal de Belén.
Algunos estudiosos hablan de triunfo del abeto frente al roble gracias a su forma triangular, que evocaba la Santísima Trinidad. El vértice superior recordaría a Dios Padre y los dos inferiores a Dios Hijo y a Dios Espíritu Santo. Otros, simplemente, consideran que el abeto se extendió debido a razones históricas que veremos más adelante.
En cualquier caso, a mediados del siglo VIII se cortó en Alemania el primer abeto al que se denominó «Árbol del niño Jesús» como un elemento más de las celebraciones navideñas. De él se colgaban dulces y manzanas principalmente, siendo la primera noticia escrita del «Árbol de Navidad» del año 1184, en Alsacia. Algunos otros estudiosos dicen que, plenamente definido, con sus frutas y luces de adorno, apareció en esta misma región europea en el siglo XIV y se difundió paulatinamente por Alemania. Las bolas de colores y la colocación del belén a sus pies llegarán siglos después.
Francisco José Gómez
Breve historia de la Navidad
La Navidad y su celebración son una constante en nuestra cultura desde hace más de mil quinientos años. Sin embargo, y hasta llegar a nuestras elaboradas tradiciones actuales, el camino recorrido ha sido largo, y las influencias recibidas muy variadas. Partiendo del mundo pagano, y de los inicios del cristianismo, que orientó su sentido profundo, en cada período histórico las cuestiones religiosas, las vicisitudes políticas, el folclore y las costumbres populares propias de las naciones cristianas y la actuación de determinados personajes dieron forma y enriquecieron estas fiestas que, al paso de los siglos, a su carácter de expresiones de fe sumaron una rica cultura en tomo a ellas.
Breve historia de la Navidad expone el origen, la evolución y la propia crónica de tales festejos y de sus prácticas características; presenta época a época las ceremonias, protagonistas y usos que la caracterizaron y aborda los episodios históricos navideños más notables, además de muchos otros aspectos de diversa índole. Y así, mediante el estudio de las fuentes escritas, y del material visual que se facilita, por estas páginas discurren protagonistas, sucesos, tradiciones y anécdotas que han configurado la celebración de la Navidad.
Emperadores y leyes, papas y ceremonias, campesinos y tradiciones ancestrales, espíritus y festejos paganos, belenes y abetos, magos y villancicos tienen cabida en esta obra que ofrece una visión completa y cronológica de las fiestas navideñas. Un libro ameno y riguroso de historia, que parte del siglo I y llega a nuestros días, para cualquiera que quiera conocer uno de las manifestaciones fundamentales de nuestra cultura, la Navidad.
Sabemos que en pleno Medievo el 24 de diciembre era el día de Adán y Eva, y que las gentes del pueblo, o quizás un grupo de actores o clérigos, representaban la historia del Jardín del Edén que se narra en el Génesis (2, 17-23). Antes de la función, los actores recorrían la ciudad, junto con «Adán», llevando consigo un árbol adornado con manzanas, el Árbol de la Vida. El alzamiento del Árbol del Paraíso en la jornada previa a la Navidad se generalizó rápidamente. Las manzanas que colgaban recordaban el fruto que Eva ofreció a su compañero, según el relato bíblico. Llegada la noche, y tras la celebración de la Misa del Gallo, el árbol del pecado se convertía en árbol de la salvación pues, una vez había comenzado la Navidad, las ramas se iluminaban con velas. Cristo, como nuevo Adán, había inaugurado una nueva humanidad, transformando la muerte en vida y la oscuridad en luz. El árbol se remataba con la estrella de Belén, un signo más de la luz que brilló y condujo en la oscuridad a pastores y Magos hasta el portal de Belén.
Algunos estudiosos hablan de triunfo del abeto frente al roble gracias a su forma triangular, que evocaba la Santísima Trinidad. El vértice superior recordaría a Dios Padre y los dos inferiores a Dios Hijo y a Dios Espíritu Santo. Otros, simplemente, consideran que el abeto se extendió debido a razones históricas que veremos más adelante.
En cualquier caso, a mediados del siglo VIII se cortó en Alemania el primer abeto al que se denominó «Árbol del niño Jesús» como un elemento más de las celebraciones navideñas. De él se colgaban dulces y manzanas principalmente, siendo la primera noticia escrita del «Árbol de Navidad» del año 1184, en Alsacia. Algunos otros estudiosos dicen que, plenamente definido, con sus frutas y luces de adorno, apareció en esta misma región europea en el siglo XIV y se difundió paulatinamente por Alemania. Las bolas de colores y la colocación del belén a sus pies llegarán siglos después.
Francisco José Gómez
Breve historia de la Navidad
La Navidad y su celebración son una constante en nuestra cultura desde hace más de mil quinientos años. Sin embargo, y hasta llegar a nuestras elaboradas tradiciones actuales, el camino recorrido ha sido largo, y las influencias recibidas muy variadas. Partiendo del mundo pagano, y de los inicios del cristianismo, que orientó su sentido profundo, en cada período histórico las cuestiones religiosas, las vicisitudes políticas, el folclore y las costumbres populares propias de las naciones cristianas y la actuación de determinados personajes dieron forma y enriquecieron estas fiestas que, al paso de los siglos, a su carácter de expresiones de fe sumaron una rica cultura en tomo a ellas.
Breve historia de la Navidad expone el origen, la evolución y la propia crónica de tales festejos y de sus prácticas características; presenta época a época las ceremonias, protagonistas y usos que la caracterizaron y aborda los episodios históricos navideños más notables, además de muchos otros aspectos de diversa índole. Y así, mediante el estudio de las fuentes escritas, y del material visual que se facilita, por estas páginas discurren protagonistas, sucesos, tradiciones y anécdotas que han configurado la celebración de la Navidad.
Emperadores y leyes, papas y ceremonias, campesinos y tradiciones ancestrales, espíritus y festejos paganos, belenes y abetos, magos y villancicos tienen cabida en esta obra que ofrece una visión completa y cronológica de las fiestas navideñas. Un libro ameno y riguroso de historia, que parte del siglo I y llega a nuestros días, para cualquiera que quiera conocer uno de las manifestaciones fundamentales de nuestra cultura, la Navidad.
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