—Postdata de la carta —prosiguió Barère—: No hicimos prisioneros, porque ya no los hacemos.

Siete mil campesinos han atacado Vannes; los hemos rechazado y han dejado en nuestro poder cuatro cañones.
—¿Y cuántos prisioneros? —interrumpió una voz.
—Postdata de la carta —prosiguió Barère—: No hicimos prisioneros, porque ya no los hacemos.
Marat continuaba absorto, sin escuchar, como abismado en hondas reflexiones.
Tenía en la mano un papel que arrugaba entre sus dedos, en el que, de haberse desdoblado, se habrían leído estas líneas, redactadas de puño y letra de Momoro, y que eran posiblemente la respuesta a una pregunta formulada por Marat:
Nada puede hacerse contra la omnipotencia de los comisarios delegados, sobre todo contra los delegados del Comité de Salud Pública. Génissieux dijo bien en la sesión del 6 de mayo: “Cada comisario es más que un rey”. Sus frases no han producido el menor efecto. Tienen el poder de la vida o la muerte. Massade en Angers, Trullard en Saint-Amand, Nyon cerca del general Marcé, Parrein en el ejército de Sables, Millier en el de Niort; son todopoderosos. El club de los jacobinos ha llegado a nombrar a Parrein general de brigada; las circunstancias lo permiten todo. Un delegado del Comité de Salud Pública tiene en jaque a un general en jefe.
Marat acabó de arrugar el papel y tras metérselo en la faltriquera, se aproximó lentamente a Montaut y Chabot, que continuaban discutiendo y no lo habían visto entrar.
—Maribon o Montaut —decía Chabot—, escucha: vengo del Comité de Salud Pública.
—¿Y qué hacen?
—Han encomendado a un clérigo la vigilancia de un noble.
—¡Ah!
—Un noble como tú.
—¡Yo no soy noble!
—Guardado por un clérigo…
—Como tú —lo atajó Montaut.
—Yo no soy clérigo —dijo Chabot, y ambos se echaron a reír.
—Concreta el hecho —le urgió Montaut.
—El hecho es el siguiente. Un cura llamado Cimourdain ha sido nombrado delegado con plenos poderes cerca de un vizconde llamado Gauvain que manda la columna expedicionaria del ejército de la costa. Se trata de impedirle al noble que nos haga alguna trampa y al cura que nos haga traición.
—Es muy sencillo —repuso Montaut—. No hay más que hacer que la muerte se mezcle en la aventura.
—Para eso estoy yo aquí —dijo Marat.
Los otros dos levantaron la cabeza.
—Hola, Marat. Poco te dejas ver en las sesiones —dijo Chabot.
—Mi médico me ha recetado baños.
—Desconfía de los baños —le aconsejó Chabot—. Séneca murió en uno.
—Chabot, aquí no hay ningún Nerón —sonrió Marat.
—Estás tú —exclamó una voz seca.
Era Danton, que se dirigía a su banco.

Victor Hugo
El noventa y tres

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