¿Le llegaban a Kafka las cartas de Milena a su domicilio familiar o prefería recibirlas en la oficina? Él le mandaba a ella las suyas a la lista de correos de Viena, para que no las viera su marido. Leyendo tantos libros yo no sabía de verdad nada. No sabía que Milena Jesenska era algo más que la sombra a la que se dirigen las cartas de Kafka o que transita a veces por las páginas de su diario, sino una mujer valerosa y real que se labró obstinadamente su destino en contra de las circunstancias hostiles y de un padre tiránico, escribió libros y artículos a favor de la emancipación humana y amó pasionalmente a varios hombres, que siguió escribiendo con gallardía temeraria cuando los nazis ya estaban en Praga y fue detenida y enviada a un campo de exterminio, donde murió el 17 de mayo de 1944, veintidós años después que el hombre cuyas cartas leía yo en mi oficina, y que tal vez habría muerto en la cámara de gas, igual que sus tres hermanas mayores, si no lo hubiera matado la tuberculosis.
Vivía rodeado de sombras que suplantaban a las personas reales y me importaban más que ellas y paladeaba nombres de ciudades en las que no había estado, Praga o Lisboa, o Tánger, o Copenhague, o Nueva York, de donde me llegaban las cartas, mi nombre y la dirección de esa oficina escritos en los sobres con una caligrafía que nada más verla era para mí no sólo el anticipo sino también la sustancia de la felicidad. Guardaba en un cajón de mi mesa las Cartas a Milena, y a veces lo llevaba conmigo en el bolsillo para el viaje en autobús. Alimentaba mi amor de la ausencia de la mujer amada y de los ejemplos de amores fracasados o imposibles que había conocido en el cine y en los libros. Mano dispensadora de la felicidad, dice Franz Kafka en una carta de la mano de Milena, y esa mano de una mujer que yo entonces no sabía que había muerto en un campo de exterminio era también la mano recordada y ausente que escribía mi nombre en los sobres llegados de América.
Vivía escondido en las palabras escritas, libros o cartas o borradores de cosas que nunca llegaban a existir, y fuera de aquel ensueño, de aquella oficina que concordaba conmigo más que mi propia casa y era, de una manera rara y oblicua, mi domicilio íntimo, no sólo el lugar donde trabajaba y donde recibía cartas, fuera de mis imaginaciones y del espacio desastrado y más bien vacío que limitaban sus paredes, el mundo era una niebla confusa, una ciudad que yo veía tan desde fuera como si no viviese en ella, igual que hacía mi trabajo con tanta indiferencia como si en realidad no fuera yo quien se ocupara de él. Mi vida era lo que no me sucedía, mi amor una mujer que estaba muy lejos y quizás no volviera, mi verdadero oficio una pasión a la que en realidad no me dedicaba, aunque me llenase tantas horas, aunque hubiera empezado a publicar con seudónimo algún artículo en el periódico local, teniendo luego la sensación de que era una carta dirigida a nadie, si acaso a unos pocos lectores tan aislados como yo en nuestra provincia melancólica, en nuestra rancia lejanía de todo, de la verdadera vida y de la realidad que contaban los periódicos de Madrid, en los que la gente parecía existir con más fuerza indudable que nosotros.
Leía en Pascal: Mundos enteros nos ignoran.
Antonio Muñoz Molina
Sefarad
En estas páginas Primo Levi, Franz Kafka, Evgenia Ginzburg, Milena Jesenska, Dolores Ibárruri o Walter Benjamin mezclan sus tragedias con las de personajes ficticios. Todos ellos comparten un estigma: un día despiertan convertidos en lo que otros cuentan de ellos, en lo que alguien que no les ha conocido cuenta que le han contado, en lo que alguien que les odia imagina que son. Perseguidos por la infamia y arrojados de su casa y de su país, se ven obligados a abandonar sus vidas.
Sefarad, nombre que en la tradición hebrea se da a España, designa aquí todos los exilios posibles. El Holocausto y el nazismo, el Gulag, la guerra civil española, el Imperio austrohúngaro, la Inquisición y la expulsión de los judíos articulan a través de cada capítulo una sinfonía en la que la idea coral es una sola: la intolerancia, la persecución y la irracionalidad que asolan la historia de la humanidad, y que dan lugar al título.
Antonio Muñoz Molina nos ofrece una aproximación al mundo de los excluidos a través de este homenaje a la memoria.
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