Al salir de México descubrió que su figura intelectual no tenía las dimensiones que él le atribuía

Los años de desencanto, de frustraciones y rencores, los posteriores a la derrota electoral de 1929, cuentan determinantemente en la gestación y el contenido del relato que poco después emprendería de su vida. Al salir de México descubrió que su figura intelectual no tenía las dimensiones que él le atribuía, engañado por la soberbia convicción de su grandeza, la ciega devoción que le rendían sus discípulos y colaboradores más cercanos y, también, por el elogio de algunos intelectuales extranjeros invitados a México durante su gestión ministerial. Su fuerte no era el diálogo, no lo había sido nunca. Uno de los pocos amigos de juventud que osó tratarlo en el momento de sus grandes triunfos con la familiaridad de años atrás, cuando las legendarias reuniones del Ateneo de la Juventud, fue Alfonso Reyes, quien en un breve periodo de correspondencia especialmente activa, se permitió aconsejarle: «… entretanto estoy en conversación contigo; estoy releyendo cosas tuyas, pues quiero empaparme de un golpe en todo lo que has publicado, antes de continuar con los estudios indostánicos. Debo hacerte dos advertencias que mi experiencia de lector me dicta: primera, procura ser más claro en la definición de tus ideas filosóficas, a veces sólo hablas a medias. Ponte por encima de ti mismo: léete objetivamente, no te dejes arrastrar ni envolver por el curso de tus sentimientos. Para escribir hay que pensar con la mano también, no sólo con la cabeza y el corazón; segunda, pon en orden sucesivo tus ideas: no incrustes la una en la otra. Hay párrafos tuyos que son confusos a fuerza de tratar cosas totalmente distintas, y que ni siquiera parecen estar escritos en serio. Uno es el orden vital de las ideas, el orden en que ellas se engendran en cada mente (y ése sólo le interesa al psicólogo para sus experiencias), y otro el orden literario de las ideas: el que debe usarse, como un lenguaje o común denominador, cuando lo que queremos es comunicarlas a los demás». A partir de esos consejos directos y cordiales comunicados en una carta del 25 de mayo de 1921, la correspondencia baja de temperatura, hasta reducirse por muchos años a un intercambio de tarjetas formalmente amistosas.
En España, ya en el exilio, visita a José Ortega y Gasset, quien lo recibe en su despacho acompañado de algunos discípulos cercanos. Poco antes de morir, Vasconcelos expresó su decepción ante el encuentro: «No me hizo buena impresión ni yo a él». No podía haber diálogo: el instrumental filosófico del mexicano, un compuesto de vitalismo, energía irracionalista, Bergson, hinduísmo, Schopenhauer, refutaciones a Nietzsche, mesianismo, exaltación dionisiaca, concepciones todas ellas decimonónicas, extraídas a veces de tratados de segunda clase, de ninguna manera se conciliaba con el discurso filosófico que Ortega se había propuesto introducir en España a través de la Revista de Occidente. En Buenos Aires, una de sus otrora plazas fuertes, fue considerado por los escritores modernos como figura del todo prescindible, personaje pintoresco, atrabiliario y obsoleto. Sus viejos amigos liberales y socialistas ya no le interesaban y el grupo de Sur, donde se movían como peces en el agua sus compañeros del Ateneo, Reyes y Henríquez Ureña, representaba para él esa casta de literatos «preocupados por las quisquillas del estilo», a quienes detestaba. Comenzó a recorrer el mundo como un fantasma, y ese sentimiento tiñe vivamente la carga emocional y conceptual que reproducen las memorias.

Sergio Pitol
El arte de la fuga
Trilogía de la memoria (Sergio Pitol) - 1


En El arte de la fuga, como en la música, los temas son retomados y respondidos, reemprendidos y modificados, no por distintas voces en este caso, sino en distintos tonos que se contrastan y conviven armónicamente: así pasamos del recuerdo de infancia al diario de escritura, del retrato a la crítica literaria, del cuento a la crónica. Capaz de todos los temas y tonos, en este libro Pitol es un lector maravilloso y un narrador de primer orden. Con una nueva libertad, goza de relatarnos lo que piensa y de pensar cómo relata él y cómo relatan otros, a más de establecer un interesantísimo registro de su evolución como escritor, en la que participan la cercanía de otros escritores, la lectura y la traducción de grandes obras, el viaje y la estancia en distintos países, y los ingratos avatares del nuestro.

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