INSTALADA RED DE BALIZAS EN LA COSTA DE DEAUVILLE

Uno
FENNERS POINT

Los muertos no existen salvo en nosotros.
MARCEL PROUST
Al llegar a Fenners Point la carretera del condado efectúa un giro brusco hacia el oeste, alejándose de la costa en dirección a Deauville. En el vértice de la curva, del lado que da al mar, junto al arcén, hay una placa de metal que dice:
CEMENTERIO DANÉS
Debajo, una flecha de color verde señala el comienzo de un sendero que se adentra en un bosque de pinos. Al cabo de unas doscientas yardas, la arboleda se abre a una explanada desde la que se domina la mancha ilimitada del Atlántico. En Fenners Point la costa alcanza una altura vertiginosa, formando una sucesión de acantilados que culminan en dos salientes conocidos como la Horquilla del Diablo. Allí los farallones caen a pico sobre un archipiélago de arrecifes negros, contra los que bate incesantemente el oleaje.
El punto desde donde mejor se aprecia el perfil de Fenners Point es la boca norte de un túnel excavado en roca viva por el que atraviesa la carretera, al borde mismo del océano. Allí se inicia una sucesión de bóvedas gigantescas que se alejan litoral arriba. En numerosos puntos, los delgados paladares de piedra parecen estar a punto de desplomarse sobre el vacío. Abajo, entre peñascos que la labor conjunta del tiempo y el oleaje ha ido desgajando de la orilla, se divisa una lengua de arena blanca, inaccesible por tierra y por mar. Desde no hace muchos años, al caer la noche, parpadea entre las aguas un reguero de luces que alerta a las embarcaciones del peligro que encierran las costas de Fenners Point. Sólo desde que se instaló entre los arrecifes aquella telaraña de señales luminosas, se interrumpió la aciaga sucesión de naufragios cuyo recuerdo seguirá vivo aún por muchos años entre las poblaciones aledañas a la Horquilla.
Cuando empecé a ordenar los papeles de Gal Ackerman, me tropecé con el recorte de una noticia publicada en la Gaceta de Deauville con fecha del 7 de junio de 1965. Dice así:
INSTALADA RED DE BALIZAS EN LA COSTA DE DEAUVILLE
El pasado viernes 4 se procedió a la instalación de un sistema de señales luminosas en la llamada Horquilla del Diablo, en Fenners Point. Dada la peligrosidad de las aguas, hubo que esperar a que las condiciones meteorológicas fueran favorables. Poco antes del mediodía, dos helicópteros procedentes de la base naval de Linden Grove se situaron sobre la broa y procedieron a efectuar una inspección visual de los arrecifes. Inmovilizados en el aire, a escasa distancia de las olas, de las puertas de cada aparato se lanzaron dos cabos por los que descendieron ágilmente trabajadores especializados que portaban instrumentos de precisión.
Se me escapó una sonrisa. Daba igual que la noticia viniera sin firmar. Al menos para mí, el autor era inconfundible.
Con notable rapidez, los especialistas apuntalaron una veintena de barras de acero en la parte superior de las rocas de mayor altura. Cada una de las balizas va rematada por una punta luminosa que se mantiene activa por medio de una señal de radio. Una caravana de vehículos oficiales observó la operación desde la carretera. Al cabo de algo más de media hora durante la que el eco que levantaban las aspas de los helicópteros al estrellarse contra las paredes de piedra se mezclaba con el fragor del oleaje, se izaron las sogas, y recogiendo su carga humana, los aparatos se alejaron, tableteando a lo largo de la costa. Desde entonces, cuando cae la oscuridad, los arrecifes adquieren un aspecto sobrenatural. Con esta operación, tantas veces retrasada, las autoridades confían en dotar al litoral del condado de un nivel de seguridad más adecuado…
He vuelto muchas veces después a Fenners Point, recorriendo en solitario el camino que llega hasta los acantilados, y he de decir que el espectáculo más enigmático no son las luces que destellan entre los arrecifes por la noche. En la explanada situada entre el pinar y el borde del océano hay un pequeño cementerio, vallado por una pared de piedra. Para acceder, basta con empujar la verja de hierro de la entrada. Dentro hay una capilla abandonada y, desperdigadas frente a ella, un puñado de lápidas. Salvo una, todas son anónimas y no llevan más adorno que una cruz, esculpida en la superficie de mármol. Junto a la puerta de la capilla hay una placa con la siguiente inscripción:
IN MEMORIAM
El 19 de mayo de 1919 se estrelló contra los arrecifes de Fenners Point el carguero Bornholm, de la Marina Real Danesa. Se recuperaron sólo trece cuerpos que no fue posible identificar. Los demás descansan para siempre en el fondo del océano. Se ruega una oración por sus almas.
Consulado General de Dinamarca,
Ciudad de Nueva York
21-IX-1919


Eduardo Lago
Llámame Brooklyn


Cuando Gal Ackerman muere, su amigo Nestor Oliver Chapman intenta reconstruir, partiendo de unos cuadernos dispersos, una novela inconclusa, que finalmente es la que nosotros acabamos leyendo, para con ese acto cerrar el frustrado proceso de escritura. Se trata de la historia de un hijo de brigadistas estadounidenses que, con el tiempo, descubre que sus padres eran otros, una vallisoletana y un italiano que luchó en España durante la Guerra Civil. En realidad, Llámame Brooklyn pretende ser una historia de equívocos y fracasos, de amores desgraciados y soledad, aunque ante todo es un canto a la amistad, con el aliento coral de una ciudad como Nueva York, donde no existen los extranjeros, donde nada cobra una forma determinada, como le sucede a esta novela, cuya estructura temporal fluctúa constantemente, mezclando tiempos y espacios, personajes y situaciones.

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