4. STEFAN ZWEIG A HERMANN HESSE
Viena, 2 de marzo de 1903
Estimado señor Hesse:
Créame que, a pesar de que entre su carta y la mía media todo un mes, he pensado muy a menudo en usted. He leído con mucho cariño su Hermann Lauscher y le agradezco de corazón este libro. Mientras leía el principio, pensé para mis adentros: «Qué contento estarías ahora si no tuvieras en las manos un librito tan delgado, sino uno mucho más grueso, si esto no fuera más que un fragmento: el primer capítulo de una novela. ¡Entonces sí que podríamos felicitarnos realmente!». Pero ¡quién sabe!: lo que aún no es, bien podría llegar a ser algún día.
Y opino que no debería mostrarse usted tan inconforme con su vida, si ésta le ha concedido escribir este libro. Si fuera yo quien quisiera reunir ahora, a toda prisa, mis vivencias infantiles, habría en ellas soles y nubosidades, pero jamás tendrían aquella luz pura y apacible que la embriagadora naturaleza le ha obsequiado a usted. El destino de una gran urbe puede tener el mismo carácter trágico, pero nunca la misma grandeza. Yo, aquí, también suelo apartarme de los caminos de la literatura. Creo —o por lo menos ésa fue mi impresión en Berlín— que en el extranjero se imaginan la literatura austríaca como una enorme mesa de café alrededor de la cual permanecemos sentados todos, día tras día. Ahora bien, yo, por ejemplo, no mantengo una relación estrecha ni con Schnitzler, ni con Bahr, ni con Hofmannsthal, ni con Altenberg; es más, a los tres primeros ni siquiera los conozco. Recorro mis caminos por el campo con algunos autores más silenciosos: Camill Hoffmann, Hans Müller, Franz Karl Ginzkey, un poeta franco-turco, el doctor Abdullah Djaddet Bey, y algunos pintores y músicos. Creo que, en el fondo, todos nosotros —y con «nosotros» me refiero a los que sentimos esta afinidad— vivimos de un modo parecido. Yo también he prodigado, y no poco, la vida, sólo me falta ese último desbordamiento: el de la embriaguez. En cierto modo, siempre permanezco sobrio, algo que Georg Busse-Palma, el más grande juerguista de nuestros días, jamás me pudo perdonar. Creo que ya no estará en mi mano aprenderlo, porque la capacidad para la profundidad en todas las cosas se me hace cada día más extraña: si los nuevos poemas no fueran para mí más valiosos que los de mi libro de poemas Silberne Saiten, un poco acuosos y demasiado llanos, pensaría que me estoy volviendo trivial.
¡Y para colmo tengo que practicar la ciencia! Ahora trabajo como un clemente para acabar el año que viene, de una vez por todas, con lo del título de Doctor philosophiæ, y así poder arrojarlo a mis espaldas como si se tratase de unos molestos harapos. Esta es, tal vez, la única cosa que hago para complacer a mis padres, en contra de mi propio yo. Me siento totalmente aniquilado de tanto quemarme las cejas, algo que sólo interrumpo de vez en cuando para pasar alguna noche de locura, pero nunca para divertirme o liberarme; espero poder imponer en casa el consentimiento para ir, en Pascua, por diez días a Italia. He aprendido italiano y estoy ávido de ver los cuadros de Leonardo, que sé que me encantarán, a pesar de que hasta ahora los conozco sólo a través de reproducciones.
Una carta suya, apreciado señor Hesse, me proporcionará un gran contento, y cuanto más pronto, mejor. No tome a mal que este servidor, que le saluda afectuosamente, haya dejado, a causa de su gris estado de ánimo, de darle las gracias anteriormente por sus líneas.
Suyo,
STEFAN ZWEIG
5. HERMANN HESSE A STEFAN ZWEIG
Basilea, 6 de marzo de 1903
Muy estimado señor:
Muchas gracias por su amable carta. Puesto que entiendo bastante bien la esencia de su persona, puedo imaginarme, en parte, su actual situación.
¡Lo que más me alegró de su carta es saber que desea viajar a Italia en Pascua! Diez días es realmente muy poco tiempo, pero, a pesar de eso, podrá usted ganar algunas experiencias magníficas. Ahora bien, apenas encontrará allí algún cuadro de Leonardo, y en cuanto a Milán, donde se encuentra el cenacolo del pintor, le desaconsejo ir, ya que como ciudad deja mucho que desear. La ciudad que le queda menos apartada de Viena es Venecia, y para diez días ésa sería la visita más bella, y la que merecería más la pena. Florencia está algo más lejos, aunque en primavera es incomparablemente hermosa. Yo mismo espero poder ir en mayo por algunos días a Venecia. Le encarezco que no haga por Italia un viaje apresurado e impulsado por motivos indefectibles, sino que se dedique más bien a vagar, aun cuando haciéndolo conozca sólo una única ciudad.
¿Me permitiría molestarle con un ruego que es muy importante para mí? Su amigo Hoffmann debería obsequiarme su Adagio un libro que adoro (de ser posible, en edición encuadernada, pero ¡en cualquier caso, con dedicatoria!). ¡Por ello les estaría agradecido de todo corazón, tanto a él como a usted!
Piense que yo también he tenido esa capacidad para embriagarme, pero casi la he perdido del todo. En cambio, de un tiempo a esta parte, la vida apacible de la naturaleza se me ha vuelto cada vez más familiar; en ella puedo perderme completamente de vez en cuando. Por eso espero con impaciencia el comienzo de la primavera. Cuando comienza la temporada de calor y uno puede permanecer echado sobre la hierba el día entero, o medio día, siento que ha llegado mi época, y sacrificaría toda la literatura por una nube hermosa o el trino de un ave.
Si viajase usted al sur, ¡piense en mí cuando esté allí y cólmese de luz y de calor!
Pienso en usted con afecto y le saludo una vez más. La brevedad de mis cartas no se debe a una falta de simpatía, sino al mal estado de mis ojos, que desde hace meses vienen deparándome continuas preocupaciones y tormentos.
Muy afectuosamente, suyo,
H. HESSE
Stefan Zweig & Hermann Hesse
Correspondencia
Edición al cuidado de Volker Michels
La correspondencia de Hermann Hesse con Stefan Zweig se extendió por un periodo de treinta y cinco años —a pesar de las reservas del primero a tratar con escritores—, hasta la muerte de este último en 1942. A través de estas cartas, el lector asistirá a la construcción de un pensamiento común entre estos dos grandes autores, comprometidos con la inequívoca defensa de la razón, del bien y de la humanidad en una época turbulenta, confirmando que no hay estética que pueda existir sin el armazón de un pensamiento ético que la sustente.
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