Así que mi primer plan es irrealizable.
—¿Cuál es el otro?
—Se lo comenté al señor Hamilton. Quiero abrir una librería en el Barrio Chino de San Francisco. Yo viviría en la trastienda, y mis días estarían llenos de discusiones y polémicas. Me gustaría tener en el almacén algunos de esos bloques de tinta, con dragones esculpidos, de la dinastía Sung. Las cajas que los contienen están comidas por la carcoma. Esa tinta está hecha con humo de madera de abeto y pegamento extraído únicamente de pieles de onagro. Cuando se trazan signos con esa tinta, puede ser que físicamente sea negra, pero el que la contempla queda persuadido de que tiene todos los colores del mundo. Vendrían pintores a comprarla y discutiría con ellos acerca de los diferentes métodos, y ellos regatearían el precio.
—¿También has abandonado esa idea? —preguntó Adam.
—No. Si usted está bien y se siente libre, me gustaría tener al fin mi pequeña librería, y morir en ella.
Adam permaneció sentado y silencioso, revolviendo el azúcar en el té caliente.
—Tiene gracia —dijo al fin—. Ahora resulta que desearía que fueses un esclavo para que pudiese negarme a tu petición. Claro que puedes irte, si lo deseas. Incluso te prestaré dinero para que establezcas la librería.
—Oh, ya lo tengo. Lo guardo desde hace mucho tiempo.
—Nunca se me había ocurrido que pudieses irte —observó Adam—. Daba por descontado que te quedarías para siempre. —Se encogió de hombros—. ¿Podrías esperar un poco?
—¿Por qué?
—Quiero que me ayudes a familiarizarme más con los chicos. Quiero arreglar el rancho, o tal vez alquilarlo o venderlo. Quiero saber cuánto dinero me queda y qué puedo hacer con él.
—¿No me estará tendiendo una trampa? —preguntó Lee—. Mi deseo ya no es tan fuerte como antes. Temo que usted intente disuadirme o, lo que es peor, retenerme aduciendo que me necesita. Le ruego que trate de no necesitarme. Es el peor cebo para un hombre solitario.
—Un hombre solitario. Debo de haber estado muy ensimismado para no haber pensado en eso —respondió Adam.
—El señor Hamilton ya lo sabía —dijo Lee. Levantó la cabeza y entornó sus gruesos párpados, hasta que apenas se veía el brillo de sus pupilas—. Nosotros, los chinos, tenemos un gran control sobre nuestras emociones —explicó—. No las mostramos. Yo quería al señor Hamilton. Me gustaría ir a Salinas mañana, si usted me lo permite.
John Steinbeck
Al este del Edén
Al este del Edén, epopeya de resonancia bíblicas que aborda aspectos de la condición humana como el bien y el mal o la vida como una lucha incesante, narra las vicisitudes de dos familias a lo largo de tres generaciones, entre la guerra de secesión y la primera guerra mundial, en el lejano valle Salinas, en la California septentrional.
Juan Ramón Santos lee "Meditaciones..."
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