Retrato de dama
Una joven, una muchacha quizá veinteañera, lee un libro sentada en una silla. O acaba de leer con avidez y ahora medita sobre lo leído. Es habitual que el lector se detenga de golpe porque en su mente se agolpan multitud de pensamientos relacionados con el libro. La lectora sueña, quizá compara el contenido del libro con sus propias experiencias, piensa en el héroe del libro, imaginándose a sí misma casi como la heroína. Pero ahora retornemos al cuadro, a la pintura. El cuadro es extraño y la pintura que alberga sutil y refinada, pues el pintor, en un arranque de hermosa valentía, ha traspasado los límites habituales y ha salido libre e impetuosamente a través de algo unilateralmente dado. Al retratar a la joven dama, plasma también la gentil y secreta ilusión de ésta, su pensamiento y fantaseos, su bonita, feliz presunción, creando por encima de la cabeza o cabecita de la lectora, a una suave y delicada distancia, casi como si fuera una quimera, una pradera verde coronada por soberbios castaños sobre la que yace, tendido con dulce sosiego bajo el sol, un pastor que parece asimismo leer un libro, pues no tiene otra cosa que hacer. El pastor lleva una chaqueta azul marino, y los corderos y ovejas pacen alrededor del satisfecho haragán, mientras las golondrinas vuelan por el cielo despejado de esa mañana estival. Por encima de las exuberantes y redondas copas de los árboles frondosos sobresalen finas puntas de abeto. El verdor del prado, intenso y cálido, habla un lenguaje romántico-aventurero, y un cuadro tan risueño incita a una atenta y callada contemplación. El pastor, en su verde y remoto prado, es sin duda feliz. ¿Lo será también la joven que lee el libro? Seguro que lo merece. Cualquier ser vivo en el mundo debería ser feliz. Nadie debería ser desgraciado.
Robert Walser
Ante la pintura. Narraciones y poemas
Robert Walser fue introducido por su hermano, el pintor Karl Walser, en el mundo del arte de Berlín, aunque también escribió sobre pintura después de su etapa berlinesa y visitó exposiciones en Berna y en Zúrich. Así surgieron prosas y poemas dispersos que conforman una especie de historia personal del arte: en unas ocasiones Walser se enfrenta a un cuadro de manera imaginativamente narrativa, pero en otras responde con un ensayo estricto o con una glosa más lúdica. Walser nunca se muestra académico, pues él considera que el arte es el reino incuestionable de la libertad.
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