Sayonara me enseñó que es muy duro ser bailarina japonesa y enamorarse de un oficial americano, luego decidí que nunca sería bailarina japonesa.

Mientras jugaba de modo tan absurdo con mis sentimientos, entró en escena un viejo espectro de la infancia, magníficamente convertido en jovencito cinéfilo. Regresaba sin advertencia previa aquel personaje a quien en otro tiempo di en llamar el Niño Limpio.
Se me apareció el espectro en el cine-club del S.E.U. la memorable noche del 4 de marzo de 1959. Fue el final perfecto para una jornada ideal. Por la tarde había disfrutado dos veces con el seductor programa doble formado por Sayonara y Las chicas de la Cruz Roja. Según observo en mis notas de entonces, las veía por sexta o séptima vez cada una. Mi reacción, tan favorable, demuestra que si alguien ansia recibir mensajes, los saca de cualquier parte. Sayonara me enseñó que es muy duro ser bailarina japonesa y enamorarse de un oficial americano, luego decidí que nunca sería bailarina japonesa. Las peripecias sentimentales de las señoritas postulantes en la fiesta de la banderita me demostraron que si en mi niñez hubiese sido honrado como ellas, entregando a los curas el dinero del Domund, me habría correspondido en la adolescencia un futbolista, un taxista o un locutor de televisión, que es aproximadamente lo que les tocó a ellas por recorrerse todas las calles de Madrid a los sones de aquella canción tan pegadiza sobre las muchachas bonitas que acababan de florecer tal día como aquél.
Por la noche me puse serio porque el cine-club del S.E.U. había conseguido una copia del filme de Eisenstein Tempestad sobre México. Por razones obvias, los organizadores no pudieron anunciarlo públicamente, obrando así a imitación del cine-club Monturiol, que se vio obligado a anunciar una proyección del Potemkin con el título Las escaleras de Odessa. Pese a tantos inconvenientes, la noticia de aquellas proyecciones corría de boca en boca. La noche del S.E.U. reinaba tal expectación que los organizadores se vieron obligados a celebrar tres proyecciones a puerta cerrada. Nos rogaron que no esperásemos en la escalera, por temor a que la policía sospechase que celebrábamos una manifestación no autorizada. Amparo y yo seguimos a otros espectadores dispersos por los bares de la Rambla a la espera de la siguiente proyección, que se celebraría de madrugada. Al volverme para curiosear entre mis compañeros, descubrí un rostro familiar, aunque lejano.
Más que un rostro era una circunferencia. Pertenecía a un adolescente con aspecto finústico. Pelo perfectamente cortado a la navaja. Traje gris y corbata impecable. Cartera de mano. Síntomas todos de los que bastan para caracterizar a un joven aseado.
¡Noche de grandes casualidades! El cine-club que nos ofrecía la limosna de un Eisenstein estaba dirigido por Sergio Schaaff, que muchos años después se convertiría en uno de mis grandes amigos o, mejor, en parte de mi entorno familiar, junto a los suyos. Aquella noche no me hubiera atrevido a dirigirle la palabra: había leído su nombre en crónicas sobre cine-amateur. En estas filas era una estrella y los jovencitos cinéfilos teníamos muy bien establecidas las jerarquías estelares. Mirábamos con auténtica reverencia a los entendidos, gentes de prestigio, a quienes observábamos como maestros potenciales, jamás como compañeros. Ni siquiera de charla. No me correspondía estar entre ellos.

Terenci Moix
El beso de Peter Pan
El peso de la paja - 2

El beso de Peter Pan, segundo volumen de las memorias de Terenci Moix, abarca el período 1956-1962 y muestra la caída de aquel niño disparatado del primer volumen en el infierno de la búsqueda de la identidad personal, cultural y erótica. Este nuevo enfrentamiento de Terenci Moix con sus fantasmas demuestra su dominio de los más variados registros y combina magistralmente el desgarro con el humor y el lirismo con el esperpento, en un conjunto presidido por los temas de la memoria y la fugacidad del tiempo. Junto a la terrible nostalgia por aquel adolescente triste, siempre en busca del amor ideal.
El beso de Peter Pan nos presenta su búsqueda de alimento espiritual en el contexto hostil y represivo de la España de la censura y del primer rock, hasta adquirir el valor de autorretrato de toda una generación. Si El peso de la paja 1, alcanzó un gran éxito de crítica y público, este nuevo volumen confirma que la obra memorialística de Terenci Moix es la verdadera columna vertebral de su trayectoria literaria, y uno de los grandes hitos del género en este fin de siglo.

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