Abedul (6) - Sin más parlamentos pasamos a la siguiente sala, cuyas repisas estaban cargadas de volúmenes antiguos

Sin más parlamentos pasamos a la siguiente sala, cuyas repisas estaban cargadas de volúmenes antiguos y con los rollos de papiros en los que se atesoraba la sabiduría más antigua de la tierra. Quizás la obra más valiosa de la colección, para un bibliomaníaco, fuera el Libro de Hermes. Sin embargo yo habría dado un precio superior a los seis libros de la Sibila que Tarquín se negó a comprar, y que el virtuoso me dijo que había encontrado personalmente en la cueva de Trofonio. Sin duda, esos viejos volúmenes contenían profecías sobre el destino de Roma, tanto respecto al declinar y la caída de su imperio temporal como al surgimiento de su imperio espiritual. Tampoco carecía de valor la obra de Anaxágoras sobre la Naturaleza, que se consideraba irrecuperablemente perdida, y los tratados perdidos de Longino, de los que podría aprovecharse la crítica moderna, y los libros de Livio que el estudioso clásico había lamentado durante tanto tiempo sin esperanza. Entre esos preciosos tomos vi el manuscrito original del Corán, y también el de la Biblia mormona con el autógrafo auténtico de Joe Smith. Estaba también allí el ejemplar de la Ilíada de Alejandro, guardado en el cofrecillo enjoyado de Darío, que olía todavía a los perfumes que guardaba en él el persa.
Al abrir un volumen con broche de hierro, encuadernado en cuero negro, descubrí que era el libro de magia de Cornelio Agripa; y todavía lo hacía más interesante el hecho de que entre sus páginas se hallaran apretadas muchas flores antiguas y modernas. Había una rosa del ramo de novia de Eva, y todas las rosas rojas y blancas recogidas en el jardín del Templo por los partidarios de York y Lancaster. Allí estaba la Rosa Silvestre de Alloway, perteneciente a Halleck. Cowper había contribuido con una Mimosa, y Wordsworth con una Eglantina, Burns con una Margarita de Montaña, y Kirke White con una Leche de Gallina, Longfellow con una Ramita de Hinojo, con sus flores amarillas. James Russell Lowell había dado una flor presionada, aunque todavía fragante, que había recogido a la sombra junto al Rin. Había también una ramita de Acebo perteneciente a Southey. Uno de los ejemplares más hermosos era una Genciana cairelada que había sido cogida y conservada para la inmortalidad por Bryant. De Jones Very, un poeta cuya voz apenas se oye entre nosotros por causa de su profundidad, había una Anémona y una Aguileña.
Cuando cerré el volumen de magia de Cornelio Agripa, cayó al suelo una carta vieja y enmohecida. Resultó ser autógrafa del Holandés Errante a su esposa. No pude quedarme más tiempo entre los libros, pues la tarde estaba terminando y quedaba todavía mucho por ver. Bastará simplemente con mencionar algunas curiosidades más. El cráneo inmenso de Polifemo era reconocible por el agujero cavernoso del centro de la frente, donde el gigante había tenido su único ojo. El tonel de Diógenes, el caldero de Medea y el jarrón de la belleza de Psique estaban colocados cada uno dentro del otro. A su lado estaba la caja de Pandora, sin la tapa, que contenía tan sólo el ceñidor de Venus, que había caído allí por descuido. Un manojo de varas de abedul que habían sido utilizadas por la maestra de Shenstone estaba atado con el ceñidor de la condesa de Salisbury. No sabía qué era más valioso, si un huevo de rocho tan grande como un tonel o la cáscara del huevo que Colón puso en su extremo. Posiblemente el artículo más delicado de todo el museo fuera el carro de la reina Mab, que estaba colocado bajo un vaso de cristal para protegerlo del contacto de los dedos entrometidos.
Había varias repisas ocupadas por ejemplares entomológicos. Como tenía muy poco interés por la ciencia, nada más observé el saltamontes de Anacreonte y un humilde abejorro que había dado el virtuoso Ralph Waldo Emerson.
En la parte del salón a la que llegamos en ese momento vi una cortina que descendía desde el techo hasta el suelo en voluminosos pliegues, de una profundidad, riqueza y magnificencia como nunca había visto igual. No podía dudarse que ese velo espléndido, aunque oscuro y solemne, ocultaba una parte del museo todavía más rica en maravillas que la que ya había recorrido; pero cuando intenté coger el borde de la cortina para hacerla a un lado, resultó ser una imagen ilusoria.
—No se sonroje —comentó el virtuoso—, pues esa misma cortina engañó a Zeuxis. Es la famosa pintura de Parrasio.

Nathaniel Hawthorne
Musgos de una vieja rectoría


Musgos de una vieja rectoría es una colección de relatos fantásticos del escritor norteamericano Nathaniel Hawthorne, publicada en 1846. La antología incluye varios cuentos inéditos de Nathaniel Hawthorne, y otros que ya habían pasado por la imprenta. La vieja rectoría o vieja mansión a la que hace referencia el título es un homenaje a The Old Manse, en Concord, Massachusetts, donde Nathaniel Hawthorne y Sophia Peabody vivieron los primeros tres años de matrimonio.

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