y ya no había nada después, sólo las hojas cuadriculadas

Dice Frasco que al final ya casi nunca escribía, o al menos no del modo obsesivo en que lo hizo durante las primeras semanas, y que incluso la pistola desapareció del escritorio y de su bolsillo, como si hubiera olvidado el miedo o ya no le importara. Casi al final, en el cuaderno azul, en las palabras de Frasco, el hombre a quien Minaya había perseguido y edificado hasta otorgarle un destino tan firme como las fechas de nacimiento y muerte que delimitaban su biografía, se escapaba de golpe y no dejaba tras de sí más que algunas notas triviales y el recuerdo de una tranquila indolencia, como un libro en cuyo mejor capítulo el impresor dejó por descuido algunas páginas en blanco: volvía luego, pero con otra voz y un rostro que en la imaginación de Minaya era tan desconocido como la frialdad de las últimas páginas de su diario, para contar la llegada de Beatriz a «La Isla de Cuba» y su partida hacia la serena certeza de la muerte que los estaba aguardando, a ella y a los dos hombres que la acompañaban, cuando cruzaron la puerta del cortijo y se internaron entre los almendros, y ya no había nada después, sólo las hojas cuadriculadas donde Solana no llegó a escribir sino la fecha exacta del último día de su vida, subrayada con un trazo firme de la pluma, como una larga rúbrica final: 6 de junio de 1947, madrugada, apenas veinticuatro horas después de que consignara la terminación del último capítulo de su libro. Pero del mismo modo que de aquellas páginas en las que se había resumido y salvado no quedaron para el porvenir instaurado en la primavera de 1969 por Minaya sino algunos fragmentos y borradores, tan difíciles de ordenar o explicar como los escombros de un templo enterrado, así las últimas horas de su vida se emboscaban en una oscuridad sólo parcialmente desvelada por el testimonio de Frasco, que no lo vio morir, que únicamente oyó los disparos y los gritos de quienes lo perseguían por los tejados del cortijo y la ladera fangosa del Guadalquivir y pudo ver, cercado por los fusiles de los guardias, cómo arrojaban su cadáver a un camión como un saco de barro.
«Yo había subido a Mágina», dijo Frasco, «para ver a mi madre y arreglar de camino con el administrador las cuentas de unos jornales, y cuando aquella noche llegué de vuelta al cortijo vi que había luz en la ventana de don Jacinto, pero no quise molestarlo, porque me imaginé que estaría escribiendo, así que encerré la muía en la cuadra y me fui a dormir y a eso de las cuatro o las cinco de la madrugada me desperté sudando de miedo porque había soñado que estaba otra vez en la guerra y que me mataban. Entonces oí disparos muy cerca y pasos que subían por las escaleras y tres civiles entraron en mi habitación derribando la puerta y me hincaron en el pecho los cañones de los fusiles mientras uno de ellos me ponía una linterna tan cerca de los ojos que yo no podía ver nada. Por sus gritos y por el modo en que me miraban y me golpeaban me di cuenta de que esta vez no querían asustar a don Jacinto o llevárselo a la cárcel, sino matarlo allí mismo como a una alimaña. Pero él se defendió, él mató a uno de ellos y hasta cuando ya lo habían herido de muerte debió esconderse en los cañaverales y siguió huyendo río abajo, porque tardaron varias horas en encontrar su cuerpo y el sol ya estaba alto cuando lo trajeron arrastrando por la orilla y lo tiraron al camión».

Antonio Muñoz Molina
Beatus Ille

Juego de falsas apariencias y medias verdades que terminan por desvelar una sola verdad última, Beatus Ille reveló a uno de los jóvenes narradores más rigurosos y mejor dotados de nuestra literatura actual.
Minaya es un joven estudiante, implicado en las huelgas universitarias de los años 60, que se refugia en un cortijo a orillas del Guadalquivir para escribir una tesis doctoral sobre Jacinto Solana, poeta republicano, condenado a muerte al final de la guerra, indultado y muerto en 1947 en un tiroteo con la Guardia Civil. La investigación biográfica permite a Minaya descubrir la huella de un crimen y la fascinante estampa de Mariana, una mujer turbadora, absorbente, de la que todos se enamoran. Envuelto por las omisiones, deseos y temores de los habitantes del cortijo, Minaya se acerca lentamente hacia la verdad oculta. La indagación del protagonista de Beatus Ille permite al autor una delicada evocación literaria, de impecable belleza expresiva, con técnica segura y eficaz, de una época, de una casa y los personajes que en ella viven y se esconden.



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