es el figmento, la hipótesis elaborada a los sesenta años de lo que podría haber pensado a los diez

Han pasado otros días (¿cinco, siete, diez?) en que los recuerdos se amalgaman, y quizá es algo positivo, porque lo que a mí me ha quedado ha sido, cómo diría yo, la quintaesencia de un montaje. He pegado testimonios desiguales, cortando, enlazando, ya sea por natural secuencia de ideas y emociones, ya sea por contraste. Lo que me ha quedado ya no es lo que he visto y oído en estos días, ni siquiera lo que podía haber visto y oído de niño: es el figmento, la hipótesis elaborada a los sesenta años de lo que podría haber pensado a los diez. Poco, para decir «sé que pasó eso», bastante para exhumar, en hojas de papiro, lo que presumiblemente podía haber sentido entonces.
Volví al desván, y empezaba a temer que de mis cosas del colegio no hubiera quedado nada, cuando me llamó la atención una caja, cerrada con esmero, en la que se veía el rótulo «Primaria y Bachillerato Yambo». Había otra con «Primaria y Bachillerato Ada». Pero no tenía que reactivar también la memoria de mi hermana. Con la mía tenía bastante.
Quería evitar otra semana de tensión alta. Llamé a Amalia e hice que me ayudara a transportar la caja al despacho del abuelo. Luego pensé que la primaria y los primeros años del bachillerato debí de cursarlos entre el 37 y el 45, y bajé también las cajas donde ponía «Guerra», «Años Cuarenta» y «Fascismo».
En el despacho, lo vacié todo y lo ordené en varios estantes. Libros de primaria, manuales de historia y geografía de bachillerato, y muchos cuadernos, con mi nombre, el año y la clase. Había muchos periódicos. Parece ser que el abuelo, desde la guerra de Etiopía en adelante, conservó los números importantes, el del histórico discurso del Duce sobre la conquista del Imperio, el de la declaración de guerra del 10 de junio de 1940, y mucho más, hasta el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima y el final de la guerra. Además, había postales, carteles, folletos, algunas revistas.
Decidí proceder con el método de un historiador, esto es, controlando los testimonios mediante un cotejo recíproco. Es decir, si leía libros y cuadernos de cuarto grado, 1940-1941, hojeaba los periódicos de los mismos años y, en la medida de lo posible, ponía en el tocadiscos las canciones de esos mismos años.

Umberto Eco
La misteriosa llama de la reina Loana


Es triste despertarte una mañana en una cama de hospital y ser incapaz de reconocer a tu mujer y a tus hijos, abrir los ojos y no recordar cuál es tu profesión, ni dónde vives o cuáles son tus gustos a la hora de comer y beber. Ésa es la desconcertante realidad de Giambattista Bodoni, Yambo para los amigos, un hombre de sesenta años que, tras sufrir un accidente, ha perdido la memoria personal, la más ligada a las emociones, y ve su propia vida como si acabara de inaugurarla.
Para ayudarle en su proceso de recuperación, su esposa insiste en que pase una temporada en el caserón de Solara, un pueblo en las colinas piamontesas. Allí Yambo vivió los primeros años de su vida, y en el desván están guardados los libros, los comics, los discos, los recortes de periódico y la publicidad de las películas que acompañaron a ese hombre en su infancia y juventud. Inicia así una labor casi detectivesca por volver a dibujar su vida a través de estos objetos, que para Yambo no son recuerdos, sino hipótesis de trabajo, cosas nuevas que le hablan de un mundo que fue el suyo y el de todos quienes vivieron en primera persona los momentos más importantes de la historia del siglo XX

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