Ciclamor (5) - Cómo la doncella y Beaumains llegaron al cerco, y fueron a un ciclamor, y allí Beaumains tocó un cuerno, y entonces acudió el Caballero Bermejo de las Landas Bermejas a luchar con él

Cómo la doncella y Beaumains llegaron al cerco, y fueron a un ciclamor, y allí Beaumains tocó un cuerno, y entonces acudió el Caballero Bermejo de las Landas Bermejas a luchar con él
Dejamos ahora al caballero y al enano, y hablamos de Beaumains, que pasó la noche en la ermita; y por la mañana él y la doncella Lynet oyeron misa y quebraron su ayuno. Tomaron después los caballos y atravesaron una hermosa floresta; llegaron a un llano, y vieron dónde había muchos pabellones y tiendas, y Un hermoso castillo, y que había mucho humo y gran ruido. Y cuando se aproximaron al cerco advirtió sir Beaumains, mientras cabalgaba, cómo había colgados por el cuello, de grandes árboles, muy hermosamente armados caballeros, y sus escudos alrededor del cuello, con sus espadas, y sus doradas espuelas en los talones, y que eran casi cuarenta los caballeros así afrentados, con muy ricas armas. Entonces se le abatió el semblante a sir Beaumains, y dijo:
—¿Qué significa esto?
—Gentil señor —dijo la doncella—, no dejéis que desmaye vuestro ánimo por esta visión, pues debéis cobrar valor, o seréis deshonrado; pues todos estos caballeros vinieron a este cerco para rescatar a mi hermana doña Lyonesse, y el Caballero Bermejo de las Landas Bermejas, después de vencerlos, les dio esta muerte vergonzosa sin merced ni piedad. Y de la misma manera os servirá, a menos que salgáis mejor parado.
—Jesús me proteja —dijo Beaumains— de muerte tan infame y de tal deshonra de armas. Pues antes que ser tratado así, quisiera morir como hombre en limpia batalla.
—Mejor os sería —dijo la doncella—; pues no os fiéis: en él no hay cortesía, sino todo es muerte y crimen vergonzoso; lo que es lástima, pues es hombre muy gallardo, bien hecho de cuerpo, y muy noble caballero de proeza y señor de grandes posesiones y tierras.
—En verdad —dijo Beaumains— que bien puede ser buen caballero; pero usa costumbres vergonzosas, y es maravilla que en tanto tiempo ninguno de los nobles caballeros de mi señor Arturo haya entendido con él.
Cabalgaron entonces hasta los fosos, y los vieron doblemente fosados, con recios muros de guerra; y allí estaban aposentados muchos grandes señores, cerca de los muros; y había gran bullicio de ministriles; y la mar batía un costado de los muros, donde había muchas naves y voces de marineros de «¡Ahé y hop!». Y había también allí cerca un ciclamor, y de él colgaba un cuerno, el más grande que habían visto nunca, de un hueso de elefante; y lo había colgado allí el Caballero de las Landas Bermejas, por si pasaba por allí algún caballero andante, que pudiese tañer aquel cuerno, y entonces se aprestaría él y acudiría a hacer batalla.
—Pero, señor —dijo la doncella Lynet—, no toquéis el cuerno hasta que sea el mediodía justo, pues es hora de prima, y ahora crece su poder; y dicen que tiene la fuerza de siete hombres.
—¡Ah, qué vergüenza, gentil doncella, no me habléis nunca más así!; pues aunque fuese el mejor caballero de cuantos ha habido, no le faltaré en el momento que más fuerza tiene, pues quiero ganar honor honrosamente, o morir caballerescamente en el campo.
Y con eso dio espuelas a su caballo, fue derechamente al ciclamor, y tañó el cuerno con tal gana que resonó por todo el cerco y el castillo. Entonces salieron con presteza los caballeros de sus tiendas y pabellones, y los del castillo se asomaron a lo alto de los muros y las ventanas.
Entonces el Caballero Bermejo de las Landas Bermejas se armó a toda prisa, dos barones le pusieron las espuelas en los talones, y fue todo bermejo como la sangre, armadura, lanza y escudo. Y un conde le abrochó el yelmo sobre la cabeza, y entonces le trajeron una lanza bermeja y un bermejo corcel, y cabalgó a un pequeño valle al pie del castillo, de manera que todos los que estaban en el castillo y los del cerco pudiesen contemplar la batalla.

Sir Thomas Malory, La muerte de Arturo, 

Durante los años inciertos de la Guerra de las Dos Rosas, sir Thomas Malory (1408-1471), un caballero de vida azarosa, escribió, supuestamente desde la cárcel, la primera gran epopeya de la literatura inglesa a partir de su propia recopilación de viejas fuentes francesas y británicas que iba traduciendo a la vez que añadiendo ideas de su cosecha, hasta ir perfeccionando su obra a medida que avanzaba el libro, para culminar en los capítulos finales, que son los más admirables de cualquiera de las versiones artúricas. La obra se imprimió en 1485 en el taller de William Caxton, el primer impresor de Inglaterra, que la tituló Le Morte D’Arthur. Caxton prologó y unificó las ocho novelas que escribió Malory en veintiún libros, dando así coherencia temática a la maestría narrativa de su autor.
Gracias a este libro, los relatos artúricos han conocido múltiples y variadas ediciones a lo largo de estos cinco siglos, siendo Malory, junto con Shakespeare y Chaucer, uno de los pocos autores ingleses de un pasado no cercano que siguen siendo leídos. Fruto tardío del medievo, Le Morte D’Arthur es sin embargo la versión «moderna» del universo artúrico y no ha dejado de inspirar recreaciones nuevas, desde Scott a Tennyson, Mark Twain o los pintores prerrafaelistas hasta las versiones más recientes de T. H. White o J. Steinbeck.

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