LA CONFIDENTE Y LOS FUSILAMIENTOS DE ESTELLA
ESTABA preocupado porque sus dos agentes García Orejón y Bertache no daban señales de vida. Había pensado enviar un nuevo agente al campo carlista para que observase el carácter de la escisión entre marotistas y partidarios de Arias Teijeiro, y hasta qué punto llegaba el odio entre ellos. Aviraneta consultó el caso con doña Paca Falcón, la anticuaria de Bayona, y esa le dijo que tenía una agente capaz de ir al campo carlista y de realizar con inteligencia la comisión que se le indicara. Era la señorita de compañía de una familia francesa que vivía en una casa de campo en las inmediaciones de Bayona, hija de un corregidor de Guipúzcoa, amigo y asesor de Zumalacárregui: María Luisa de Taboada.
María Luisa era muy conocida en el pueblo por su ingenio, su desparpajo y su exaltación carlista. En tiempos de Zumalacárregui había desempeñado algunas misiones diplomáticas en Madrid, Turín y Nápoles, por lo cual se la consideraba como dotada de sagacidad y de travesura.
Aviraneta dio largas instrucciones a María, escritas con tinta simpática, acerca de lo que tenía que hacer y decir al verse con Maroto y con los generales carlistas del bando exaltado. Le entregó también diez onzas de oro para el viaje, que María cosió en el corsé.
A final de enero, con los papeles en regla, María Luisa tomó la diligencia, y después de pasar por San Juan de Luz, fue por los montes hasta Oyarzun, en donde durmió.
Escribió al día siguiente desde Tolosa a don Eugenio diciéndole que la mayoría de la gente con quien hablaba era partidaria de los presos ya libertados de Arciniega. Villarreal no tenía mando, y aún esperaba para obtenerlo el que el padre Cirilo subiese al poder.
El 3 de febrero llegó a Vergara, y presenció la entrada del pretendiente. Después fue a una misa de gala muy decorativa. En la iglesia, en el sitio de honor, estaban Don Carlos y su hijo vestidos de uniforme; la duquesa de Beira, con traje de cola muy lujoso, y luego la corte: galones, penachos, plumeros, levitas; el general Uranga, doña Jacinta, la Obispa; la camarista señorita de Arce, el obispo de León, etc., etc.
Dos días después salió para Estella en un carricoche roto y desvencijado.
Entró en Estella. Todas las posadas estaban ocupadas. En el pueblo había una gran agitación. La plaza solía llenarse mañana y tarde de corrillos de apostólicos, a quienes apodaban los de la vela verde.
Una mañana, la señorita de Taboada vio allí al general Guergué en un grupo de sus partidarios. En el corro, al lado de Guergué, estaba el oficial de la Secretaría de Guerra, don Luis Ibáñez, hombre de confianza de don Juan Antonio. En estos corros encontró a Orejón y a Bertache.
Orejón le dijo que existía una conspiración entre los puros, en la que entraban los generales García, Guergué, Sanz y Carmona, el intendente Uriz, el cura de Allegui, don Juan Echeverría; don Ramón Alló, capellán del Estado Mayor general, y otros, todos apostólicos rabiosos y absolutistas puros y netos.
Los generales rebeldes habían pensado prender a Maroto cuando pasase revista a varias fuerzas destinadas a cruzar el Ebro, y fusilarlo.
La opinión general reputaba a Maroto de masón, carbonario y protector de todos los pícaros y ateos; además, se entendía, según aseguraban, con los liberales.
Los puros, como se decían ellos, confiaban en su triunfo. Creían que la trampa preparada para Maroto, y que, según decían, había perfeccionado Carmona, era una maravilla de maquiavelismo y de precisión, y dormían tranquilos.
El general García, que estaba como loco, pidió un plan a Carmona para sublevar Navarra contra Maroto. Este plan se lo enviaron a Guergué a su casa de Legaria con un primo suyo que se llamaba Lagardón, y a quien la gente llamaba lagartón. Después de haberlo examinado Guergué, se lo volvió a dar a Carmona, y este mandó el proyecto definitivo a García por intermedio de María Luisa de Taboada. María Luisa se lo dejó a García Orejón, y este lo copió.
García Orejón pensaba entregar en persona este plan a Maroto.
Llevaba María Luisa una semana en Estella. Un día corrió el rumor de que Maroto se acercaba al pueblo con sus tropas. Se decía que Maroto había llamado al brigadier don Teodoro Carmona y le había dicho:
—Voy a Estella. Vaya usted primero, y advierta usted a sus amigos García, Guergué y Sanz que se preparen y se defiendan, porque con sus mismas fuerzas los voy a fusilar.
Estos rumores eran ciertos. Maroto estaba ya a las puertas de la ciudad. A media tarde empezaron a entrar en Estella los soldados del generalísimo.
El general García hizo la baladronada de asomarse al balcón de su casa con sus ayudantes a ver la entrada de Maroto, y no le saludó ni se presentó a él. Se decía que los batallones navarros estaban tomando posiciones en las casas del pueblo y en la carretera de Pamplona y de Logroño para oponerse al avance de Maroto, pero no era verdad.
De pronto se vio pasar por la plaza un cura rodeado de soldados. Como ya estaba oscurecido no se le veían las facciones.
El cura era el general García, que, disfrazado con sotana y manteo, pretendió escapar por el portal de San Nicolás, y el centinela le detuvo.
Se decía que le iban a fusilar vestido de cura.
De madrugada pasaron por las armas a los generales navarros Guergué, García, Sanz y Carmona. Los fusilaron en una era detrás de la casa del Prior, de espaldas y arrodillados, como a los traidores, y a García con la sotana que llevaba puesta para escaparse.
Al día siguiente le tocó el turno al secretario del Ministerio de la Guerra, Ibáñez, que fue también fusilado.
El 27 de abril, María Luisa de Taboada apareció en Bayona, y fue a visitar a don Eugenio. María Luisa era novia del general Villarreal; pero a este no le reponían en su puesto; le tuvieron preso y, además, estaba tísico. Como no tenían medios para casarse, María Luisa volvía a Bayona a continuar siendo señorita de compañía.
Aviraneta propuso un nuevo viaje a María Luisa al campo carlista para enterarse de lo que pensaba Villarreal y sus amigos. Unas semanas después regresaba María a Bayona muy descontenta de su viaje. Villarreal, el padre Cirilo y sus amigos habían quedado de nuevo cesantes y reducidos a la más absoluta impotencia.
Antes de estos acontecimientos sangrientos de Estella, en donde perdieron la vida los cuatro generales carlistas, había Aviraneta comenzado a organizar su acción contra el carlismo y hacer propaganda en favor de la paz, sobre todo en Guipúzcoa.
Encargó la dirección de la empresa en esta provincia a su primo don Lorenzo de Alzate, a Orbegozo y al jefe político Amilibia, los tres de San Sebastián, que se pusieron a trabajar con actividad en la línea de Hernani a Andoain.
La primera noticia que tuvo Aviraneta de la escisión que se iba produciendo en el carlismo, la tuvo de la corte. Se enteró de que en Madrid, frente a las covachuelas, en una tienda de tiradores y de galones, vivía una viuda que se había vuelto a casar con un coronel carlista llamado Calcena, hombre muy activo, de armas tomar, amigo de Cabrera, que mantenía correspondencia con el general Aldasoro, que habitaba en Bayona.
Este Calcena era un aventurero, un bandido, que había sido militar y jugador de ventaja.
Aviraneta indicó al ministro Pita Pizarro la utilidad de violar la correspondencia de Calcena, y por esta se supo los preparativos de los amigos de Arias Teijeiro para deshacerse de Maroto.
A pesar de todas las alharacas, la facción absolutista y teocrática sucumbió completamente a los golpes de Maroto, por inercia de sus jefes y cobardía de Don Carlos. Todos los esfuerzos para reanimar el partido de los puros y hacer que volvieran a la pelea contra los marotistas fueron inútiles. Los hombres más importantes de la facción apostólica aceptaron la derrota y la humillación convencidos de que su causa estaba perdida.
Por esta época, Aviraneta redactó y mandó imprimir una proclama falsa, dirigida a los navarros y firmada por el capuchino fray Ignacio de Larraga, confesor de Don Carlos y uno de los expulsados después de los fusilamientos de Estella. Este padre Larraga, pico de oro, era un fraile un tanto grotesco.
En la falsa proclama de Aviraneta, atribuida a Larraga, se aseguraba que Maroto y sus compañeros estaban vendidos a los liberales, que era lo mismo que estar vendido al demonio.
La alocución apócrifa de don Eugenio terminaba así:
«¡Viva la religión! ¡Viva Navarra y sus voluntarios!»
Esta alocución causó sensación profunda en el campo carlista.
Pío Baroja
Aviraneta o la vida de un conspirador
La biografía sobre Eugenio Aviraneta e Ibargoyen Echegaray y Alzate, que hoy presentamos, fue publicada por primera vez en 1931, tres años antes que el novelista terminara de escribir las «Memorias de un hombre de acción», que constan de veintidós novelas. Apareció al público entre La venta de Mirambel, firmada en Madrid en 1930, y Crónica escandalosa, que firma en Itzea, en 1934.
Baroja comenzó a escribir sobre la vida aventurera de Don Eugenio en 1912 y terminó en 1934. A lo largo de esos años fue reuniendo una importante cantidad de folletos, libros y estampas de la época en que actuó el conspirador político e insertó, junto a lo puramente biográfico de su protagonista, otras narraciones imaginadas que enriquecían el ambiente y que en esta biografía suprimió por razón de espacio. No por ello decrece su interés, pues se mantiene la parte biográfica de tan singular personaje que lucha junto al cura Merino en la Guerra de la Independencia, que hace la campaña de 1823 con El Empecinado, que participa y prepara el Convenio de Vergara o va a México y combate junto al brigadier Barradas en la aventura veracruzana o asiste, románticamente, a la enfermedad y muerte de Lord Byron en Missolonghi, en su ayuda a lograr la independencia de Grecia contra los turcos desde el barco el Cefaloniota.
Pocos españoles han tenido en ese siglo una vida tan azarosa como la de Don Eugenio, el coraje de luchar por la libertad como él la tuvo.
La pasión, la fuerza, la intriga que desarrolló nuestro protagonista llegaron a entusiasmar a su sobrino-nieto Pío Baroja, de tal manera que escribió esas veintidós novelas que forman el eje central de su obra literaria y que son una historia viva de los avatares de España durante esos años.
Pío Caro-Baroja
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