5 de febrero, 1968
Hoy, día cinco. Me encuentro mal, mareado sin una razón aparente. No sé, estos últimos días he dado un gran bajón físico. Mi aparato digestivo me da miedo. Puede salir cualquier día de ahí eso que ando temiendo, que es mi amenaza. Dios dirá. La nota anterior se cortó, no sé por qué. Ya no me acuerdo. Se refería a ese capítulo dialogado en el cual quiero incluir no sólo todo lo que no ha podido caber o no ha tenido cabida en la novela propiamente dicha, sino lo esencial de la proyectada segunda parte. De tal manera que la novela termine efectivamente con la muerte real de Barallobre. Este capítulo, partiendo por lo tanto de la abolición del tiempo, puede contener no sólo esos acontecimientos diríamos argumentales, sino todas esas bromas de que cada personaje se atribuya hechos que corresponden a otros y que los convierte a todos en el único J. B. y hasta es posible meter al otro J. B. que está fuera, a Jesualdo Bendaña, haciendo de J. B. en su Universidad americana. No tengo problema de espacio, naturalmente. Puedo operar todas las transformaciones que me apetezcan, aunque conservando siempre como fondo la fachada de la basílica, que sería algo así como el escenario fijo delante del cual la gente habla y actúa. Surgen, y desaparecen, otros escenarios; en fin, asistimos al desarrollo de unas figuras cambiantes. No tengo ganas de pensar, estoy caído, caído, terriblemente caído. No sé si será esto solamente el hígado, porque en realidad, ahora mismo no me duele nada, estoy únicamente blando, mareado. A lo mejor todo esto que estoy pensando se queda en eso, en meros proyectos. En fin… Y sin embargo, el hecho es que ya tengo la novela en la cabeza, ya la tengo prácticamente hecha. Las cosas se han ido organizando solas, y eliminando solas. Ha podido más la sociedad creada en torno a J. B., que la que había inventado en Campana y Piedra. Lo único que me anula C. y P. no es el que haya traído de allí a José Bastida, sino a don Acisclo. Don Acisclo me gusta, es necesario desde todos los puntos de vista. Podemos salvar su personalidad entera, pero enriquecida ahora, enriquecida. También a don A. T. cuyo Cristo, cuya personalidad de mariscal de Bendaña se mantiene aquí, viviendo en su palacio medio derruido frente a la casa de Barallobre. Sí. No sé lo que podré hacer con los otros personajes, algo se podrá hacer siempre. Pero éstos los necesito aquí. Los cambios de ciudad tal y como están, C. y P. ha perdido ya todo interés para mí. Serán seguramente materiales que nunca podré publicar, al menos en ese ambiente y en esa novela. Tendré que reconstruir algo en torno a Marcelo, porque Marcelo es otro personaje bueno. Pero la novela, tal y como está planteada, no me interesa ya.
Gonzalo Torrente Ballester
Los cuadernos de un vate vago
En Los cuadernos de un vate vago Torrente da cuenta de cómo nacieron algunas de sus novelas. Entre 1961 y 1976, Torrente recogió gran parte de sus notas trabajo en cintas magnetofónicas. Al magnetófono le contaba sus problemas durante la escritura, le hablaba acerca de la gestación de varias de sus obras o de sus miedos y sus alegrías. A veces, incluso, le contaba al magnetófono la historia y luego la transcribía. En este volumen se recogen, tal cual se narraron y con la mínima corrección, este conjunto de soliloquios. Se trata de una obra de características inéditas en las letras españolas, y posiblemente universales, por la técnica empleada en ella; y en un texto de gran dimensión literaria: paso de la literatura oral a la literatura escrita, en una bellísima y contundente prosa.
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