El inglés encontró fácilmente la ficha relativa al abate Faria; pero parece que la historia que le había contado el señor de Boville le había interesado vivamente, puesto que después continuó hojeando hasta que llegó a los documentos relativos a Edmond Dantès. Allí, encontró cada cosa en su sitio: denuncia, interrogatorio, petición de Morrel, apostilla del señor de Villefort. Dobló cuidadosamente la denuncia, se la metió en el bolsillo, leyó el interrogatorio, leyó la petición que tenía la fecha el 10 de abril de 1815, en la que Morrel, siguiendo el consejo del sustituto, exageraba, con excelente intención, ya que Napoleón reinaba en aquel momento, los servicios que Dantès había prestado a la causa imperial, servicios que el certificado de Villefort hacía incontestables. Entonces comprendió todo. Esa alusión a Napoleón, guardada por Villefort, se había convertido bajo la segunda Restauración en un arma terrible en las manos del fiscal del rey. Así que no se asombró, al hojear el registro, de esa nota que habían puesto como apostilla al lado de su nombre:
Edmond Dantès. Bonapartista acérrimo: tomó parte activa en el regreso de la isla de Elba. Tener en el mayor secreto y bajo estricta vigilancia.
Debajo de esas líneas, con otro tipo de letra, había escrito: «Vista la nota de arriba, nada que hacer».
Solamente que, al comparar la caligrafía de la escritura de la nota que seguía a su nombre con la del certificado situado al pie de la demanda de Morrel, adquirió la certeza de que la nota era de la misma grafía que el certificado, es decir, que había sido trazada de puño y letra por Villefort.
En cuanto a la nota añadida a la anterior, el inglés comprendió que había debido ser consignada por algún inspector que habría tenido un interés pasajero por la situación de Dantès, pero que, al ver los informes que acabamos de citar, le había puesto en la imposibilidad de que ese interés tuviera las consecuencias deseadas por el preso.
Como hemos dicho, el inspector, por discreción y para no incomodar al alumno del abate Faria en sus investigaciones, se había alejado y leía Le Drapeau Blanc.
Así que no vio al inglés plegar y guardar en su bolso la denuncia escrita por Danglars bajo el cenador de la Reserve, y que tenía el matasellos de Correos de Marsella, 27 de febrero, recogida a las seis de la tarde.
Pero, hay que decirlo, aunque lo hubiera visto, daba muy poca importancia a ese papel y demasiada a sus doscientos mil francos, como para oponerse a lo que hacía el inglés, por muy incorrecto que fuera.
—Gracias —dijo este cerrando ruidosamente el libro de registro—. Ya tengo lo que necesito; ahora me toca a mí cumplir mi promesa. Hágame una simple transferencia de su crédito; reconozca en esa transferencia que ha recibido la suma que voy a pagarle.
Y cedió su sitio en la mesa al señor de Boville, que se sentó sin cumplidos y se apresuró a escribir la cesión indicada, mientras el inglés contaba los billetes de banco sobre el reborde del libro de registro.
Alexandre Dumas
El conde de Montecristo
El conde de Montecristo, es, en principio, la historia de una venganza. Edmond Dantès es un joven marino que, en el día de su compromiso con la bella Mercedes, es víctima de un complot y encarcelado en el castillo de If, de donde no deberá salir jamás. Gracias al abate Faria, a quien conoce en la prisión, adquiere una educación y averigua la existencia de un maravilloso tesoro escondido en la isla de Montecristo. Fingiendo su muerte, logra escapar de la fortaleza y se enrola con unos piratas en busca de una fabulosa fortuna. Su siguiente objetivo, convertido ya en un rico y poderoso noble, será llevar a cabo la más despiadada venganza nunca imaginada.
Se trata de una sólida novela de aventuras, con una rica y compleja trama y multitud de personajes, a través de los que Dumas se adentra en las pasiones más profundas del ser humano, en su codicia y en sus ansias de poder, pero en la que también se habla de amor, lealtad y justicia.
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