—Cuando la mujer pierde la belleza, debe necesariamente recurrir a la virtud —respondió Pancha mirando con pesar su cuerpo marchito.

Fue Pancha una vez más la que alivió la aflicción de Pedro Fernández y sus compañeros con un robo oportuno a su ama. Damián le dijo con emoción mientras comía y bebía:
—En un momento causaste no poco daño en el barco, pero ahora sé que eres de la especie de los ángeles.
—Cuando la mujer pierde la belleza, debe necesariamente recurrir a la virtud —respondió Pancha mirando con pesar su cuerpo marchito.
Esa noche pareció interminable, pero con el alba llegó una espaciosa barcaza cargada de variadas carnes cocinadas, pan, vino y verduras, un obsequio enviado a solicitud del gobernador general, por don Diego Marmolejo, el más rico propietario del distrito. Esta vez cada cual recibió tanto como pudo ingerir.
Las casas blanqueadas de Cavite, un puerto a dos leguas de Manila, asomaron en el horizonte, y nos dirigimos hacia ellas. Don Juan Pinao, contramaestre de un galeón real que estaba allí anclado, llegó en un esquife conducido por marineros vestidos con sus mejores galas, y subió a bordo para guiarnos hacia el fondeadero. Sus hombres a medias lloraban y a medias reían ante el espectáculo demencial que ofrecía el San Gerónimo, y él le dijo a Pedro Fernández:
—¡Por el cuerpo de Baco! ¡Debéis de ser el piloto más hábil o el más afortunado del mundo!
—Es ambas cosas y aún más —dijo don Marcos—. Su capacidad de nada le habría servido sin una desmedida buena fortuna, ni su fortuna sin una capacidad extraordinaria; y ninguna de ambas cosas sin la ayuda de Nuestra Señora.
El capitán del puerto estaba en la playa espada en mano y sus hombres estaban formados con gran despliegue de armas. Hicimos un último viraje por avante y entramos a puerto. Al echar ancla, en el muelle se izó el pabellón real y una sonora salva de cañones y mosquetes nos dio la bienvenida. El artillero y Myn dispararon un par de falcones como respuesta, y los veteranos dispararon sus arcabuces.
Era el 11 de febrero de 1596 y, ese día, inscribí EXPLICIT en mi registro. No hubo matrimonio contraído en la nave capitana que no fuera disuelto por la muerte. De ciento veinte almas, nuestra dotación original, sólo vivían todavía veinticinco hombres, nueve mujeres y un niño; y ocho hombres más, una mujer y el niño murieron antes de que terminara el mes.
Veinte cascos de agua, doce sacos de harina, cuatro jarras de aceite, media docena de pipas de vino, muchas lonjas de tocino y muchos otros alimentos quedaban todavía en la despensa de doña Ysabel: todo lo que Belita no había podido vender a precio de hambruna (en secreto, como si la gobernadora lo ignorara) a la despojada compañía del barco. Pero este vergonzoso tesoro se ocultó a las buenas gentes de Manila, que acudían en botes con alimentos y ropas que nos procuraron gran alivio. Con su caritativa ayuda, los enfermos y los moribundos fueron llevados a un lazareto, mientras que los que podían andar todavía fueron a casas privadas donde fueron objeto de múltiples bondades. Yo permanecí a bordo con la gobernadora y los oficiales del barco.
Una multitud de curiosos se acercó a contemplar el maravilloso navío que, según corría el rumor, había sido despachado por el virrey del Perú para traer a la reina de Saba de las islas Salomón. Todos ellos, para tener suerte, tocaron el cable que nos mantenía todavía anclados y se arrodillaron con veneración ante la imagen de Nuestra Señora de la Soledad, que todavía sonreía con ternura desde el palo mayor hendido.

Robert Graves
Las islas de la imprudencia

Graves se centra en esta ocasión en la expedición encabezada por Álvaro de Mendaña (cuyo propósito era descubrir Australia y colonizar las islas de los Mares del Sur) y en el hallazgo de las islas Marquesas y las Salomón. Al margen de la pugna entre la armada británica y la española, uno de los temas mejor reflejados en la novela es la audacia y valentía de los hombres de mar de la época, y lo que singulariza esta expedición es que, a la muerte de Mendaña, quien se hizo cargo de la expedición fue una mujer extraordinaria que apenas ha dejado huella en la historia, Ysabel de Barreto. De nuevo, Graves ha recuperado un episodio oculto de la historia que sobre todo deleitará al lector español.

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