1 de febrero.— El primer día de febrero nos trae barruntos de primavera (casi todos los años advierto esto por estas fechas). Y no es que las temperaturas se suavicen (hace frío y hiela), ni tampoco que los crepúsculos vespertinos sean menos abruptos: es la luz. Diríase que los rayos del sol se enderezan de pronto, pierden oblicuidad, y la luz se hace más madura y dulce, hecho especialmente notorio cuando las nubes del atardecer se tiñen de un tono salmón que va acentuándose hasta el anaranjado y el rojo conforme se aproximan a poniente. Cuando yo era joven, el otoño era mi estación predilecta; ahora que yo otoñeo, me agrada la estación más joven, la primavera (y también la sazón del verano).
2 de febrero.— Las autoridades provinciales anuncian la construcción de seis grandes grupos escolares en la ciudad y la consecución de un crédito de decenas de millones para atender a las necesidades de los barrios periféricos. No hace aún dos meses de la campaña de «El Norte» en este sentido, lo que demuestra que, allí donde no se la amordaza, la Prensa cumple una importante función social.
3 de febrero.— Tampoco el P. Llanos podrá pronunciar su conferencia «Nuevas perspectivas sobre la violencia» en nuestra Sala de Cultura, tal como estaba programado. La solicitud ha sido denegada por el gobernador civil. El P. Llanos, como Aranguren, también habló en esta Sala no hace aún mucho tiempo. Ignoro si el país se estará abriendo a Europa (a lo mejor); lo que no me ofrece duda es que se está cerrando a los españoles.
6 de febrero.— La casi absoluta inmovilidad en que vivo desde hace más de un mes me ha permitido reflexionar sobre las posibilidades de adaptación del hombre. Ninguna limitación, ninguna deficiencia, nos incapacita para vivir la vida y sacar de ella algún provecho. Pequeños alicientes, desdeñados en la vitalidad, resultan, desde la insuficiencia, mágicamente eficaces. Así, dar un breve paseo con mis muletas por el Campo Grande me procura ahora un placer equivalente al que podría proporcionarme en circunstancias normales un día de caza. (Vital Alsar, que ha permanecido seis meses en una balsa sin tocar puerto, manifiesta que en esta etapa contemplar la evolución de las nubes le producía análoga satisfacción que ver en la ciudad una buena película). Esto quiere decir que el que no se consuela es porque no quiere.
7 de febrero.— Se cerró la temporada de caza con un día luminoso, soleado, magnífico. Tanto, que rogué a mi hijo Germán que me llevara al cazadero donde pensaran despedirse para sentarme en un silletín junto a un carrasco con la escopeta a mano mientras ellos movían el sardón. Vi varias liebres gazapeando fuera de tiro y aunque no disparé, mi moral —ya que no mi morral— subió muchos enteros. El resol arrancando brillos metálicos de las encinas, los crujidos de la fusca crepitante en la chopera, las liebres haciendo el bolo en un calvero antes de internarse en el mohedal, constituyeron un fuerte tónico para mi estado de ánimo (de desánimo) tambaleante y frágil tras cinco semanas sin salir al campo.
Miguel Delibes
Un año de mi vida
Durante un año, en las páginas de la revista «Destino», fueron apareciendo puntualmente cada semana, bajo el título de «Notas», las observaciones que a Miguel Delibes le iba sugiriendo la realidad cotidiana. Como dice él mismo, el «numeroso y estimulante epistolario que he recibido a lo largo de su publicación fragmentada me llevan a pensar que si, dispersas, fueron útiles en su día para unos, reunidas ahora en un solo volumen pueden resultar igualmente eficaces para otros». Rehuyendo la reiteración y lejos de cualquier forma de narcisismo literario, Delibes nos va dando la medida de su personalidad al consignar sus impresiones sobre todo cuanto pasa ante su retina de observador atento.
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