El gran
inquisidor Abad cayó en 1794 por presiones de otros altos dignatarios de la
Iglesia, hostiles a su punto de vista, y fue recluido en un monasterio castellano.
Le sucedió un prelado más afín a las ideas de la Roma de entonces: el erudito
arzobispo de Toledo Lorenzana. Pero la época era difícil para que nadie
triunfara del todo: ni los llamados jansenistas, de tendencia regalista, ni los
ultramontanos. Pudieron los «ortodoxos» luego, a posteriori (en tiempos de
Fernando VII e Isabel II), hablar de ataques contra el «clero» durante
ella. La realidad es que del mismo clero partían muchas sugerencias e ideas
contrarias al viejo espíritu del Santo Oficio. Durante el corto ministerio de
Jovellanos, el mismo funcionario al que había encomendado Abad La Sierra la
tarea revisionista, fue encargado de nuevo de recoger documentos que justifican
no ya la reforma, sino incluso la abolición del Santo Oficio. Era este funcionario
el célebre don Juan Antonio Llorente, nacido el 30 de marzo de 1756 en el pueblo riojano de Rincón de Soto. Desde
1782, poco más o menos, este sacerdote había abandonado las referidas ideas
«ultramontanas», y su punto de vista en asuntos eclesiásticos era el de otros
muchos españoles letrados de su época, y de antes, que en lo que a la
Inquisición se refiere, por lo menos, no pudieron opinar con la autoridad que
él tuvo y con el conocimiento que le dieron sus exploraciones internas.
Llorente fue, en principio, un clérigo regalista más y contrario a las
pretensiones de Roma. Pero no era lo mismo oponerse a Roma en la época de
Carlos III o Carlos I que enfrentarse con la curia en tiempos de Felipe II y
aun de Felipe IV; como no es lo mismo sentar principios desamortizadores en el
siglo XVII que a comienzos del XIX. Llorente tuvo una vida azarosa en una época
difícil. Comisario del Santo Oficio de Logroño en 1785, secretario luego de la
Inquisición de Corte, fue expulsado de su cargo en 1801 como infiel o fautor de
herejes (caso que se dio varias veces antes, pero de modo menos escandaloso, en
relación con algunos altos funcionarios del Santo Oficio). De 1805 a 1808
trabajó al servicio de Godoy en diversos estudios histórico-políticos, y en
1808 abrazó la causa francesa de modo inequívoco. Así, pues, el 11 de marzo de
1809 fue llamado por José Bonaparte para participar en las tareas del Consejo
de Estado y contribuyó no poco a la liquidación del Santo Oficio, decretada por
Napoleón poco antes. Se le encargó escribir su historia, y en esta y otras
empresas relacionadas con la vida del clero siguió sirviendo al mismo rey José.
El señor inquisidor de Julio
Caro Baroja
No hay comentarios:
Publicar un comentario