13 de marzo (Nota del autor)


Nota del autor 
El boicot a los tranvías durante la primera semana de marzo de 1951 fue el primer desafío a la dictadura. Y, sin duda, la huelga desatada días después, el gran reto de una población harta de pasar privaciones bajo la bota del franquismo. El lunes 12 de marzo pasó a la historia de la España posbélica porque la huelga general fue un éxito abrumador. Cuentan las crónicas de aquel tiempo que las mujeres fueron tan activas en la lucha como los piquetes de hombres que acabaron cerrando las pocas fábricas que todavía estaban abiertas. Uno de los hitos de la convocatoria lo protagonizaron los obreros de la industria textil Vicente Illa S. A., que hicieron una barricada con una enorme viga traída de una obra próxima y cortaron la línea del tranvía de Pere IV para, más tarde, ahuyentar a policías de paisano que pretendían detener a un obrero. En el barrio del Poblenou cerraron las mismísimas industrias del hielo, algo que sólo había logrado Durruti en 1936.
La huelga general pasó de Barcelona a Badalona, Manresa, Tarrasa y Mataró. Se especuló con que trescientos mil trabajadores la secundaron, pero la cifra real, mencionada por la prensa extranjera, rebasó el medio millón de personas. Durante dos días, los ánimos estallaron hasta que las aguas volvieron a su cauce. Hubo disturbios, cargas policiales y mucha confusión. Tres barcos de guerra permanecieron anclados en el puerto, sin llegar a intervenir. El ejército se mantuvo acuartelado. Todos eran conscientes de que una mecha de más podía desatar el conflicto en un grado irremisiblemente superlativo. Algunos consideraron los hechos como el último gran gesto de resistencia del pueblo frente al franquismo, y otros como una nueva forma de oponerse al régimen. Sea como sea, doce años después del final de la guerra, los vencidos seguían arrodillados y las cárceles repletas de presos. Este mismo año, las cárceles por fin se vaciaron.
El día 13 de marzo, La Vanguardia publicó diversas informaciones sobre lo sucedido el día anterior. No en su portada, naturalmente. Sólo en páginas interiores. Una vez más, se atribuyeron los desórdenes a los comunistas, que por lo visto seguían infiltrados en la sociedad catalana. Según el periódico, la falta de asistencia a los puestos de trabajo provocó que las calles se llenaran de ociosos y tal coyuntura fue aprovechada por los elementos «sediciosos» y «agitadores profesionales» para crear el caos. Ni una palabra de que en una de las marchas se comenzara a cantar La Internacional. El texto con el que el periódico comentaba los hechos es modélico en su forma. El primer titular era explícito: LOS SUCESOS DE AYER. Seguían otros en distintas tipografías: «La primera autoridad civil de la provincia pone de relieve los turbios propósitos de los agitadores», «Anoche el gobernador civil hizo importantes declaraciones a los periodistas: “Conocemos los manejos de los provocadores”». Luego, el titular del artículo: FRENTE A UNA INTENTONA SEDICIOSA. Y finalmente el texto, que era mucho más directo:
¿Nosotros? Porque nuestros lectores abrirán, con expectación, el presente número para ver qué opina La Vanguardia sobre los deplorables sucesos de ayer en Barcelona. ¿Nosotros? Como diría un castizo madrileño, «la duda ofende». ¿Con quién vamos a estar nosotros, sino con el orden, con la paz pública, con la autoridad y mucho más siendo digna, como lo es en el caso presente? ¿Con quién vamos a estar nosotros sino con quien vaya a aplastar una intentona sediciosa del más turbio cariz y más inconfesables finalidades? La Vanguardia se pronuncia clara y rotundamente en un momento, digámoslo con sinceridad, crítico de la vida de Barcelona. Y a pronunciarse obedecen las presentes líneas que vamos a escribir, con entera sinceridad y sin ficción ni falseamientos de ningún género.
Con este libro, lo mismo que con otros de la serie Mascarell, sólo intento hacer memoria histórica dentro del marco de una mera novela policíaca. Asimismo, la novela es un homenaje a los cientos de «topos» que vivieron escondidos en sus casas desde el final de la Guerra Civil hasta la muerte de Franco y la llegada de la democracia a España. Seres que pasaron tres décadas y media encerrados en habitaciones secretas, sótanos o cuevas, en ocasiones sin poder ni siquiera ver a sus hijos pequeños para evitar el menor desliz sobre su secreto.
Gracias, como siempre, a mi «personal de apoyo», al nuevo equipo de Plaza & Janés, a Isabel Martí, a Virgilio Ortega por sus correcciones y a La Vanguardia por su soberbia hemeroteca. También a Francisco González Ledesma, que, aun muerto, sigue siendo una enorme fuente de inspiración desde el otro lado de la Eternidad.
El guion de este octavo libro de la serie Mascarell fue preparado en Medellín (Colombia), en septiembre de 2015, y la novela fue escrita en Barcelona, en noviembre del mismo año.

Jordi Sierra i Fabra “Ocho días de marzo”

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