18 de marzo (las ovejas son los animales más inmóviles de la creación)

También estoy quieto, será cosa de familia, o que tantas horas de estarlo hagan que uno se acomode a mirar antes que a moverse, porque las ovejas son los animales más inmóviles de la creación cuando encuentran el entretenimiento del pasto, ni se tienen en cuenta unas a otras porque todas son la misma y el rebaño como la idea que cada una tenga de lo que es, todas iguales y con el mismo miedo de que alguna se separe, aunque de una menos ni se enteran, y esto es lo que hay que hacer, mirar, mirarlas, estar un poco como ellas, en parecida disposición, la quietud del pastor que hace de mi vida ese tiempo tan largo de los que no se mueven, cuando el perro ya tiene esta maña que tiene el gozque, el olfato, el instinto, la intención, y a él le dejo la mayor responsabilidad porque va a cumplir como si lo hiciera yo mismo y, al fin, también yo estoy aquí para moverme al menor espanto o cuando una de ésas, la más tonta, se vaya sin sentido, aunque el gozque no la va a dejar, por mucho que ande entretenido en la otra banda, es la ciencia de los perros que tienen la maña por entrenamiento y naturaleza, aquel cimarrón de pelo suelto, el baldado bermejo, la negra con la pinta en la frente, todos cruzados, sin raza pero con la codicia que da la listura, lo que uno siente que se echen a perder o se accidenten en el alambre, o lo que hizo el cetrino cuando la boba más boba del rebaño, en Lises, salió del camino porque iba la última y el cetrino no la vio, cosa que tampoco yo hice y, al echárselo en cara, vi que la que tenía era la que pone el que se siente desairado porque no puede perdonar el desagradecimiento, y lejos y enojado aguardó a que le pidiera disculpas, cosa que no hice, de lo que siempre me arrepentí, y ahora mismo continúo arrepintiéndome, la tarde de un dieciocho de marzo, uno y otro como las parejas que no se perdonan, ese perro de mi vida, porque alguno de parecidas condiciones llegué a tener, este mismo gozque tan bien enseñado, pero jamás con la intención y el apremio del cetrino, detrás de mí y del rebaño, cuando veníamos, enojados y pesarosos, al menos yo con más pesar que enojo en el regreso, y fue verlo correr de improviso, para siempre perderse sin que ya fuera posible llamarlo, esa oveja boba, la más boba que hay en todos los rebaños, había que haberla matado como culpable de la huida del cetrino, lo que yo pude querer a aquel animal no es para contarlo, las veces que de él me acuerdo, seguro que viejo y achacoso, convertido con los años en alguno de esos perros proscritos que a nadie se arriman porque ya recelaron para siempre de lo que da de sí el agradecimiento humano…
… lo que cada uno tiene, lo que cada uno quiere, lo que los años te dan y te quitan, de pobres todos éramos más o menos lo mismo, yo no soy nada y menos que yo nadie, pero la razón y el pensamiento tienen este valor que quiero darles, al menos en el modo y manera con que puedo entender el mundo, si convenimos en que entender el mundo es lo menos que puede hacerse, al menos yo lo intenté, igual que lo sigo intentando, bien es verdad que las horas que paso solo son las mayores de mi existencia, si pudiera contabilizarlas serían un veinte o un treinta por ciento más que las que estuve con la gente, dejando aparte las del sueño, que ésas son las más solitarias que a todos los seres humanos nos competen, y eso que en los sueños son muchas las ocasiones en que se encuentra uno peor acompañado que en la vida misma, y de eso casi ahora ni quiero acordarme, la misma noche que mi pobre tío se colgó en la viga del tenado, antes de que lo descubriera la vecina, que fue la primera que oyó balar las ovejas, soñaba yo que tenía el cadáver en la cama, los pies fríos posados en mi vientre y la humedad del cadáver que no debía estar colgado en esa viga, donde luego amaneció, sino caído en la lluvia, desde donde pudo arrastrarse a la cama, porque los muertos se arrastran en el sueño como vivos torpes, de la misma manera que lo hizo, al menos así lo cuentan, el de aquel pobre chico de Orión al que su novia engañaba con un hermano y se murió de pena al descubrirlo, porque que los hermanos se quieran como novios es la peor desgracia del universo, y ese pobre chico vio a los hermanos no ya como novios, sino como marido y mujer, y muerto del susto y el sufrimiento volvió para que en la cama, donde pecaban, quedasen separados, el muerto en medio de ellos, también mojado de la lluvia y el barro de la fosa, no sé para qué demonios me acuerdo de estas cosas, teniendo como tengo tanta prevención a los sueños, aquella mañana que me desperté con la cabeza como un bombo, todavía tembloroso por lo que había soñado, y no tardaron en venir a avisar que mi tío estaba muerto, colgado en la viga del tenado, llevaría yo diez años trabajando por mi cuenta, después de haber reñido y haberle tenido que aguantar todo lo que le aguanté, colgado entre las ovejas que balaban y la vecina que lo descubrió, menudo susto, tuvo la impresión de que eran las mismas ovejas las que lo habían descalzado, de muertos y sueños no me gusta pensar, el conocimiento mejor es el que se adquiere intentando comprender el mundo, cosa más difícil en Celama, lo que pudo haber cambiado esta tierra, Dios mío, con la pobreza y el desorden con que yo la conocí y la riqueza que ahora tiene, quién la viera y quién la ve…
El espíritu del páramo de Luis Mateo Díez


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