«27 de marzo —Anoche tuve un sueño
formidable cuando me acosté pensando en la lista de cosas que tengo que contar.
Más que un sueño
fue una alucinación aunque no sé qué es alucinación pero debe estar bien, yo he
adivinado lo que querían decir muchas palabras. Me puse a pensar en esas cosas
y sin que me quitaran las ganas de dormir no me dejaban dormir. Estaba lo de
China y Paco saliendo del salón, la barbaridad que le dijo ayer Catalina al tío
Nicolás, lo que le tengo que decir a China de que convenza a su padre, la
emoción que me da cuando me habla la señorita Elisa y lo de la habitación de la
abuela que van a arreglar. También de las vacaciones que empiezan mañana. Decía
primera, segunda, etc., y me acordaba muy bien de todas las cosas. Entonces se
me ocurrió que sería muy bonito contarlas no una detrás de otra sino
mezclándolas dejando a medio contar la tercera por ejemplo y saltar a la
primera y luego un poco de la cuarta y volver a la primera o a la quinta y así
siempre, pero con mucho cuidado y mucho tiento para que no se perdiera el
sentido de ninguna y que al final fuesen como una misma cosa, como si pintase
un cuadro. Entonces tuve esa alucinación porque no estaba dormido pero veía al
regador como no es posible verlo sin que sea de verdad. Le daba el sol y estaba
metido en una acequia con agua hasta la rodilla… Estaba sin afeitar y quemado
por el sol y llevaba sombrero de paja y un calzoncillo azul largo de labrador
que se le pegaba a las piernas porque estaba empapado. La camisa también se le
pegaba a la espalda empapada en sudor. El regador levantaba una trampilla para
dejar salir un poco de agua para un campo y luego otra para otro y metía los
brazos en el agua, que hacía un sonido muy agradable como de palabras a media
voz. El labrador caminaba unos pasos y seguía metiendo los brazos en el agua y
levantando y bajando trampillas. Había muchas una para cada campo porque allí
se juntaban dos o tres acequias. Era una tontería pero me gustaba con locura
verlo y ver al regador metiendo las manos y los brazos en el agua y cómo el
agua le obedecía tan suave qué gusto. Era tan sencillo que yo estaba encantado
y me dio la impresión de que el ruido de mi corazón o sería que mi atención
tenía alguna fuerza misteriosa, el caso es que el regador me miró sorprendido,
yo me asusté y él también y de repente desapareció. Ni agua ni yerba en las
orillas ni un silo que también había visto a lo lejos, nada. Me desperté pero
no es eso porque no había llegado a dormirme, no sé cómo decirlo… Por más
esfuerzos que hice por volver a ver al regador hasta haciéndome el dormido no
pude. No me interesaba ninguna de las cosas de la lista, sólo el regador.
La
zancada de Vicente Soto
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