Andando por la costa adelante halló muchos Cabos: a uno llamó del Ángel, a otro llamó la punta del Hierro, a otro el Redondo y a otro el Francés, a otro el cabo del Buen tiempo, a otro Tajado. De todos estos nombres de Cabos, no queda hoy alguno. Anduvo más de 25 o 30 leguas hoy, porque le ayudaba el viento y las corrientes que iban con él. Estuvo a la corda, que es, según lenguaje de los marineros, aunque tienen las velas tendidas no andar nada, porque vuelven la proa al viento, y tocando en él a veces, vuelven un poco atrás, y otras un poco adelante, y asi no hacen camino.
Sábado, 12 de Enero, al cuarto del alba, navegó al leste y Oriente con viento fresco; anduvo bien y vído muchos Cabos, a uno llamó Cabo de Padre y Hijo, porque tenia dos farallones, uno mayor que otro; vído una grande abra entre dos grandes montañas, y hacían un grandísimo puerto, y bueno, y de buena entrada, que llamó Puerto Santo; no quiso surgir en él por no perder camino, pues era de mañana. Anduvo más adelante, y vído un Cabo muy alto y muy hermoso, de todas partes de peña tajada, llamólo el Cabo del Enamorado; llegado a él, descubrió otro muy más hermoso y más alto y redondo, de peña como el cabo de Sant Vicente que está en Portogal. Después que emparejó con el cabo del Enamorado, vído hacerse una grandísima bahía, que tiene de ancho tres leguas, y en medio della una isleta pequeñuela, muy honda la entrada; surgió allí en doce brazas, para ver si toda era una tierra continuada, porque se maravillaba ser tan grande esta isla Española. Andaría en este dia, con lo que anduvo a la corda la noche, pasadas más de 30 leguas.
Esperó, allí el domingo también, por ver en qué paraba la conjunción de la luna con el sol, que habia de ser a 17 de Enero, y la oposición della con Júpiter y conjunción con Mercurio, y el sol en opósito con Júpiter, que es causa de grandes vientos; aunque creo que la letra está en esto corrupta, por el vicio del que aquesto trasladó del libro de la navegación del Almirante, al menos, colígese de aquí tener el Almirante pericia de Astrologia, que es ciencia que de los movimientos y cursos de los cielos, estrellas y planetas trata.
Envió la barca en tierra por agua, y para coger algunos ajes de las labranzas que por allí parecian, y salieron a una muy hermosa playa; también deseaba el Almirante haber lengua de aquella tierra. Salidos, hallaron ciertos hombres con sus arcos y flechas, con los cuales se pararon a platicar, compráronlos dos arcos y muchas flechas, y rogaron a uno dellos que fuese a la carabela a hablar al Almirante, aceptólo de buena gana; el cual, dice, que era muy disforme cuanto al gesto, tenia el gesto todo tiznado de carbón, (pero esto no es carbón, sino cierta tinta que hacen de cierta fruta), puesto, dice, que en todas partes acostumbran a se teñir con diversos colores; traía éste todos los cabellos muy largos, cogidos y atados atrás, y puestos en una redecilla de plumas de papagayos, y desnudo, en cueros, como los otros. Sospechó el Almirante si era caribe de los que comen hombres, pero no era, porque nunca en esta isla jamás los hobo, como, cuando hablaremos della, placiendo a Dios, se dirá.
Preguntóle por los caribes y señalóle que estaban al leste o al Oriente; preguntóle por oro y señalóle también al Oriente, hacia la isla de Sant Juan, la cual vído ayer el Almirante antes que entrase en esta bahía; díjole que en ella habia mucho oro, y dijo verdad, que isla fue de donde se sacó gran cantidad de oro por algún tiempo, agora no se halla tanto. Aquí no llaman caona al oro como en la primera parte desta isla, ni nozay como en la isleta de Guanahaní o Sant Salvador, sino tuob.
Es aquí de saber, que un gran pedazo desta costa, bien más de 25 o 30 leguas, y 15 buenas y aun 20 de ancho hasta las sierras que hacen, desta parte del Norte, la gran vega inclusive, era poblada de una gente que se llamaban mazoriges, y otras cyguayos, y tenian diversas lenguas de la universal de toda la isla. No me acuerdo si diferian estos en la lengua, como bátanlos años, y no hay hoy uno ni niguno a quien lo preguntar, puesto que conversé hartas veces con ambas generaciones, y son pasados ya más de cincuenta años; esto, al menos, sede cierto, que los cyguayos, por donde andaba agora el Almirante, se llamaban cyguayos porque traían todos los cabellos muy luengos, como en nuestra Castilla las mujeres.
Dijóle de una isla que se llamaba Matinino, que tenia mucho oro, y que estaba habitada de solas mujeres, a las cuales venían los hombres en cierto tiempo del año, y, si parían hembra, la tenían consigo, y niño, enviábanlo a la isla de los hombres. Esto nunca después se averiguó, conviene a saber, que hobiese mujeres solas en alguna tierra deslas Indias, y por eso pienso que el Almirante no los entendía, o ellos referían fábulas, como lo que aquí dice que entendía haber isla que llamaba Guanin, donde habia mucho oro, y no era sino que habia en alguna parte guanín mucho, y esto era cierta especie de oro bajo que llamaban Guanin, que es algo morado, el cual cognoscen por el olor y estímanlo en mucho.
Mandó dar de comer al indio, y dióle unos pedazos de paño verde y colorado y contezuelas de vidro, y mandó que le llevasen en la barca atierra; salidos en tierra, estaban entre unos árboles obra de 55 indios, desnudos, con sus cabellos muy largos; según está dicho, como mujeres en nuestra Castilla, traian sus penachos de plumas de papagayos, y cada uno con su arco. Salido el indio que fue a la nao, en tierra, hizo que los otros dejasen los arcos y flechas, y una espada de tabla de palma, que es durísima y muy pesada, hecha desta forma: no aguda, sino chata, de cerca de dos dedos en gordo de todas partes, con la cual, como es dura y pesada, como hierro, aunque tenga el hombre un capacete en la cabeza, de un golpe le hundirán los cascos hasta los sesos.
Aquellos indios se llegaron a la barca, y la gente della, cristiana, salió en tierra; comenzáronles a comprar los arcos y flechas, y las otras armas, porque el Almirante asi lo habia ordenado; vendidos dos arcos no quisieron dar más, antes se aparejaron para arremeter a los cristianos y prenderlos, sospechando, por ventura, que de industria los cristianos les compraban las armas, para después dar en ellos, y parece bien porque arremetieron luego, cuasi arrepisos y proveyendo al instante peligro, a tomar sus arcos y flechas donde los tenían apartados, y tomaron ciertas cuerdas o sogas como para atar los cristianos. Viéndolos venir denodados, los españoles, que pocos desean ser mártires, que no dormian, dan con ímpetu en ellos, y alcanzó uno dellos a un indio una gran cuchillada en las nalgas, y a otro por los pechos una saetada; visto por experiencia los indios que las armas de los cristianos eran otras que las suyas, y que en tan poco tiempo tanto efecto hacían, y asi que podian en la burla ganar poco, y, aunque los cristianos no eran sino siete y ellos cincuenta y tantos, dieron a huir todos, que no quedó alguno, dejando uno aquí las flechas, y otro acullá el arco; mataran los españoles muchos dellos, como sean tan piadosos, sino lo estorbara el piloto que iba por Capitán dellos. Y esta fue la primera pelea que hobo en todas las Indias, y donde hobo derramada sangre de indios, y es de creer que murió el de la saetada, y aun el délas nalgas desgarradas no quedaría muy sano. Entre indios y cristianos, buenas aunque chicas primicias fueron estas de la sangre que dellos por los cristianos fue después derramada.
Bartolomé de las Casas
Historia de las Indias
Libro I
Dentro del voluminoso conjunto de los escritos lascasianos, ocupa la Historia de las Indias un puesto a toda luz excepcional. No es que sea, ni de le jos, la obra más famosa de fray Bartolomé, cuya figura histórica ha sido y sigue siendo tantas veces identificada, para bien y para mal, a través de la única Brevísima relación de la destrucción de las Indias, publicada en vida del autor y propagada por el mundo entero. Muy distinto, por supuesto, es el caso de la Historia, libro de mucho bulto y de muy diferente índole, cuyo manuscrito, por otra parte, permaneció inédito durante más de tres siglos. Distínguese sobre todo la Historia, dentro de su categoría, por la abundancia y precisión de las noticias, respaldadas por una enorme documentación de primera mano, cuando no por la propia experiencia del historiador. Señálase aún por los prolijos comentarios, desde luego casi siempre acusadores, que acompañan sistemáticamente la relación de los sucesos, y vienen a ocupar no menos espacio, y a veces más, que la misma narración.
Según indicación contenida en el texto, anunciaba Las Casas que su obra comprendería seis libros, correspondiendo cada uno a un período de diez años —excepto el primero, reducido a ocho por empezar en 1492 y terminar en 1500. No descartaba, además, la posibilidad de prolongarla, pero la Historia, tal como la conocemos, consta solamente de tres décadas.
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