Una calabaza hueca



Me contaron que los dos habían estado en la Guerra de Cuba de finales del siglo XIX, de mi abuelo Manuel no podría asegurarlo porque murió siendo yo niño de brazos, pero de mi abuelo Tomás a quien conocí y traté si estoy seguro porque cobraba una exigua pensión por haber participado en aquella campaña. Lo que hoy quiero contar apenas tiene que ver con ellos pero a lo mejor lo explica. A mediados del siglo pasado, siendo niño, unos vecinos de casa y puerta por el uno de noviembre vaciaban una enorme calabaza, le hacían unas hendiduras en la corteza quedando la calabaza en su interior hueca y con un aspecto de cabeza de espantapájaros más que de otra cosa, en el interior colocaban una vela de cera encendida cubrían el hueco con el casquete o boina por el que la habían vaciado, al anochecer la asomaban a una ventana que daba a la calle y salíamos a ver el efecto que causaba. Siendo como todos los niños un poco temeroso, aquello no me causaba ninguna impresión y tampoco a los que la veían… Luego, Isabel, ponía a secar las pipas de calabaza al fuego y una vez secas, tostadas y saladas nos las comíamos. Lo digo por estas últimas novedades que desde hace unos años han inundado aulas, supermercados y fiestas. Supongo que algún abuelo de Isabel también habría estado en la Guerra de Cuba (de ahí la contaminación de las costumbres norteamericanas), que sus padres cultivaban calabazas y que por los Santos comerían suculentas sopas o guisos con carne de calabaza, porque yo no recuerdo que en todo el pueblo nadie las usase para morcillas. (MMV 10/2013)

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