Conozco personas que son capaces de elucubrar durante una
interminable hora y pico sobre una frase
Montaigne o un verso de Juan Ramón Jiménez o una aseveración de Cervantes en
cualquiera de sus prólogos; item más, he escuchado a un intelectual que puede
disertar sobre las tercerías de la Celestina, o sobre los orígenes que
impulsaron a Rojas para hablar de unos amores carnales vulgares, u otro que
sienta cátedra al comentar los pecados de los arciprestes o de las tragaderas de los lázaros de
turno. Todo eso está muy bien si no les das más importancia que al cuento que me recontaba (eso sí, a petición propia) la abuela Nieves mientras buscaba el sueño recostado en el escaño
junto a la lumbre del hogar. (MMV 10/2013)
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