Y lo cierto es que, a partir de aquellas fechas, tanto Madrid como Constantinopla iban a desviar su atención del mundo del Mediterráneo.

Atendiendo a los requerimientos de don Juan de Austria, tanto don Juan de Cardona como don Bernardino de Velasco llevaron refuerzos y provisiones a Túnez y a La Goleta, pero los dos sacaron mala impresión de cómo se hallaban sus defensas. Por otra parte, Granvela, como virrey de Nápoles, no colaboró tanto como debiera, acaso por envidias hacia el soldado —bien sabido es que él era un príncipe de la Iglesia—, bien porque se ocupara más de sus galanteos que de las cosas de la guerra. De ahí el dicho que corrió entre el pueblo:
Don Juan con la raqueta
y Granvela con la bragueta
perdieron La Goleta.

El 20 de julio, don Juan sale de su postración para procurar personalmente el socorro de los sitiados. El 17 de agosto llega a Nápoles y el 31 a Palermo. El 23 de septiembre le llegan, al fin, las órdenes de Felipe II para que ayudara a los defensores de las plazas tunecinas, cuando hacía diez días que había caído Túnez y casi un mes que se había perdido La Goleta. Sin embargo, don Juan intentó desde Trapani desencadenar una contraofensiva para recuperarlo todo, quizá confiado en que la armada turca, viéndose obligada a regresar a sus bases de Constantinopla, le dejasen el camino libre, como había ocurrido en 1573; pero en esta ocasión un nuevo personaje entró en acción, estorbando sus propósitos: el tiempo, o por mejor decir, el mal tiempo, los temporales que desbarataron por dos veces la Armada organizada por don Juan; de forma que el hijo de Carlos V acabó por abandonar la idea, regresando a Nápoles, donde lo encontramos el 29 de octubre, ya deseoso de volver a España, para defender su causa ante el Rey.
Cuando así hacía, a finales de noviembre de 1574, ya Euldj Alí regresaba victorioso a Constantinopla. El Turco había sido vengado. La victoria de Túnez era como la compensación por la derrota de Lepanto. Una especie de tablas parecía imponerse entre ambas potencias.
Y lo cierto es que, a partir de aquellas fechas, tanto Madrid como Constantinopla iban a desviar su atención del mundo del Mediterráneo. La época de las treguas, siempre reiteradas, estaba a la vuelta de la esquina.
Pero si ese sería el planteamiento de los que estaban en la cumbre, ¿cómo vivieron aquellos sucesos los que estaban al pie del cañón, cómo lo sintieron los soldados? De nuevo podemos saberlo acudiendo al testimonio excepcional que tenemos a la mano: el de Cervantes, expresado con tanto detalle, que no deja de asombrar, en su Don Quijote.
En efecto, hablando por boca del Capitán cautivo, uno de los lances de mayor interés histórico de la impar novela, Cervantes recuerda todos aquellos sucesos y aprovecha para rendir un emocionado homenaje a sus camaradas de armas. Es la solidaridad del soldado con los compañeros que ha dejado atrás, en aquella tan peligrosa misión de defender Túnez y La Goleta, como no podía ser de otro modo, por haber estado en su conquista y por haber seguido después atentamente, con ansiedad primero y después con dolor y hasta con rabia, el dramático final de aquellos valientes. En todo lo cual dando prueba Cervantes de su buena información. También es de admirar, lo cual, por otra parte es muy del estilo del mejor Cervantes, la loa que hace de alguno de los vencedores, pese a que mencionar al Turco en la España del siglo XVI era siempre como sinónimo de lo peor que podía haber en el mundo.
Es un testimonio que, además, nos da pistas preciosas sobre el propio Cervantes en aquella época suya de soldado de los tercios viejos; así, cuando relata de qué manera el Capitán cautivo se sintió atraído por la atmósfera que se respiraba en España y que vivían los españoles, cuando se supo la formación de la Liga Santa contra el Turco:
Divulgóse el grandísimo aparato de guerra que se hacía; todo lo cual me incitó y conmovió el ánimo y el deseo de verme en la jornada que se esperaba…
¿No estamos viendo a aquel jovencísimo poeta, recién llegado de España, cansado de estar al servicio de un príncipe de la Iglesia para enrolarse como un camarada más de aquellos famosos, fieros y valientes soldados de los tercios viejos de la España imperial?
Es el mismo Cervantes, transformado en soldado, que loará como nadie la victoria de Lepanto. Al fin, el mundo se desengañaba de la gran obsesión, del gran temor, de que al Turco fuera imposible vencerle en el mar:
Y aquel día, que fue para la Cristiandad tan dichoso, porque en él se desengañó el mundo y todas las naciones del error en que creyendo que los turcos eran invencibles por la mar…
Hasta entonces, el Turco pavoneaba por su incontenible fuerza. Aquello era agua pasada:
… aquel día, digo, donde quedó el orgullo y soberbia otomana quebrantada…
Pero sí lo bastante fuerte para tomar después su desquite en Túnez y La Goleta, que no habían caído por fallo de sus defensores. Aquí Cervantes sale en defensa de sus camaradas y arremete contra los que hablaban de oídas, sin haber estado nunca en aquellos lugares.
Es el veterano, el que había luchado en aquellas ardientes arenas, el que arremete contra los que hacían comentarios sin ningún fundamento:
… hablan de lejos y sin experiencia alguna…
Se duele de que sus camaradas hubieran quedado solos y sin ser socorridos:
¿Cómo es posible dejar de perderse —se pregunta Cervantes— fuerza que no es socorrida, y más cuando la cercan enemigos muchos y porfiados y en su mesma tierra?
Pero sus camaradas habían caído heroicamente:
… pelearon tan valerosa y fuertemente…
Y es cuando surge el poeta, es cuando Cervantes se esfuerza por dejar en verso un homenaje a sus camaradas muertos, y les dedica dos sonetos. Habían sido tan valientes, que prefirieron morir antes que rendirse:
… primero que el valor faltó la vida…
Habían ganado así la segunda y la tercera vida:
… fama que el mundo os da y el cielo gloria.
Y puesto que habían muerto en defensa de la Cristiandad, al perder la vida ganaban su premio:
… las almas santas de tres mil soldados subieron vivas a mejor morada
Una loa a los camaradas sacrificados en Túnez donde no podía faltar, conforme al estilo de Cervantes, el elogio también a algunos de los vencedores. Así, aprovecha para decir lo que sabía del más famoso de ellos, de Euldj Alí, calabrés renegado que había llegado a lo más alto en el Imperio otomano:
Fue tanto su valor —nos refiere— que, sin subir por los torpes medios y caminos que los más privados del Gran Turco suben, vino a ser rey de Argel y después, a ser General de la mar, que es el tercer cargo que hay en aquel señorío…
Y añade, en su comentario:
… y moralmente fue hombre de bien, y trataba con mucha humanidad a sus cautivos…
Que de ese modo lloró Cervantes a sus camaradas muertos en las tierras de Túnez, en las que él había también combatido, sin dejar de reconocer los méritos de los vencedores, y en este caso concreto, el del famoso Euldj Alí, que venía a ser en sus tiempos lo que Barbarroja había sido en los de Carlos V.
Todo eso había ocurrido en el verano de 1574.
A principios del otoño, don Juan se retiraba a Nápoles, proyectando ya su retorno a la Corte, para verse con su hermano el Rey.
Mientras, el tercio de Lope de Figueroa, y con él nuestro Miguel de Cervantes, invernaban en Nápoles, gozando la tranquila vida de guarnición.
El Turco había dejado de ser una amenaza.
Era la hora en que aquel joven poeta metido a soldado podía acordarse de su juventud.
Esto es, sería la hora del Cervantes enamorado.

Manuel Fernández Álvarez
Cervantes visto por un historiador


En la historia de la Humanidad han ido apareciendo, de cuando en cuando, algunos personajes que solo con pensar en ellos, en su vida, en su obra, en su modo de ser y de enfocar la existencia, tanto en los buenos momentos como en las grandes adversidades, parece que se conforta nuestro ánimo. Tal Platón, en la Antigüedad; tal Cristóbal Colón, en los tiempos modernos; tal la madre Teresa de Calcuta, en los actuales. Son, como dirían los antiguos, una especie de regalo que los dioses hacen —cierto, de tarde en tarde— a los humanos. Son un patrimonio de la Humanidad, como si con su ejemplo nos sintiéramos más fuertes, más libres, más seguros, más solidarios y más profundos.
En la presente obra se narra y describe con una personal y amena prosa, la vida y obra de Miguel de Cervantes, a la vez que se desarrolla todos los acontecimientos de la época.



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