Abraham Lincoln tuvo una suerte distinta, porque su caso quedó sólo en tentativa de rapto. Decimosexto presidente de Estados Unidos —dieciseisavo, según algún kamikaze del lenguaje—, Lincoln merece historia al margen, porque ha sido movido diecisiete veces de sitio. Siempre dentro del mismo cementerio de Oak Ridge, en Springfield (Illinois), lo cual convierte al mandatario en el mayor conocedor de aquel recinto. Uno de aquellos ajetreos se produjo a raíz de un intento de secuestro por parte de otro grupo de chapuzas. El primer plan, porque hubo dos, estaba preparado para llevarse a cabo el 3 de julio de 1874, víspera del Día de la Independencia, cuando los estadounidenses están distraídos dando los últimos toques a majorettes y carrozas. El cerebro de la operación era Big Jim Kinelly, un mafioso especializado en la falsificación de papel moneda y sumamente cabreado porque habían encarcelado a Benjamin Boyd, un compinche imprescindible para llevar a término la imitación de los dólares. Big Jim improvisó una banda para secuestrar los restos de Lincoln y exigir como canje la libertad de Boyd. De paso pidió 200.000 dólares en efectivo. A ser posible de curso legal.
Uno de los integrantes de la banda, alias El Bocazas, cometió la insensatez de contar a una prostituta amiga los planes de secuestro, olvidando que las putas son putas pero, a veces, muy patriotas. La ramera trasladó tal revelación a la policía de Illinois y el plan quedó desbaratado.
Big Jim no se rindió. Seleccionó una nueva banda más espabilada y se marcó una nueva fecha para el secuestro: el 7 de noviembre de 1876. Sin embargo, también en esta ocasión alguien se fue de la lengua y el intento de secuestro llegó a oídos policiales. Los agentes infiltraron un topo dentro de la banda, el cual fue dando el correspondiente parte sobre los planes de los delincuentes, de tal forma que el día fijado para el rapto, cuando la banda entró en el gigantesco mausoleo de Lincoln —el más grande de Estados Unidos— se encontró con más uniformes que en el desembarco de Normandía. Nadie más intentó secuestrar a Lincoln. Y aunque lo hubieran intentado… no lo habrían encontrado.
A raíz de los dos intentos, el Gobierno estadounidense decidió sacar el ataúd con los restos del presidente del sarcófago que lo guardaba. Así se aseguraban el fracaso de futuras tentativas. Durante once años Abraham Lincoln estuvo escondido en su propio mausoleo, pero muy pocos supieron exactamente dónde. Las gentes que acudieron a visitar el sarcófago de su mandatario más querido entre 1876 y 1887 dejaron su más sentido homenaje a un cubículo de piedra vacío de contenido. No fue la primera vez, ni ha sido la última, que los países han recurrido a esta argucia para salvaguardar los huesos de alguien con alta trascendencia política. ¿Qué personaje español no está donde todo el mundo cree que está?
Nieves Concostrina
Polvo eres
Peripecias y extravagancias de algunos cadáveres inquietos
No importa que sean santos, mandamases, escritores o músicos: algunos personajes no descansan ni después de muertos. Estas amenas y por momentos desternillantes páginas nos cuentan sus innumerables peripecias.
Nieves Concostrina −responsable del espacio radiofónico diario «Polvo eres» en Radio 5 Todo Noticias y colaboradora los fines de semana en el programa No es un día cualquiera de RNE (Radio 1), dirigido por Pepa Fernández− nos deleita también con una miscelánea de esquelas asombrosas, gazapos funerarios y divorcios póstumos.
«Con este libro −afirma− sólo pretendo demostrar que la muerte (de otros) puede llegar a ser tan interesante, extravagante o divertida como la propia vida. Y que Dios, o quien sea, nos pille confesados».
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