28 de julio de 1988
Sofri, Bompressi y Pietrostefani son arrestados al amanecer en sus casas. Han sido acusados por Leonardo Marino, antiguo militante de Lotta Continua, quien reconoce su participación como conductor en el homicidio Calabresi. Según la confesión del «arrepentido», Bompressi es el ejecutor, y Sofri y Pietrostefani quienes ordenaron el atentado.
Son puestos en libertad a los cuatro meses.
2 de mayo de 1990
El Tribunal Penal de Milán dicta tres condenas a veintidós años de cárcel y condena a once a Marino. Tras una primera confirmación de las sentencias, la Sala Conjunta del Tribunal Supremo anulará la condena por falta de pruebas y «por graves vicios de fondo y de forma».
21 de diciembre de 1993
El segundo proceso de apelación absuelve a todos los imputados. La sentencia será anulada por la incongruencia de la motivación, redactada por el magistrado ponente, que se había opuesto a la absolución (es la llamada «sentencia suicida»).
11 de noviembre de 1995
El tercer proceso de apelación condena otra vez a veintidós años a Sofri, Bompressi y Pietrostefani. El delito de Marino se considera prescrito.
24 de enero de 1997
Dos días después del séptimo veredicto se produce la confirmación de las condenas. Sofri, Bompressi, y una semana más tarde Pietrostefani, que hacía tiempo que vivía en París, se presentan en la cárcel de Pisa.
29 de octubre de 1998
El Tribunal Supremo solicita del Tribunal Superior de Milán la revisión del proceso, pero este último aún no se ha pronunciado al respecto.
Antonio Tabucchi
La gastritis de Platón
La gastritis de Platón es el título paradójico de un libro que nació de las reflexiones de Tabucchi provocadas por un artículo de Umberto Eco en el que se argumentaba que lo único que puede hacer el intelectual cuando su casa se está quemando es llamar a los bomberos. Insatisfecho por este papel de telefonista diligente, Tabucchi introduce —en el club rígidamente institucionalizado de los «intelectuales»— la figura del escritor concebido como intelectual «esporádico» y «clandestino»: socava así, cáusticamente, ese estereotipado icono que se supone sacerdotal o ejecutivo, acaso tolerablemente quejumbroso, pero en cualquier caso siempre doméstico y ornamental. Y reclama el derecho (y el deber) del escritor de indagar con su escritura en «lo que no se da a conocer».
En el texto, Tabucchi se dirige como interlocutor a Adriano Sofri, antiguo líder de las organizaciones izquierdistas «Potere Operatio» y luego «Lotta Continua», condenado a 22 años de cárcel, junto a dos compañeros, como presuntos instigadores del asesinato del comisario Calabrese en 1972. Una sentencia que ha generado considerables polémicas. Al elegir el «caso Sofri» como nudo de una realidad que se pretende formalmente «clara» pero que sustancialmente resulta oscura e inquietante, Tabucchi propone un discurso que es, a la vez, una urgente interrogación y una voz de alarma.
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