No podéis recordar aquellos días en los que Pablo, Venancia, Licarión,
Abencia, Sabina y Eugenia, ya con sus años bien contados salían todas las
tardes camino del cementerio paseando entre negrillos, álamos y acacias. La mayor
parte del camino en silencio, ese silencio castellano hecho de susurro del
viento, graznar de aves y arrastrar de pasos cansados, muy cansados. Aún
cantaba el sol de la tarde en ese silencio que no lo era, aún alguien decía
algo para que el viento tuviera con que jugar. Un mozo en bicicleta pasaba
por el camino hacia la aldea. Decía Sabina, después de un rato, anda tras la
hija del Pedro, la mediana. Abencia, añadió, no sé que ve en ella si es
pelirroja. Pablo, a lo suyo, murmuraba ¡jodía pierna! (MMV 9/13)