Una ventana cuadrada, extrañamente situada a más de metro y medio de altura con respecto al bajo entablado, enmarcada de hiedra por fuera, acariciada por las ramas de una araucaria gigante; o una extensión de empapelado oculto en parte por una acuarela de la iglesia parroquial pintada en sus años más activos por Miss Scope, más un pequeño anaquel con libros de variada índole y un hurón disecado, cuya muerte por consumo de raticida le estropeó de punta a cabo unas vacaciones de Pascua cuando iba al colegio, eran, según se despertara mirando a derecha o izquierda, las imágenes que saludaban diariamente a William en Boot Magna.
La mañana siguiente a su entrevista con Mr. Salter abrió los ojos, aliviado por abandonar una noche en la que había sido perseguido por Lord Copper en cien espantosas formas, para encontrarse en la más negra oscuridad; su primera idea fue que todavía quedaban algunas horas antes del amanecer; luego, al recordar la estación del año y los largos períodos de semi-inconsciencia que había sufrido, a modo de intermedios entre los momentos en los que vestido con la vistosa librea del somormujo cuellirrojo era perseguido por estrechas tejoneras, aceptó la otra y más angustiosa alternativa de la ceguera; luego pensó que estaba loco, pues un timbre sonaba con insistencia a pocos centímetros, al parecer, de su oreja. Se sentó en la cama y comprobó que estaba desnudo hasta la cintura; totalmente desnudo, como pudo averiguar cuando investigó más a fondo. Estiró el brazo y encontró un teléfono, cuando lo descolgó, el timbre dejó de sonar; una voz dijo:
—Mr. Salter al aparato.
Entonces recordó la horrible velada de la noche anterior.
—Buenos días —dijo Mr. Salter—. He pensado que sería mejor llamarle temprano. Seguro que hace horas que ya está usted en pie, ¿no? Ustedes están acostumbrados a ordeñar y salir a entrenar a los nuevos cachorros desde primera hora, ¿verdad?
—No —dijo William.
—¿No? Bueno, yo no suelo llegar a la redacción antes de las once o las doce. Me preguntaba si ha quedado todo claro respecto a su viaje, o si hay algún detalle que querría discutir…
—Sí.
—Ya me lo parecía. Bien, pase por la redacción en cuanto esté listo.
Tanteando, William encontró uno de los doce o más interruptores que controlaban la iluminación de las diversas partes del dormitorio. Encontró el reloj y vio que eran las diez en punto. Localizó una fila de pulsadores y accionó el correspondiente al servicio de camareros.
Evelyn Waugh
¡Noticia bomba! Novela de periodistas
Lord Copper, un magnate de la prensa de Fleet Street, se enorgullece de su olfato para descubrir talentosos reporteros. Sin embargo, a causa de una confusión de apellidos, envía a «cubrir» la guerra civil en una república africana a uno de los periodistas más improbables para tal misión. A partir de ese equívoco, Evelyn Waugh se lanza a una feroz y desopilante sátira sobre el mundo del periodismo, los enviados especiales, la información, la desinformación y la confusión…
«¡Noticia bomba! es el libro más divertido que haya leído jamás. Lo releo cada año». (Gore Vidal).
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