Te quiero, te quiero, te aguardo.

Carta nº 53
Madrid, 12 de octubre de 1889
“Men are men,
the best sometimes
forget”.
[La cita está impresa en el papel de forma transversal]
 Sábado.
¿Conoces el papel? ¿Sí? Pues adelante. Ayer no te escribí, miquiño, porque aún dudaba la incertidumbre de las noticias y no sabía yo si me sería preciso marchar, lo cual en estos momentos (aparte de la causa) me sería perjudicial por encontrarme metida de cabeza en las pruebas de 2 tomos de crónicas de la Exposición. Hoy ya puedo decir que, a no ocurrir complicaciones repentinas, no marcharé. Me explicaré. Lo que tiene el niño es una fiebre palúdica, adquirida en la humedad de la aldea; los médicos opinan que no hay peligro alguno, pero que será larga, larga, la convalecencia; estas fiebres (que el niño tiene ahora por segunda vez, pues sufrió otra el año pasado) suelen durar hasta dos meses. Si ésta se prolonga, yo me iré allá de todos modos, así que la impresión de mis tomos se acabe y tú regreses y te haya visto, abrazado y recibido en mi seno (esto sí que es pura Academia). Claro es que si sobreviniese una peoría, allá me iré, y no permita Dios que tal suceda. Pero dentro de lo normal, aguardaré a despachar lo pendiente.
No atribuyas, alma mía, a falta de cariño el que esta carta sea algo rápida, más rápida de lo que yo quisiera. Estoy trabajando 7 y 8 horas diarias y me duele la muñeca de tanto escribir. Es que las crónicas, trabajo ante todo de actualidad, quieren ser publicadas antes de que la Exposición se cierre, y la Exposición va a cerrarse muy pronto, y en la publicación en tomo tengo mucho que enmendar, por lo cual no me doy punto de reposo. Además hice dos artículos de viaje, uno para La Época, a ruegos de Escobar, sobre Karlsbad, otro para El Imparcial por súplicas de Munilla, sobre Núremberg: aviso y ojo al Cristo, no salgas tú con otros sobre el mismo asunto. Concrétate, Ganganelli mío, a Stratford. Te quiero muy sespiriano.
¡Ah! Para acabar con la cochina literatura. Mañana recibirás por el correo Morriña: ya pedí en casa de Fe la Incógnita, por cuenta tuya, alegando que iba a enviarte Morriña y que al venir tú me pondrías la dedicace. ¿Soy maquiavélica o no?— Ambos ciempieses se pusieron a la venta el mismito día, a la propia hora. ¡El hado! ¡El hado! ¡Fortuna!
Con tu Morriña irá otra para Pereda, así como la Insolación que creo no le remití. No quedemos mal por un cochino libro más o menos.
Ya he leído la Incógnita, como supondrás. Es cosa rara. Cuando tú escribes, eres tan nihilista e insensato como sensato y ministerial y burgués en la conversación. Tu libro es la condenación de Varela, Millán y hasta Montero. Si aquí se les sacase punta a los libros…
Me he reconocido en aquella señora más amada por infiel y por trapacera. ¡Válgame Dios, alma mía! Puedo asegurarte que yo misma no me doy cuenta de cómo he llegado a esto. Se ha hecho ello solo; se ha arreglado como se arregla la realidad, por sí y ante sí, sin intervención de nuestra voluntad, o al menos por mera obra del sentimiento, que todo lo añasca.
Yo no soy tan pesimista como tú. Espero que se repitan aquellas escenas deliciosas. No hemos hecho más que arrimar la manzana a los dientes, ésta es la verdad, no hemos agotado, ni siquiera bebido a boca llena el dulce licorcito que nos podemos escanciar el uno al otro. (¿Que t. a. l tal?) Y cuento con que lograremos el bis que tiene toda canción bonita. Calma y demos al tiempo lo suyo.
No exaltes tu imaginación representándote las escenas matrimoniales más vivas de lo que son en realidad. El matrimonio lleva consigo algo de calma y de paz que no corresponden a eso que te figuras. Además, en eso; yo tengo un entusiasmo sin igual. Solo de pensar ahora en nuestras execraciones me corre frío y calor por las venas. Acaso dudes de mi sinceridad, y es en esto absoluta y casi peca de cínica. Me trastorna recordar aquellos casos. Cuando intento explicarme a mí misma esta exaltación de mi fantasía y de mi sangre al tratarse de ti, verás cómo me la explico: yo contigo me he reprimido siempre: el temor de perjudicarte, y no sé qué sentimiento de protección física del más fuerte al más débil, me contenían: este dique encrespa más la violencia del deseo. No te rías; es así; y solo así se comprende.
Si quieres enviarme algo que me guste envía pliegos de Realidad. El arto. del Imparcial te probará que tu buitra no ha olvidado ningún pormenor del viaje célico.
Escríbeme para que yo reciba la carta el Miércoles.
Te quiero, te quiero, te aguardo.

Emilia Pardo Bazán
Miquiño mío
Cartas a Galdós

Se trata de la recopilación de las cartas, conocidas hasta el momento, enviadas por Pardo Bazán a Galdós, ordenadas cronológicamente y acompañadas de una aproximación a la figura de la escritora coruñesa y el relato esencial del amor y la amistad entre ambos autores.

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