La prueba de Ramón Callicó

La prueba de Ramón Callicó
Al término de su segundo año de aprendizaje, Yonah empezó a ver claro el camino de su vida y cada día le seguía deparando nuevas emociones a medida que iba asimilando las enseñanzas de Nuño. Ambos ejercían su profesión en toda la campiña que rodeaba Zaragoza, estaban muy ocupados en el consultorio y acudían a visitar en sus casas a los pacientes que no podían desplazarse. Casi todos los enfermos de Nuño pertenecían al pueblo llano de la ciudad y las alquerías de los alrededores. Algunas veces lo mandaba llamar algún noble que precisaba de los servicios de un médico y él siempre acudía a la llamada, pero le advertía a Yonah de que los nobles eran muy autoritarios y muchas veces se mostraban reacios a pagar los servicios de los médicos, por lo que él prefería no mantener tratos con ellos. Sin embargo, el 20 de noviembre del año 1504, recibió una llamada que no pudo desatender.
A finales de aquel verano, tanto el rey Fernando como la reina Isabel habían contraído una enfermedad debilitante. El Rey, un hombre muy fuerte cuya constitución se había forjado en la caza y la guerra, se había recuperado muy pronto, pero su esposa estaba cada vez más débil. El estado de Isabel había ido empeorando durante su visita a la ciudad de Medina del Campo y Fernando había mandado llamar de inmediato a media docena de médicos, entre ellos, Nuño Fierro, el médico de Zaragoza.
—Pero vos no podréis ir —protestó Yonah—. El viaje a Medina del Campo dura diez días. Ocho días como mínimo, si uno se mata cabalgando.
Se lo decía en serio, pues sabía que Nuño estaba delicado de salud y no se encontraba en condiciones de emprender aquel viaje.
Sin embargo, el médico se mostró inflexible.
—Ella es mi reina. Una soberana en apuros tiene que ser atendida con la misma solicitud que un hombre o una mujer comunes.
—Permitidme, por lo menos, que os acompañe —le rogó Yonah.
Pero Nuño se negó.
—Tenéis que permanecer aquí para seguir atendiendo a nuestros pacientes —objetó.
Cuando Yonah y Reyna le suplicaron que buscara por lo menos a alguien que lo acompañara en el viaje, Nuño se dio por vencido y contrató a Andrés de Ávila, un hombre de la ciudad. Ambos emprendieron el camino a primera hora de la mañana siguiente.
Regresaron demasiado temprano y con mal tiempo. Yonah tuvo que ayudar a Nuño a desmontar de su cabalgadura. Mientras Reyna se encargaba de preparar un baño caliente para el médico, De Ávila le contó a Yonah lo que había ocurrido.
El viaje había sido todo lo que Yonah había temido al principio. De Ávila explicó que habían viajado cuatro días y medio. Al llegar a una posada de las afueras de Atienza, el hombre temió que Nuño estuviera demasiado fatigado como para seguir adelante.
—Le convencí de que nos detuviéramos para comer y descansar, pues de esta manera nos sería más fácil proseguir el viaje.
Pero en la posada vieron a unos hombres bebiendo a la memoria de Isabel.
Nuño preguntó con la voz ronca a causa de la emoción si los bebedores sabían con certeza que la Reina había muerto, y otros viajeros procedentes del oeste le aseguraron que el cuerpo de la soberana estaba siendo trasladado al sur para su entierro en el sepulcro real de Granada.
Nuño y De Ávila se pasaron toda la noche en vela por culpa de las picaduras de los piojos y, a la mañana siguiente, iniciaron el camino de vuelta al este para regresar a Zaragoza.
—Esta vez fuimos más despacio —prosiguió De Ávila—, pero ha sido un viaje malhadado en todos los sentidos y el último día tuvimos que soportar mucho frío y un fuerte aguacero.
A pesar del baño, Yonah se alarmó al ver el cansancio y la palidez de Nuño. Acompañó inmediatamente a su maestro a la cama, donde Reyna le dio bebidas calientes y alimentos nutritivos. Al cabo de una semana de descanso en la cama, Nuño se recuperó hasta cierto punto, pero su inútil viaje para visitar a la reina de España lo había debilitado mucho y había agotado sus fuerzas.
Llegó un momento en que a Nuño le empezaron a temblar las manos y no pudo seguir utilizando los instrumentos quirúrgicos que le había hecho su hermano. En su lugar, los utilizó Yonah siguiendo las instrucciones y las explicaciones que él le iba dando al tiempo que le hacía preguntas para poner a prueba sus conocimientos y mejorarlos.
Antes de la amputación de un dedo meñique aplastado, Nuño le pidió a Yonah que se tocara su propio dedo con las yemas de los dedos de la otra mano.
—¿Notas un lugar… una leve hendidura en el punto en el que el hueso se junta con el hueso? Es aquí donde se tiene que cortar el dedo aplastado, pero hay que dejar la piel sin cortar muy por encima de la amputación. ¿Sabes por qué?
—Porque tenemos que construir un colgajo —contestó Yonah, mientras su maestro asentía satisfecho con la cabeza.
Yonah lamentaba con toda el alma la desgracia de Nuño, pero sabía que ésta era beneficiosa para su aprendizaje, pues, en el transcurso de aquel año, llevó a cabo más intervenciones quirúrgicas de las que hubiera hecho en circunstancias normales.
Se sentía culpable porque veía que Fierro concentraba todos sus esfuerzos en enseñarle, pero, cuando se lo comentó a Reyna, ésta sacudió la cabeza.
—Creo que la necesidad de enseñaros lo mantiene con vida —dijo ella.
En efecto, cuando finalizó su cuarto año de aprendizaje, un destello de triunfo se encendió en los ojos de Nuño. Este dispuso que Yonah compareciera de inmediato ante los examinadores médicos. Cada año, tres días antes de Navidad, las autoridades municipales elegían a dos médicos del distrito para que examinaran a los candidatos a la licencia para el ejercicio de la medicina. Nuño había sido examinador y conocía muy bien el proceso.
—Hubiera preferido que esperaras a presentarte hasta que se fuera uno de los examinadores actuales, Pedro de Calca —le dijo a Yonah. Durante muchos años, Calca había envidiado al médico de Zaragoza, pero su intuición indujo a Nuño a no aplazar el examen de Yonah—. No puedo esperar otro año —le dijo a éste—. Además, creo que ya estás preparado.
Al día siguiente, se dirigió al ayuntamiento de Zaragoza y concertó la cita para el examen de Yonah.
La mañana de la prueba, maestro y alumno abandonaron la hacienda a primera hora, cabalgando muy despacio en medio del calor del claro día. Estaban tan nerviosos que apenas hablaron. Ya era demasiado tarde para intentar ampliar los conocimientos de Yonah; habían tenido cuatro largos años para eso.
El ayuntamiento olía a polvo y a muchos siglos de tráfico humano, pero aquella mañana sólo Yonah, Nuño y los dos examinadores estaban allí.
—Señores, tengo el honor de presentaros al señor Ramón Callicó para vuestro examen —dijo serenamente Nuño.
Uno de los examinadores era Miguel de Montenegro, un menudo y severo sujeto de cabello, barba y bigote plateados. Nuño lo conocía desde hacía muchos años y le había asegurado a Yonah que sería muy severo y escrupuloso en sus responsabilidades de examinador, sin dejar por ello de ser justo.
Calca, el otro examinador, los miró con una cordial sonrisa en los labios. Era pelirrojo y lucía una perilla puntiaguda. Vestía una túnica llena de manchas y coágulos de sangre reseca, pus y moco. Nuño ya le había descrito desdeñosamente aquella túnica a Yonah, señalando que era «el jactancioso anuncio de su oficio» y había advertido a su pupilo de que Calca había leído a Galeno y poco más, por lo que casi todas sus preguntas versarían en torno a las enseñanzas de Galeno.
Los cuatro tomaron asiento alrededor de la mesa. Yonah pensó que dos décadas y media antes Nuño Fierro se había sentado en aquella estancia para ser examinado, y muchas más décadas antes Juan de Gabriel Montesa había hecho lo mismo en una época en la que un medico aún podía proclamar su condición de judío.
Cada examinador le haría dos tandas de preguntas. Montenegro fue el primero por su mayor antigüedad.
—Con vuestro permiso, señor Callicó. Quisiera que nos hablarais de las ventajas y los inconvenientes de recetar la triaca como antídoto contra las fiebres.
—Empezaré por los inconvenientes —contestó Yonah—, pues son muy pocos y se pueden solventar rápidamente. El medicamento es muy complicado de preparar, pues contiene hasta setenta ingredientes de herboristería, de ahí también que resulte muy caro. Su ventaja principal es la de ser un remedio de comprobada eficacia contra las fiebres, las dolencias intestinales e incluso ciertas formas de envenenamiento…
Yonah notó que se iba relajando mientras pasaba sin dificultad de un punto a otro, tratando de hacer una exposición completa, pero no excesivamente prolija. Montenegro le miraba con aparente satisfacción.
—Mi segunda pregunta se refiere a las diferencias entre las fiebres cuartanas y tercianas.
—Las fiebres tercianas se presentan al tercer día, contando el día de su aparición como el primero. Y las fiebres cuartanas se presentan al cuarto día. Son fiebres que se producen en climas cálidos y húmedos, y suelen ir acompañadas de escalofríos, sudores y una gran debilidad.
—Habéis contestado con rapidez y brevedad. Para curar las almorranas, ¿las eliminaríais con un cuchillo?
—Sólo si no hubiera más remedio. Por regla general, el dolor y las molestias se pueden controlar mediante una dieta sana en la que no se incluyan alimentos picantes, salados o muy dulces. En caso de que se produjeran hemorragias abundantes, se puede aplicar una medicina astringente. Si se hinchan, pero no sangran, se pueden abrir con lanceta o vaciar con sanguijuelas.
Montenegro asintió con la cabeza y se reclinó en su asiento para indicar que ahora le tocaba el turno a Pedro de Calca.
Calca se acarició la barba pelirroja.
—Tened la bondad de hablarnos del sistema galénico de patología humoral —dijo, repantigándose en su asiento.
Yonah respiró hondo. Estaba preparado.
—Su origen fueron ciertas ideas de la escuela hipocrática modificadas por otros primitivos filósofos médicos, especialmente Aristóteles. Galeno forjó con sus ideas una teoría, según la cual todas las cosas se componen de cuatro elementos: fuego, tierra, aire y agua, que a su vez dan lugar a cuatro cualidades: calor, frío, sequedad y humedad. Cuando los alimentos y la bebida penetran en el cuerpo, el calor natural de éste los cuece y los transforma en cuatro humores: sangre, flema, bilis amarilla y bilis negra. El aire corresponde a la sangre, que es húmeda y cálida; el agua a la flema, que es húmeda y fría; el fuego a la bilis amarilla, que es seca y cálida; y la tierra a la bilis negra, que es seca y fría.
—Galeno escribió que una parte de estas sustancias es transportada por la sangre para alimentar los distintos órganos del cuerpo, mientras que el resto se excreta como residuo. Decía que las proporciones en las que se combinan las cualidades en el cuerpo son muy importantes. Una mezcla ideal de las cualidades da lugar a una persona sana. Una cantidad excesiva o escasa de un humor altera el equilibrio y provoca la enfermedad.
Calca volvió a juguetear con su perilla, acariciándola repetidamente.
—Habladnos del calor innato y del pneuma.
—Hipócrates y Aristóteles y posteriormente Galeno escribieron que el calor del interior del cuerpo es la esencia de la vida. El calor interior está alimentado por el pneuma, un espíritu que se forma en la sangre purísima del hígado y es transportado por las venas. Pero es invisible. Su…
—¿Cómo sabéis que es invisible?
«Porque, hasta ahora, hemos diseccionado las venas y los órganos de tres cadáveres y Nuño sólo me ha mostrado tejidos y sangre, diciendo que no podíamos ver nada que pudiera llamarse el pneuma». Era un necio; Calca se daría cuenta de que la única persona que podía saberlo era alguien que hubiera abierto un cuerpo y hubiera sido testigo de ello. Por un instante, el terror se apoderó de sus cuerdas vocales.
—Es… algo que he leído.
—¿Dónde lo habéis leído, señor Callicó? Si no me equivoco, jamás he oído decir si es posible ver el pneuma.
Yonah hizo una pausa.
—No lo he leído en Avicena ni en Galeno —contestó, como si estuviera tratando de hacer memoria—. Creo que lo leí en Teodorico Borgognoni.
Calca le miró fijamente.
—Muy cierto —dijo Miguel de Montenegro—. Así es. Recuerdo haberlo leído en Teodorico Borgognoni —añadió mientras Nuño Fierro asentía con la cabeza.
Calca también asintió con un gesto.
—Borgognoni, naturalmente.
En su segunda tanda de preguntas, Montenegro le pidió a Yonah que comparara el tratamiento de un hueso fracturado con el de una dislocación. Los examinadores escucharon su respuesta sin hacer ningún comentario y después Montenegro le pidió que enumerara los factores necesarios para disfrutar de buena salud.
—Aire puro, comida y bebida, sueño para reparar las fuerzas corporales y vigilia para ejercitar los sentidos, moderado ejercicio físico para expulsar los residuos y las impurezas, eliminación de los desechos y alegría suficiente para que el cuerpo pueda prosperar.
—Decidnos cómo se propaga la enfermedad durante una epidemia —dijo Calca.
—Los cuerpos en descomposición o las fétidas aguas de los pantanos forman unas miasmas venenosas. El calor y el aire húmedo preñado de corrupción despiden unos olores nocivos que, cuando son respirados por las personas sanas, pueden infectar y provocar la enfermedad en sus cuerpos. Durante las epidemias, hay que exhortar a los sanos a que se alejen lo bastante como para que el viento no arrastre las miasmas hasta ellos.
A continuación, Calca se acarició repetidamente la barbita pelirroja y le hizo una rápida serie de preguntas acerca de la orina:
—¿Qué significa el color amarillento de la orina?
—Que contiene cierta cantidad de bilis.
—¿Y cuando la orina es del color del fuego?
—Contiene mucha bilis.
—¿Y si es de color rojo oscuro?
—En alguien que no ha comido azafrán, significa que contiene sangre.
—¿Y si la orina presenta sedimento?
—Es un indicio de la debilidad interna del paciente. Si el sedimento parece salvado y huele mal, significa que los conductos están ulcerados. Si el sedimento contiene sangre descompuesta, significa que existe un tumor flemático.
—¿Y cuando se observa arena en la orina? —preguntó Calca.
—Significa que hay un cálculo o una piedra.
—Me doy por satisfecho —anunció Calca tras una pausa.
—Yo también. Un excelente candidato que es un fiel reflejo de su maestro —observó Montenegro, al tiempo que sacaba de un estante el gran volumen municipal encuadernado en cuero. Anotó en él los nombres de los examinadores y del proponente, y escribió que el señor Ramón Callicó de Zaragoza había sido examinado y debidamente aceptado y autorizado a ejercer como médico el día 17 de octubre del anno domini de 1506.
Durante el camino de vuelta, maestro y alumno cabalgaron sentados con indolencia en sus sillas de montar, riéndose alegremente como niños o como borrachos.
—¡Creo que lo leí en Teodorico Borgognoni! ¡Creo que lo leí en Teodorico Borgognoni! —dijo Nuño en tono de chanza.
—Pero ¿por qué me respaldó el señor Montenegro?
—Miguel de Montenegro y yo hicimos juntos varias disecciones cuando éramos más jóvenes. Estoy seguro de que comprendió de inmediato por qué razón hablabas con tanta seguridad del aspecto del interior del cuerpo.
—Se lo agradezco; creo que he tenido suerte.
—Sí, has tenido suerte, pero tu actuación te honra.
—He sido muy afortunado con mi preceptor, maestro —sonrió Yonah.
—Ya no tienes que llamarme maestro, pues ahora somos colegas —dijo Nuño, pero Yonah sacudió la cabeza.
—Hay dos hombres con los que siempre estaré en deuda —declaró—. Ambos se llaman Fierro y siempre serán mis maestros.

Noah Gordon
El último judío

La trama de esta novela toma como punto de partida la expulsión de los judíos en la España del siglo XV y como protagonista al joven Yonah Toledano. Cuando Yonah es separado de los únicos miembros de su familia que quedan con vida, se ve forzado a abandonar su hogar natal en búsqueda de un nuevo lugar en el que poder establecerse sin tener que renunciar a sus creencias. Así, inicia un largo periodo durante el cual deberá recurrir a su ingenio para poder salvaguardar su secreto. Los cambios continuos de identidad y oficio irán forjando su personalidad, y las dificultades no harán sino reafirmar sus orígenes. Desde sus días de pobreza y soledad hasta sus últimos años como reputado médico, seguimos la vida de un personaje extraordinario y de un no menos interesante periodo histórico, en el que las traiciones e intrigas estaban a la orden del día.

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