VIII
27. El último argumento contra la inalterabilidad de los cuerpos celestes se funda en una reciente, y singularísima observación del sabio Veronés Monseñor Bianchini, que referiré, copiando literalmente la noticia, que dan de ella los Autores de las Memorias de Trevoux en el año 1729. Tom. II. art. 62.
28. Examinando (dicen) el señor Bianchini las manchas de Venus con un Telescopio de Campani de ciento y cincuenta palmos de longitud, que el señor Cardenal de Poliñac, siempre celoso por el adelantamiento de las Ciencias, de quienes hace él mismo un grande ornamento, había hecho colocar a costa suya, más ha de veinte años en el tiempo que era Auditor de Rota; hizo el día 25 de Agosto de 1725, a vista de su Eminencia, un nuevo descubrimiento en la Luna; esto es, un resplandor muy considerable en aquella parte del Astro, que llaman Platón; el cual no puede provenir sino de una nueva abertura, o separación de montañas lunares. Los Astrónomos, y Físicos tendrán bien en que ejercitarse. Esta abertura no es una bagatela, pues ocupa una de treinta y dos partes del diámetro de la Luna, cuanto se puede determinar con el Micrómetro; esto es, setenta millas, que hacen más de veinte y tres leguas comunes de Francia. Las observaciones repetidas el día 22 de Septiembre de 1727 han confirmado este descubrimiento. Hasta aquí los Autores de las Memorias.
29. Para que los lectores menos instruidos se pongan en estado de entender esta noticia, deben saber, que en la Luna hay muchas montañas mayores, que las de la tierra; no sólo en proporción a la magnitud de su globo, que es mucho menor que el nuestro, mas aún absolutamente. El Padre Ricciolo, con varias observaciones, halló ser la altura perpendicular de algunos montes lunares de nueve a doce millas; y se puede asegurar, que no hay montaña alguna en nuestro globo, que llegue a esta altura. Así la superficie de la Luna es mucho más desigual, que la de la tierra. Las montañas de la Luna se distinguen por la alternación de la luz, y sombra, y sucesiva degradación, y aumento de una, y otra, según los varios aspectos del Sol, en que siguen perfectamente las leyes Matemáticas, que se observan en la iluminación, y sombra de nuestras montañas, arregladas al movimiento del Sol. Puesto lo cual, digo, que como las montañas de la Luna, que antes existían, fueron conocidas por este método, el mismo pudo servir para distinguir la formación de nuevas montañas, la cual se hizo, o dividiéndose una montaña en dos, o abriéndose hasta alguna profundidad un gran pedazo del cuerpo lunar, aunque no fuese montuoso, pues de cualquiera de los dos modos se vería una nueva alternación de luz, y sombra en los pendientes de la nueva abertura, observando perfectamente las leyes de aquella sucesión de luz, y sombra, que se hace en los pendientes de las montañas, según la variedad con que las mira el Sol.
30. Así me parece se debe entender el que se conociese la nueva abertura de montañas por la aparición del nuevo resplandor. A la verdad los Autores de las Memorias pudieran, pues tenían presente el escrito de Monseñor Bianchini, de donde extrajeron la noticia, darla con más especificación, y lo merecía por su raridad; con eso no nos dejarían en la precisión de adivinar.
31. Mas porque en la relación compendiaria se nota, que el nuevo resplandor era muy considerable, nos parece añadir, que por las observaciones de Felipe de la Hire consta, que hay algunas porciones en la superficie del cuerpo lunar, las cuales en las cuadraturas parecen muy oscuras, y en la oposición (esto es, cuando las hiere el Sol de frente) arrojan un resplandor muy vivo, de modo, que tal vez representan un Etna, que está vibrando llamas: lo que el citado Astrónomo explica naturalísimamente, suponiendo, que en aquellos sitios haya unas cavidades casi esféricas de superficie blanca, que por tanto tienen la propiedad de los espejos cóncavos de reflejar gran golpe de luz. Si el nuevo resplandor, descubierto por Monseñor Bianchini, se llama muy considerable, por tener esta especial brillantez, se debe discurrir, que la nueva abertura se hizo de modo, que resultase en ella una de estas cavidades esféricas, o casi esféricas, o acaso parabólicas.
32. Si se ha de discurrir por comparación a lo que sucede en la tierra, aquella abertura no pudo menos de ser efecto de algún gran terremoto lunar. Ya veo, que esto trae por consecuencia precisa la suposición de que en la Luna haya el aparato de materias, y causas, que en la tierra son menester para los terremotos, o equivalentes a ellas. ¿Y de dónde nos consta, que no las haya? No hay duda, que el vulgo concibe todo esto como aprensiones de gente ilusa; cuando más, como unas quimeras doctas, o sueños no mal concertados. ¿Mas por qué nos hemos de embarazar en lo que concibe el vulgo, el cual sin duda está lleno de errores en materia de Astros, y Cielos? ¡Cuán lejos está el vulgo de pensar manchas en el Sol, y es cierto que las tiene: o de juzgar montes en la Luna, y sin duda los hay! Imagina el vulgo los Planetas como unos cuerpos tersísimos, y perfectamente uniformes, u homogéneos, y ni hay en ellos tal tersura, ni tal uniformidad. Todos los Planetas, exceptuando el Sol, y la Luna, juzga de la misma naturaleza que las estrellas fijas, y son diferentísimos de ellas, y aún bastante diferentes unos de otros. Al Cielo Planetario aprehende dividido en muchos, y en cada uno como un cuerpo solidísimo de dureza más que diamantina; pero todo el Cielo Planetario ciertamente no es más que uno; y bien lejos de la solidez, y dureza, que el vulgo le atribuye, es sin comparación más tenue, más sutil, más fluido, que el aire que respiramos. Así las preocupaciones del vulgo no nos deben retardar el vuelo del discurso, entretanto que no le llevemos por rumbo contrario a la experiencia, y debajo del nombre del vulgo, respecto de la materia en que estamos, comprendemos todos aquéllos, que ignoran las observaciones de los Astrónomos modernos, o con una necia incredulidad las rechazan, prefiriendo lo que leyeron en los Secretarios de Aristóteles, Ptolomeo, y otros Antiguos. Necia incredulidad digo; siendo constante, que ya por la inmensa multitud de observaciones de los Modernos, ya por la frecuente combinación de unas con otras, ya por la excelencia de los instrumentos de que usan, y de que carecieron los Antiguos, se aprehende hoy más Astronomía, y más segura en un año, que en un siglo alcanzaban veinte Astrónomos de los Antiguos.
33. Pero sease la que se quisiere la causa de aquella abertura, el efecto por sí solo prueba una grande alterabilidad, y mutabilidad en los cuerpos celestes.
Benito Jerónimo Feijoo
Teatro crítico universal
Tomo VIII
El «Teatro crítico universal» (teatro ha de entenderse con la acepción, hoy olvidada, de «panorama» o visión general de conjunto), fue publicado entre 1726 y 1739 en ocho tomos. Consta de 118 discursos que versan sobre los temas más diversos, pero todos se hallan presididos por el vigoroso afán patriótico de acabar con toda superstición y el empeño de Feijoo en divulgar toda suerte de novedades científicas para erradicar lo que él llamaba «errores comunes», lo que hizo con toda dureza y determinación, como Christian Thomasius en Alemania, o Thomas Browne en Inglaterra. El autor se denominaba a sí mismo «ciudadano libre de la república de las letras», si bien sometía todos sus juicios a la ortodoxia católica, y poseía una incurable curiosidad, a la par que un estilo muy llano y atractivo, libre de los juegos de ingenio y las oscuridades postbarrocas, que abominaba, si bien se le deslizan frecuentemente los galicismos. Se mantenía al tanto de todas las novedades europeas en ciencias experimentales y humanas y las divulgaba en sus ensayos, pero rara vez se propuso teorizar reformas concretas en línea con su implícito progresismo. En cuestión de estética fue singularmente moderno (véase por ejemplo su artículo «El nosequé») y adelanta posturas que defenderá el Romanticismo, pero critica sin piedad las supersticiones que contradicen la razón, la experiencia empírica y la observación rigurosa y documentada.
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